José María Múgica-Vozpópuli
  • Que la izquierda haya renunciado a disputar a la derecha la expresión del sentimiento nacional es un signo espantoso de su debilidad intelectual

No hace tanto tiempo, los españoles comprendíamos sin esfuerzo lo que era la izquierda: el partido de lo universal, de la democracia, de la justicia y de la igualdad, de laTransición, de la Constitución del 78, viga maestra de nuestro sistema democrático, la casa común en la que todos los españoles cabíamos sin exclusión después de siglos de enfrentamientos, y de guerras civiles. De manera que una gran parte del pueblo, de los obreros a los campesinos, de los funcionarios a los profesores, se reconocía en ella. Luego, bajo el nombre paradójico de French Theory nos llegaron de Estados Unidos ideas que era la negación misma de ese ideal. Eran la imagen inversa del universalismo, esa magnífica síntesis de Las Luces del siglo XVIII. Y así, a fuerza de particularismo, de identidades troceadas y enfrentadas entre sí, el personal de la izquierda se fue deslizando en un terreno que no era el suyo y en el cual su electorado no se reconocía.

Todo el mundo os dice que la izquierda y la derecha se han terminado, todos los sondeos os lo confirman. Yo no estoy tan seguro; la vieja división ha sobrevivido a tantos entierros. En efecto, más que a una extinción es a un intercambio de papeles, de valores, entre los dos campos lo que a mi juicio se ha producido.

La nación puede ser la mejor o la peor de las cosas según ella sirva para discriminar o por el contrario para comunicar con el
distinto

No se trata aquí de abordar la gestión del Gobierno mantenida en estos cuatro últimos años, sus limitaciones evidentes, sus errores mayúsculos, su incapacidad de dirigirse abiertamente y con claridad al pueblo español. Si alguno de los valores históricos de la izquierda viene fallando es el de la nación. Una notable parte de la izquierda ha venido a apartarse sobre este indispensable crisol de voluntades y de esperanzas. La nación puede ser la mejor o la peor de las cosas según ella sirva para discriminar o por el contrario para comunicar con el distinto. Que la izquierda haya renunciado a disputar a la derecha la expresión del sentimiento nacional es un signo espantoso de su debilidad intelectual. El declive producido en la última más de década y media española parece casi inexorable.

“La nación es un concepto discutido y discutible”; esta
disparatada frase de un anterior presidente socialista se
remonta a unos quince años

Huérfana voluntaria, hija de nadie, cómo la izquierda puede esperar seducir al otro cuando es ella quien alimenta tanto desprecio por sí misma. La izquierda, que como la derecha es eterna pues ella es una categoría del espíritu en sociedad, no reencontrará su electorado más que cuando ella haya reencontrado sus espíritus y sus valores.

Es ya de viejos tiempos que recordemos esa pérdida delconcepto de la nación. Tres chispazos lo hacen entender: “la nación es un concepto discutido y discutible”; esta disparatada frase de un anterior presidente socialista se remonta a unos quince años. Más reciente es esa otra soltada del tirón en unas primarias socialistas, y dirigida al hoy presidente del Gobierno: “Pero Pedro, ¿tú sabes lo qué es una nación?”. Más recientemente, un miembro socialista con asiento en el Consejo de Ministros dijo aquella otra barbaridad: “España está compuesta por ocho naciones”.

Por lo menos nos ahorramos que las describiera, evitándose así un patinazo histórico. No es difícil saber lo que es una nación, concepto inaugurado en la revolución francesa. Ya lo dijo el abate Sieyès hace más de dos siglos: comunidad de ciudadanos agrupada alrededor de la misma ley y bajo una misma representación. Ya se define en nuestra Constitución de 1978, fundamentada en la indisoluble unidad de la nación española (art.2). En definitiva, la nación como cuerpo de unión de todos los ciudadanos, libres e iguales. Y eso, que debería ser tan elemental, que de hecho lo ha sido y lo sigue siendo desde hace más de doscientos años, es lo que ha abandonado, víctima de su propia confusión, el partido de izquierda por antonomasia en España, el PSOE.

Y es que es casi imposible no hacerlo, cuando se construyen mayorías parlamentarias rigurosamente incompatibles con el concepto de nación. Es incompatible hacerlo con una fuerza política como Unidas Podemos, hoy demediada y en evidente crisis de la que habremos de ver si tiene salida. Un populismo con nulo sentido de estado, y nulo sentido de lo que es la nación, en la que ni siquiera cree.

Después, los aliados parlamentarios de que dispone el gobierno son directamente enemigos de la nación y de su estado. En primer lugar, contamos con una fuerza golpista como ERC, debelador absoluto de nuestra Constitución, cuyo juego no es otro que debilitar el Estado, empezando por sus instituciones una tras otra. En segundo lugar, la alianza de todo punto inmoral con Bildu, heredero político del terrorismo, y no sólo impugnador de la nación y de su Estado, sino que ensimismado en la defensa de los terroristas hoy en prisión por sus crímenes como elemento estratégico prácticamente único.

Entregar la reflexión y el destino sobre la
nación a la derecha es garantía segura no sólo de fracaso
electoral sino de una pérdida gravísima de
lo que fueron las señas de identidad de la izquierda

Claro que, puestos a buscar explicaciones a cualquier cosa, la encontramos también en por qué el PSOE se permite gobernar con semejante banda de incompetencia y deslealtad. La explicación aparece tan sencilla como desnortada: porque si no gobernaría la derecha. Y es así, a base explicaciones imposibles, que se viene produciendo el deslizamiento de la izquierda hacia su irrelevancia. Entregar la reflexión y el destino sobre la nación a la derecha es garantía segura no sólo de fracaso electoral sino, con el tiempo, de una pérdida gravísima de lo que fueron las señas de identidad de la izquierda desde hace dos siglos, en España desde la Constitución de Cádiz de 1812.

No conozco forma más sencilla y unívoca de lo que es la nación y la unidad de España que aquella que fijó Alfonso Guerra en su magnífico libro La España en la que creo. “La unidad de España no es otra cosa que la igualdad entre españoles, tan sencillo, tan democrático. Es éste el principio fundamental de la construcción de nuestra España”. Así sea. Y así, nunca debería la izquierda gobernar con quien tiene por consigna destruir todo ese legado espléndido.