ABC 26/09/15 – IGNACIO SÁNCHEZ CÁMARA
· Si Cataluña tuviera un gran programa de nacionalización al que invitara al resto de los pueblos españoles y europeos, demostraría ser una nación, pero si se define por lo que no es y se limita a reivindicar su derecho a ser ella misma en su pequeñez y soledad demuestra con eso que no es una nación ni ejerce una potencia nacionalizadora.
Toda acción verdaderamente humana reviste una dimensión moral. La moralidad es una estructura fundamental de la vida humana, no un dictamen que afecte sólo a decisiones de especial relevancia. También el secesionismo en España, ahora catalán, permite y exige una valoración moral. Han sido analizados, con detenimiento, sus aspectos internacionales, políticos, económicos, jurídicos, históricos y sociales. No han faltado los contundentes argumentos en contra. El juicio moral se apoya también sobre estas dimensiones, sobre todo si se considera que en el ámbito de la política posee especial relevancia el aspecto de los efectos o consecuencias de las acciones. Esto no significa que haya que aceptar la distinción de Max Weber entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad. Pero, ciertamente, el consecuencialismo, la atención especial a los efectos de las acciones, es especialmente relevante en el ámbito de la política.
Comencemos con una precisión terminológica. Me refiero aquí no al nacionalismo en general, sino al independentismo en España. Tan cierto es que en una democracia caben todas las opciones siempre que cumplan la Constitución como que sobre ellas puede recaer un juicio moral negativo, aun cuando sean respaldadas por una mayoría política o social. La mayoría no decide sobre cuestiones de verdad o de bondad.
La moral puede entenderse como la búsqueda de lo mejor. El análisis de la moralidad del secesionismo debe entonces tratarse desde la perspectiva de si es lo mejor para España y, subordinadamente, para Cataluña, ya que, en principio, el todo prevalece sobre las partes. Elegir lo peor o lo menos bueno sobre lo mejor es una opción moral equivocada, es decir, es una inmoralidad.
Examinemos, pues, algunos males del secesionismo catalán. En primer lugar, constituye una amenaza para la paz social, ya que entraña una división radical tanto entre los catalanes como entre algunos catalanes y el resto de los españoles. Toda fractura social que amenaza a la paz es una violación de la justicia. Si la paz y el orden social constituyen la finalidad esencial del Derecho y la justicia, todo lo que se opone a ellos es injusto.
El segundo argumento se refiere al hecho de que cumplir el Derecho constituye, en principio, un deber moral. Digo en principio porque no hay un deber moral de cumplir el Derecho radicalmente injusto porque el Derecho injusto no es propiamente Derecho. El secesionismo catalán consiste en una especie de golpe de Estado lento y anunciado. No puede apoyarse en la Constitución, sino que, por el contrario, la destruye. No hay que olvidar que la Constitución establece que ella misma se fundamenta en la unidad indisoluble de la Nación española. Rota de hecho la unidad nacional, quedaría destruida la Constitución. No hay secesión sin destrucción de la Constitución y, con ella, del Derecho. Por lo demás, una cosa es la resistencia contra un invasor, que puede ser legítima, y otra la destrucción de una gran nación. Por lo demás, no hay ninguna legitimidad jurídica para la secesión en las próximas elecciones, que son autonómicas y derivadas de lo establecido por la Constitución española. Se eligen diputados autonómicos y nada más.
Tercer argumento, próximo al primero. Una nación consiste en un vasto proceso de incorporación. La segregación va en contra del proceso de la construcción europea y del espíritu de la convivencia internacional que tiende a la formación de unidades más amplias. Parece algo estúpido que Cataluña se disgregue de España para unirse con ella en el ámbito de la Unión Europea. Si el bien y la sabiduría se identifican, la estupidez es inmoral. La nación, como afirmó el historiador Mommsem contemplando la historia de Roma, es un vasto programa de incorporación. Una nación no se forja mediante segregación de unidades más amplias, sino mediante la incorporación de elementos preexistentes. Hecho que demuestra la vitalidad de la potencia nacionalizadora. Si Cataluña tuviera un gran programa de nacionalización al que invitara al resto de los pueblos españoles y europeos, demostraría ser una nación, pero si se define por lo que no es y se limita a reivindicar su derecho a ser ella misma en su pequeñez y soledad demuestra con eso que no es una nación ni ejerce una potencia nacionalizadora. Por lo demás, si, como pretenden los secesionistas, Cataluña llevara siglos sometida al yugo español, se demostraría, por eso mismo, su falta de gallardía secular. Y el catalán no puede ser un pueblo de esclavos secularmente sometido. Por mi parte, podría valorar al nacionalismo catalán si ofreciera un programa sugestivo de vida en común al resto de los españoles, inspirándolo y dirigiéndolo, pero su mero separatismo revela su carácter disgregador y, en suma, inmoral.
No es mi argumento favorito, pero tampoco cabe excluirlo. La secesión entrañaría el empobrecimiento de los catalanes. Y no es mi argumento favorito porque es radicalmente consecuencialista y porque los catalanes, si fueran titulares de un derecho a la secesión, que no lo son, tendrían todo el derecho a ejercerlo aunque se empobrecieran. Otra cosa es que los promotores del secesionismo mientan a sus electores en beneficio propio, lo que es, ciertamente, una inmoralidad. Por lo demás, separarse por razones, que no existen, de ventaja económica sería una manifestación de insolidaridad.
Llegamos así a otro argumento. El secesionismo se fundamenta en la mentira y la mentira es siempre inmoral. En la mentira y en la falsificación de la realidad y de la historia. Toda causa que se apoya en la mentira y necesita de ella revela su radical inmoralidad. La transparencia y la veracidad son los atributos de la honradez.
Un último argumento, este dirigido a los católicos, que son, pese a todo, muchos en Cataluña y en España, probablemente una gran mayoría. Los obispos españoles así lo han querido (y debido) expresar en su magisterio. La unidad de España es un bien moral. Probablemente, en alguna medida, por lo que se ha expuesto anteriormente. La vida de España está íntima y esencialmente vinculada con el catolicismo. Y acaso esto constituya una explicación de lo que nos pasa. Apenas alcanzó su unidad nacional al final de la Reconquista, emprendió la gesta americana con sus luces, muchas, y sus sombras, pocas, menos que sus luces. Si España dejara de ser católica, dejaría de ser España. Y en eso, por desgracia, están algunos. La crisis de la unidad de España sería, en parte, consecuencia del final de su labor evangelizadora. El catolicismo es la razón de ser de España. Aquí reside la clave de la leyenda negra. En este sentido, el separatismo va de la mano y es una consecuencia de la grave crisis moral que padece España. Por eso no se trata de una mera cuestión política, sino de una profunda cuestión moral. Ni juzgo ni, por lo tanto, condeno a las personas. No tengo autoridad ni vocación para ello. Sólo digo que el secesionismo no es sólo un error político, sino también un profundo error moral.
ABC 26/09/15 – IGNACIO SÁNCHEZ CÁMARA, RECTOR DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE VALENCIA SAN VICENTE MÁRTIR