Ignacio Camacho-ABC
- Ese niño acosado en Canet es el símbolo del Estado de derecho atacado por una turba xenófoba de paletos pendencieros
La España constitucionalista quiere ver, merece ver la foto del niño de Canet entrando a la escuela escoltado por la Policía. Y Sánchez, tan aficionado a los gestos de impacto, está perdiendo esa fenomenal oportunidad propagandística. Aunque fuera por hacerse un favor a sí mismo debería dar la orden sin esperar a que sea la Justicia la que tome medidas. Los votos que pueda perder en Cataluña los compensaría de sobra en las dos Castillas, en Extremadura, en Andalucía, incluso en el Madrid que repudia su pacto con los separatistas. El país al que tanto ha engañado desea esta vez creerle, siquiera por conveniencia, la bella mentira de un golpe de dignidad fingida para preservar el principio de la libertad educativa.
Porque ese chaval acosado -cinco años, por el amor de Dios- es la imagen, el símbolo, la bandera andante del Estado de derecho atacado por una turba xenófoba de paletos pendencieros. Los mismos, por cierto, que se victimizaban como corderitos inocentes cuando los guardias defendían la Constitución ante su golpe insurrecto y ahora se envalentonan animando a apedrear la casa del pequeño y hacerle el vacío en el colegio. Los que denuncian, insultan y aíslan a los alumnos que osen hablar español en el recreo. Los que se han arrogado la potestad de tratar a los castellanohablantes como metecos y encapsularlos en una burbuja de desprecio. Enfermos de odio, borrachos de resentimiento, herodes de aldea, supremacistas fétidos rebozados en sus propios excrementos. Miserables, sabandijas, rastreros.
Pero si se atreven a esto, si han alcanzado este grado de sórdida indecencia, si son capaces de acorralar a una criatura para intimidar a sus padres, es porque se saben respaldados por las autoridades locales. Y éstas a su vez se sienten impunes para desafiar a los tribunales porque nunca antes les ha parado los pies nadie. No es la lengua el problema sino la libertad, la garantía de convivencia entre ciudadanos iguales, la resistencia a la exclusión de muchos catalanes dispuestos a rebelarse contra un designio de hegemonía aplastante. Eso es lo que teme el poder nacionalista y lo que sus brigadas de choque combaten con el furor intolerante de una horda de talibanes.
Es la hora de que el presidente de la nación decida si va a continuar plegándose a la coacción de sus compañeros de viaje. Por su propio interés, ya que parece improbable que pueda ceder a escrúpulos morales; el coste político de esa alianza lo va a arrastrar a una espiral de desgaste. No tendrá otra ocasión más flagrante de desmarcarse. Si busca ejemplos o precedentes, que recuerde el de Eisenhower con aquella niña negra de Luisiana protegida por agentes federales. No puede mirar para otro lado sin convertirse en cómplice de esa cacería salvaje. Si se desentiende de esta vergüenza, si no hace frente a sus responsabilidades, la jauría de Canet será la jauría de Sánchez.