- No nos interesa que la izquierda sea aún más sectaria, intolerante y discriminatoria que los “fascistas” que critica. Nos interesa que alguien tenga la empatía de mostrar la tolerancia con el diferente que otros no tienen.
La izquierda está intelectualmente muerta. Es el adversario cultural derrotado, y esto no es una buena noticia. La derecha necesita una izquierda sana, como un pulmón necesita al otro, Madrid a Barcelona, Europa a Rusia, o el Barça al Madrid.
Algunos sueñan con el fin de la polaridad. La tensión que generan los extremos les pone nerviosos y preferirían resolver el problema del griterío imponiendo una única voz, la suya.
Yo, al contrario, me lamento del dominio de la derecha. Y no porque no me gusten las ideas de derechas, sino porque no me gustan las ideas que acaban imponiéndose, aunque sean las mías. No me gustaría que el Madrid ganase otras catorce Champions seguidas. Me pasaría al waterpolo o a cualquier otra cosa que conservase el espíritu deportivo.
Ahora que la izquierda es un árbol caído, es fácil y entretenido hacer leña de ella. Es tan ridícula, tan autocaricaturesca, tan servil, tan dependiente de ideas extremas y absurdas, que la tentación de ensañarse con ella es prácticamente irreprimible.
Irene Montero lo pone muy fácil, cada vez que habla se produce una hiperinflación de la opinión. Y todavía los hay que echan de menos a Pablo Iglesias, cuando a su lado tienen a Ione Belarra.
Pero ¿tiene sentido seguir atizando los rescoldos del leño quemado? Atizar a esa izquierda derrotada es alargar la vida de unas ascuas que ya son ceniza. Es dar voz a quien no tiene ideas. Y, cuando hacemos eso, además de ser poco elegantes, estamos demostrando que a lo mejor nuestra única idea era machacar las ideas del otro.
«Lo mejor que le puede pasar a la izquierda es que no huya hacia adelante y que asuma con alegría y satisfacción que hace tiempo que ganó»
Aquí hay un problema, y lo hemos visto en Italia con el triunfo del postfascismo de Giorgia Meloni. Una izquierda cualquiera justifica cualquier derecha. Y como veo a nuestra izquierda tan vulgar, tan olvidada de sí misma, tan perdida en discusiones que no tienen una pizca de realidad, y me temo que esto justifique cualquier barbaridad en la derecha, me permito recordarles el eje de coordenadas en el que se deberían mover para reubicarse en el mapa.
Una persona sensata de izquierdas dirá que lo que le diferencia de la derecha son dos cosas, “los derechos” y “el Estado”. Yo creo que son más cosas, pero cojamos la sartén por su mango.
Por “derechos” entienden el tema amplio del sexo, el género y la vida. Y, por “Estado”, lo que estamos viendo estos días con la discusión sobre los impuestos, los ricos, los pobres y el protagonismo que debe tener el Estado en la construcción de la sociedad.
A la derecha le parece que la izquierda del género y el sexo es toda igual. Pero a poco que uno se asoma a sus debates, ve que las posiciones están muy enfrentadas y que las sectas feministas son muchas y mal avenidas. Tampoco hay un consenso general sobre cuántas siglas hay que sumarle al colectivo LGTB.
No nos interesa que la izquierda sea aún más sectaria, intolerante y discriminatoria que aquellos “fascistas” que criticaba. Nos interesa que alguien tenga la empatía y la sencillez de mostrar la tolerancia con el diferente que otros no tienen. Aquí, en el campo del “género”, lo mejor que le puede pasar a la izquierda es que no huya hacia adelante y que asuma con alegría y satisfacción que hace tiempo que ganó.
«También hay una izquierda que ha defendido la libertad, la autonomía empresarial, el asociacionismo, y que ha abominado del abuso de poder y del dominio totalitario del partido-Estado»
En el otro campo, el del “Estado”, es dónde más puede volver a ser ella misma. Donde más puede hacer y donde más trabajo tiene. Hay dos tradiciones en la izquierda, una de corte más intervencionista, como Saint-Simon, y otra más anarquista, como Proudhon. En España tuvieron a Ángel Pestaña, un anarquista maravilloso, pero prefirieron a la CNT.
A la izquierda le podemos recordar entre todos que no solo, ni siempre, han sido totalitarios, estalinistas, intervencionistas y nacionalistas. También hay una izquierda que ha defendido la libertad de iniciativa, la autonomía social y empresarial, el asociacionismo, y que ha abominado del abuso de poder y del dominio totalitario del partido-Estado.
[Opinión: Savater contra la izquierda reaccionaria]
Hay una izquierda que puede enarbolar con orgullo la bandera de la libertad. Y que no tiene por qué huir hacia adelante haciendo crecer sin sentido el gasto público, los impuestos, el caciquismo, el aparato ineficiente de la administración y el monstruo del corporativismo empresarial.
La izquierda española todavía puede abrazar al débil como en tantas ocasiones ha hecho. Puede acordarse de los ucranianos, de las mujeres iraníes, o de los padres de familia. De esos grandes olvidados por ella. Porque si ella no se acuerda de ellos, otro lo harán, aunque sean “fascistas”.
Cuanto más se enfangue la izquierda en sus fantasmas, el del género y el estatalismo, y más se olvide de las libertades y la iniciativa social, peor será la calidad de la derecha. Por eso, en el fondo, escribo sobre ella, sobre nosotros, sobre lo mucho que necesitamos a la izquierda para no justificar todas las barbaridades que podamos llegar a cometer.
*** Armando Zerolo es profesor de Filosofía Política y del Derecho en la USP-CEU.