José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • Error en Murcia, error en Madrid, la coalición herida, ERC con la extrema derecha separatista: Sánchez, candidato el 4-M. Gabilondo es un caballero

Pedro Sánchez y sus colaboradores en la Presidencia y en Ferraz han cometido en estos últimos 10 días graves errores de cálculo a tal punto que el PSOE permanece sumido en un actitud perpleja. La Moncloa se asemeja ahora a una ‘escape room’ en la que hay que buscar la salida en un tiempo determinado y breve.

¿Ha asumido Sánchez que la operación de descabalgamiento del Gobierno murciano ha sido una chapuza tanto de Arrimadas como suya propia? Si lo que se pretendía con la moción de censura contra Ejecutivo de López Miras era subrayar una nueva sintonía con los naranjas para visualizar ante Unidas Podemos una alternativa a la actual mayoría de la investidura, el asalto combinado en Murcia era innecesario porque bastaba maniobrar en el Congreso de los Diputados como en ocasiones anteriores (geometría variable) para reposicionar las políticas del Gobierno en un terreno de mayor centralidad. 

El error de Murcia no ha sido el que ha desatado por sí mismo los acontecimientos posteriores, sino que ha abierto las compuertas de unas decisiones embalsadas pero ya tomadas que estaban esperando la oportunidad de ser ejecutadas. De ahí que fuera muy previsible que el movimiento en Murcia tuviese una réplica en Madrid donde el Gobierno de coalición entre el PP y Ciudadanos se sostenía tan o más precariamente que el de la región levantina.
La reacción del PP cortocircuitando —al margen de la estética del procedimiento empleado, no peor que el utilizado por PSOE y Cs— la moción de censura en Murcia, por una parte, y disolviendo la Asamblea de Madrid y convocando elecciones en la región, por otra, han dejado a la intemperie, por supuesto, a Arrimadas, pero también a Sánchez. Aunque haya sido peor para la primera que para el segundo, los socialistas se quedan sin la apetecida Murcia y perderán la delantera que tenían sobre el PP en Madrid en las elecciones del 4-M.
En vez de asumir que los populares se habían movido con reflejos, el PSOE madrileño, siguiendo la pauta de Más Madrid, interpuso una tardía moción de censura en la que se empeñó hasta que este domingo el Tribunal Superior de Justicia de la comunidad zanjó fulminantemente la cuestión: Díaz Ayuso le había ganado también la partida del ‘timing’ y se celebrarán las elecciones cuando ella las convocó, con tal oportunidad —otra cosa es la responsabilidad— que ha forzado una crisis de proporciones terminales en Ciudadanos y ha pillado al PSOE con un candidato, Angel Gabilondo —todo un caballero y por ello especialmente inadecuado para la feroz batalla madrileña— que, ‘de facto’, será sustituido por la intervención intensiva de Pedro Sánchez en la campaña para lograr el efecto de que la lid se disputa en realidad entre Díaz Ayuso (ni siquiera Casado), Iglesias y el propio presidente del Gobierno (no Gabilondo), aunque haya que prestar una especial atención a Mónica García que ha tenido los arrestos suficientes de frenar en seco las prepotentes aspiraciones del secretario general de Podemos.

Los acontecimientos políticos de Murcia y Madrid han ofrecido al vicepresidente segundo la ventana de oportunidad para abandonar el Consejo de Ministros, testamentar a favor de Yolanda Díaz, anunciar que será ella la que le sustituya en las lista en las elecciones generales y regresar al territorio de la agitación que le es propio, después de experimentar que “estar en el Gobierno no es estar en el poder”, tal y como declaró en junio de 2020 y en enero de este mismo año. De lo que se retira Iglesias es de la institucionalidad, pero no de la política activa. Cambia la vicepresidencia por la acción en la calle y la soflama en los medios. Ha comprobado que el régimen del 78 no lo puede tumbar desde dentro y ahora intentará hacerlo desde fuera en libérrima complicidad con todos sus adversarios: lo que quede de UP, ERC, Bildu, las CUP, el BNG y quienes se apunten a ese revoltijo de insurrectos. Desde esa premisa, Pablo Iglesias va a alzarse —ya sin mediatizaciones institucionales— contra el Gobierno de coalición hasta hacerlo más imposible todavía de lo que ya está demostrando ser.

Sánchez sabe —aunque sus portavoces digan lo contrario— que su todavía vicepresidente segundo dispone de un mayor arsenal ofensivo contra la coalición fuera que dentro del Consejo de Ministros y, como augura el PNV a través de Aitor Esteban, que el desmarque de Iglesias conduce a unas elecciones en 2022 —quizás antes— porque al fracaso de su artificioso entendimiento con el líder morado se ha añadido la tan previsible “traición” de ERC en Cataluña, partido en el que Sánchez depositó una temeraria expectativa de colaboración y que se va a aliar con la extrema derecha separatista de Borràs, Torra y Puigdemont y la extrema izquierda anarquista de las CUP para formar un Gobierno de exasperación populista en aquella comunidad.

 La única salida al ‘escape room’ que hoy significa la Moncloa consiste en abortar la legislatura en el momento oportuno. Una derrota de las izquierdas en Madrid precipitaría el fin de la experiencia coalicionista. Para que los acontecimientos no desborden a Sánchez, el presidente se va a situar en el proscenio de la campaña madrileña porque el resultado del 4-M le marcará el camino de salida del laberinto en el que un cúmulo de errores tácticos y estratégicos le han introducido. Su plan, a la postre, será el previsto: a la izquierda del PSOE solo hay subversión y a su derecha, extremismo. Estamos en vísperas de que el socialista regrese a la representación estadista de abril de 2019: ni con Podemos, ni con independentistas. El será el centro, la garantía de la integridad, constitucionalidad y de la regeneración. Y colará.