IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Miller definió un periódico como una nación hablándose a sí misma. No hay democracia posible sin esa conversación legítima

Si no fuera por la prensa –entendida como el conjunto de medios– no te habrías enterado jamás de los ERE. Ni de la Gürtel. Ni de los dineros del Rey Juan Carlos. Ni de la corrupción sistémica de los gobiernos populares valencianos. No conocerías los tejemanejes de Urdangarín. No sabrías que Delcy aterrizó cargada de maletas en Barajas una noche de enero. Te habrías tragado las mentiras de Simón el Embustero, y habrías creído que las decisiones del Gobierno durante la pandemia obedecían al consejo de un auténtico comité de expertos. No hubieses visto los ataúdes de los fallecidos en el Palacio de Hielo. Ignorarías las comisiones del tráfico de mascarillas, no te sonaría el nombre de Koldo, ni el del Tito Berni, y quizás hasta te creerías, por falta de elementos de contraste, las encuestas de Tezanos. Y por supuesto, no habrías tenido noticia de que la tesis de Sánchez estaba trufada de plagios y de que a su esposa le habían montado una cátedra patrocinada por beneficiarios de adjudicaciones del Estado.

De todos esos y muchos otros escándalos, los que llegaron al juzgado habían aparecido previamente en periódicos, televisiones y radios. Las primeras denuncias se basaron en muchos casos en las informaciones ciertas que los medios habían publicado. Y casi siempre, los afectados reaccionaron en principio negando las evidencias. Bulos, inventos, manipulaciones sensacionalistas, decían con una indignación tan seria que invitaba a creer en sus protestas. Durante el confinamiento, el poder intentó incluso implantar una suerte de censura para que sólo su voz llevase a las casas de los españoles las verdades oficiales. Y te contaré algo que probablemente no sabes: en ese tiempo dramático hubo cientos de miles de ciudadanos, más que antes, que cada día se atrevían a salir a la calle para comprar periódicos ¡¡de papel!! con los que informarse.

En una escena de ‘La jungla del asfalto’, el jefe de Policía apaga ante los periodistas todas las comunicaciones de radio donde los patrulleros dan parte de los incidentes cotidianos. Y les dice que si ese sonido calla, lo que queda es la jungla, la ley de la selva. Algo así sucede con la prensa. Arthur Miller escribió que un buen periódico es una nación hablándose a sí misma. No existe un régimen de libertades posible sin esa conversación legítima, por mucho que las redes digitales intenten sustituirla con su basura de odio y sus infundios –estos sí lo son– en sesión continua. Repasa tu memoria personal: no encontrarás una sola revelación relevante y verificada que no haya aparecido primero en una cabecera de cierta importancia. Tal vez entiendas por qué el Gobierno pretende ahora controlarlas, justo cuando su presidente se encuentra en una situación personal delicada. ‘Spoiler’: no lo va a conseguir porque el periodismo libre no se calla y porque ni siquiera él puede cargarse la democracia.