José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
La debilidad del Gobierno excita su glotonería mediática. Iglesias avisó en 2015 de que la «gente no milita en los partidos sino en los medios» y que por eso Podemos tiene que «intervenir ahí»
El Gobierno de coalición es más débil, debe ‘modular’ sus pretensiones presupuestarias, no tiene amarrada la mayoría que dio cobertura a la investidura del presidente y las previsibles exigencias europeas para participar del fondo de reconstrucción implicarán una rectificación del rumbo del actual Ejecutivo. El tándem Sánchez-Iglesias es más frágil y reacciona con una mayor intolerancia a las críticas, como se ha podido comprobar con la agria respuesta a los comentarios de Felipe González sobre las disfunciones que observa en el Consejo de Ministros y por su supuesta participación en operaciones editoriales, empresariales y políticas.
Medios vinculados a la Moncloa y al vicepresidente segundo han arremetido contra el que fuera jefe del Gobierno de España durante 13 años, el político fundamental de la transición y en nuestro desarrollo democrático y un líder socialista que sigue recabando el respeto y capacidad de referencia en amplísimos ámbitos internacionales. El ataque contra Felipe González, al que se acusa de “interferir” en la acción del Gobierno, ha llegado hasta la utilización de un recurso de dudosa decencia: sacar a colación un documento de la CIA de ¡1984! que le acusa de haber creado los GAL. La petición de varios socios parlamentarios del Gobierno para que el expresidente comparezca a dar explicaciones en el Congreso es una especie de ‘castigo’ a un González que se limita a ejercer su derecho a la crítica y a hacerlo en la forma —nunca incorrecta— que le parece conveniente.
Un Gobierno débil reacciona siempre como lo haría un elefante en cacharrería. Y con los medios de comunicación, sean próximos (para que lo sean más y sin autonomía) o críticos (para que dejen de serlo), ha aplicado durante el estado de alarma prácticas por completo objetables, que parecen continuar. El secretario de Estado de Comunicación se permitió ‘filtrar’ las preguntas en las ruedas de prensa sobre el covid-19; la Guardia Civil ha sido utilizada para vigilar el ‘clima’ de crítica a la gestión gubernamental de la pandemia, y el CIS realizó, en un barómetro especial sobre el coronavirus, una pregunta tan insidiosa como esta: “¿Cree usted que habría que prohibir la difusión de los bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación, remitiendo toda la información sobre la pandemia a fuentes oficiales, o cree que hay que mantener la libertad total para la difusión de noticias e informaciones?”.
Estas circunstancias, y otros episodios que revelan la glotonería mediática del Gobierno, reactualizan la reflexión de Laurent Habid escrita en su libro ‘La comunicación transformativa’. Según este comunicólogo francés: “La crisis de legitimidad de las autoridades tradicionales es el resultado de un sistema que ya solo se sostiene, desde hace tiempo, por una comunicación hipertrofiada, ombliguista, fútil e insignificante. Una comunicación que ya no está para dar forma y escenificar la realidad —para hacerla inteligible y valorarla— sino que ha acabado sustituyéndola” (página 60). En otras palabras, Christian Salmon, en su ‘La era del enfrentamiento’, resume la tesis de Habid en esta expresión: “La comunicación es la razón de ser de la política”. Y en la Moncloa hay expertos —a veces poco finos, la verdad— que más que de política en sentido tradicional entienden de tácticas comunicativas y, lo peor de todo, se ocupan de apretar los tornillos de los medios, afines o críticos, utilizando una amplia panoplia de recursos.
Esto está pasando en España. No es nuevo, pero la alerta encendida en muchos medios por la intrusión gubernamental revela la preocupación de sus gestores y de no pocos profesionales que tuvieron, incluso a su pesar por lo que significaba de retroceso en la libertad de prensa, que elaborar y firmar un documento contra el procedimiento de censura previa instaurado, mientras pudo, por la Secretaría de Estado de Comunicación. Pero la sobrevenida debilidad gubernamental vuelve a excitar el celo controlador de la Moncloa.
Estábamos, no obstante, advertidos. Pablo Iglesias, en una entrevista con Fernando Vallespín, recogida en el libro ‘Una nueva transición’, se atrevía a explicitar lo siguiente: “Nosotros decíamos algo que se convirtió en una de las claves del diagnóstico para interpretar Podemos; decíamos que los partidos políticos son los medios de comunicación. La gente no milita en los partidos. La gente milita en la radio que escucha. Uno es de la COPE, uno es de la SER, o es de Onda Cero. Uno es de ‘El País’, de ‘La Razón’, de ‘El Mundo’. O es de La Sexta o es de Telecinco, y digamos que todos ellos son lo más parecido a lo que Gramsci llamaba el intelectual orgánico. O intervenimos ahí, o estamos muertos políticamente” (página 95). Más claro, agua.
Para no ‘morir políticamente’ —en versión del ahora vicepresidente segundo, que pensará lo mismo que cuando contestó a la entrevista en 2015—, el Gobierno debe ‘estar ahí’. Y hacerlo significa, simple y llanamente, una intrusión en los medios hasta donde se pueda, como se pueda y cuando se pueda, aprovechando, además del poder que conlleva la disposición de BOE, la debilidad financiera de las empresas editoras.
En uno de sus pecios literarios más redondos (el nº 702), Jorge Wagensberg (‘Solo se puede tener fe en la duda’) plasmó esta reflexión: “La libertad de expresión sin libertad de pensamiento es para la democracia de los que ya piensan lo mismo”. Ese el objetivo: que todos pensemos lo mismo.