- «El Estado soy yo», dijo Luis XIV de Francia en frase célebre. En estos últimos años, incluso el lunes pasado, Pablo Iglesias nos venía siempre a decir: «La izquierda soy yo»
A veces, muy de vez en cuando, la política española da alguna alegría. La salida del Gobierno de Pablo Iglesias, sus causas y consecuencias, es una de esas raras ocasiones. Hay motivos para estar satisfechos.
Iglesias se va en el punto culminante de su desprestigio. Creó un partido aprovechando los rescoldos del 15-M, un movimiento de protesta acéfalo, acaecido en 2011, que no encontró cauce político hasta 2014 bajo su indiscutible liderazgo. Eso hay que reconocerlo. Pero una vez en la cumbre, pronto se dedicó, de forma paciente pero sistemática, a destruirlo.
Se deshizo inmediatamente de sus compañeros iniciales (especialmente significativo es Errejón), fue cambiando de ideas en busca de nuevos votos y alianzas (nacionalistas de distinto pelaje), centralizó y burocratizó un partido que en principio pretendía estar abierto a sus bases (ha sido caudillo único), en su vida privada se comportó como un pequeño burgués con pretensiones de ascenso social (desde Vallecas a Galapagar), muy legítimo por cierto, pero entonces no puedes ir de chulo dando lecciones morales por la vida.
La primera, quien le reemplaza en el Gobierno Sánchez, aunque desempeñando la vicepresidencia tercera, es una señora que ha demostrado en este último año, cuando el Ministerio de Trabajo ha estado en el centro de la convulsa situación social creada por la pandemia, que sabe pactar, que huye del protagonismo mediático, del griterío y el histrionismo. En definitiva, que entiende de política. Por tradición familiar ha oído hablar de las luchas de Comisiones Obreras bajo el franquismo —su padre fue fundador de Comisiones en la reunión clandestina de Barcelona el año 1964— y tiene la mentalidad de los comunistas de aquellos años, en Italia, en Francia, también en España: un sindicalismo de pactos donde lo mejor para los trabajadores es lo posible, no un ideal inalcanzable que se esgrime para hacer demagogia. Manuela Carmena también pertenecía a esta tradición.
A la ya difícil situación actual no es preciso «sumarle ni más frivolidad, ni más espectáculo, ni más testosterona»
No se puede decir más, ni de forma más elegante, con un menor número de palabras. Ha retratado a Iglesias con exactitud: por fin alguien de la izquierda se atreve con el macho alfa de la política española. Más Madrid puede crecer y, sobre todo, entenderse con un nuevo Podemos si al fin se libran del asfixiante poder de Iglesias. Un partido no populista a la izquierda del PSOE sería conveniente para la estabilidad de nuestro sistema político.
«El Estado soy yo», dijo Luis XIV de Francia en frase célebre. Tenía razón: aquello era un Estado absoluto. En estos últimos años, incluso el lunes pasado, Pablo Iglesias nos venía siempre a decir: «La izquierda soy yo». No tenía razón, por fin se ha descubierto. La izquierda no es populista, por tanto, la izquierda no es él.