Juan Carlos Girauta-ABC
- La PSOE es el lugar estético y, digamos, moral donde los españoles van a parar por defecto
Ha concluido Narciso sus vacaciones de escolar, que no perdona. León de la siesta, pantera del descanso. No va a mostrarse con legañas y bostezando; lo suyo es aparentar que ha dedicado el agosto a pensamientos de enjundia. ¿Acaso unas reflexiones a lo Azaña, elegantes, tardías y trágicas? No. El agitador profesional de cubiletes, el rey del descuido, tiene otros dones, no le pidas ideas. Y no hay en el mundo del moderno trilero campo más prometedor que la política de las bellas palabras. Esas que no suponen nada, que no exigen nada, condición sine qua non para que las acepte con el croissant mañanero, zumo, hotel y conferencia, un sistema de poder que en España tiende a la parálisis.
Nuestro establecimiento ha tomado por modelo a las estatuas. Ojo, estatuas inquietas, la tensión está ahí, enterrada alma adentro.
¿Y si no es el hombre? -le pregunta un consejero delegado a una puerta giratoria con corbata que inmediatamente adopta, cual Proteo polimorfo, aspecto de exministro socialista. Uno de esos que se ha librado de la última mota de polvo ideológico sin soltar el carné del PSOE. Porfiar en esa militancia cuando no tienes nada que demostrar es la prueba de que el PSOE no es un partido. Es el Movimiento. Habría que tener un Ministerio del PSOE igual que había un Ministro Secretario General del Movimiento. El próximo ejecutivo del PP, cuando caiga el turno, debería nombrar su «ministro del PSOE», reconocer de una vez por todas que el PSOE y España son inseparables, y aun intercambiables.
La PSOE es el lugar estético y, digamos, moral donde los españoles van a parar por defecto. Así se ha diseñado con tanto sacrificio esta democracia. Desde aquella noche de octubre del 82 en que los redactores de TVE destacados en los dominios de Guerra lloraron y levantaron el puño, la construcción de la normalidad nunca ha interrumpido la transmisión de un conocimiento gnóstico manejado con primor: PSOE y Estado son Cástor y Pólux, y el segundo comparte voluntariamente con el primero su inmortalidad. ¿A quién podría extrañar que tantos falangistas cansados vivieran una segunda juventud, los ojos iluminados, cuando descubrieron al inigualable Felipe González del fragor de principios de los ochenta?
Consciente de que mi digresión es mayor que mi tesis (y sin dejar de recordarles, a riesgo de parecer impertinente, que una columna no tiene por qué contener ninguna tesis), vuelvo a Narciso. Ayer relajó a las estatuas, no fueran a inquietarse más, con un plan de reformas «de calado», o eso decían las agencias. A saber: «transición ecológica, transformación digital, agenda feminista y cohesión social y territorial». El eslogan, «España puede».
O sea: autoayuda y conjuros. Es un magufo si cree que pronunciando «ecológico» o «feminista» obtiene algo que no sea reforzar -dado su sorprendente cargo- la corriente principal, y básicamente inútil, de los pétreos quietecitos.