No ha sido una sorpresa para nadie que conozca el panorama sociolingüístico de Cataluña el resultado del último informe PIRLS sobre rendimiento escolar de alumnos de cuarto curso de primaria, es decir, discentes de entre nueve y diez años de edad. Este estudio internacional que abarca más de cincuenta países evalúa la comprensión lectora de los niños en esta etapa educativa temprana y es sin duda un indicador muy significativo de la calidad de un sistema de enseñanza. Los inmisericordes datos demuestran que la inmersión lingüística en catalán impuesta por la Generalitat nacionalista de forma creciente y continua a lo largo de cuatro décadas ha sido un estrepitoso fracaso. El nivel alcanzado por los niños catalanes se encuentra a la cola en el conjunto de España y vergonzosamente por debajo de la media internacional. La conclusión de los expertos y de cualquier persona sensata es que la escolarización en una lengua distinta a la materna, como es el caso de más de la mitad de las familias del Principado, se traduce en un inevitable deterioro de la capacidad de los alumnos de leer un texto, entenderlo y poder responder a preguntas relacionadas con su contenido. A esta afirmación se objetará que los matriculados desde el jardín de infancia en centros extranjeros que operan con gran éxito y considerable demanda en nuestro país, Liceo Francés, Escuela Británica, Instituto Italiano, acaban sus estudios de bachillerato siendo perfectamente bilingües. En efecto, pero con tres diferencias notables respecto a la inmersión lingüística separatista: se trata de una elección voluntaria, no forzada, este modelo se concentra en sectores socio-económicos y culturales altos y en estas instancias docentes se extrema el esfuerzo para que sus pupilos aprendan también español hasta su completo dominio. En cambio, las sufridas víctimas de la obsesión identitaria no tienen otra opción que tragar con la inmersión, pertenecen mayoritariamente a clases sociales modestas de riqueza léxica descriptible entre las que abunda, para empeorar aún más la situación, la población inmigrante y se encuentran con el hecho insólito de que en las aulas a las que acuden sus hijos la lengua oficial del Estado es objeto de especial hostilidad y manifiesto desprecio por un cuerpo docente cuidadosamente seleccionado en función de su adscripción a la causa secesionista.
Priva a millones de ciudadanos de Cataluña del manejo eficaz de un instrumento de comunicación universal que emplean en el mundo quinientos millones de hablantes nativos más otros muchos que la poseen como idioma aprendido
El particular ensañamiento de los nacionalistas con el español obedece a un motivo evidente. Los catalanes no se diferencian del resto de españoles ni en el color de la piel ni en los rasgos faciales ni en las creencias religiosas ni en gustos gastronómicos ni en su historia compartida ni en el contexto geográfico, por tanto, el único elemento al que pueden acudir los golpistas para inventar su nacioncilla es la lengua, latina, por otra parte, y prima hermana del castellano. Esta exacerbación de una pequeña diferencia exhibe cotas llamativas de irracionalidad. Priva a millones de ciudadanos de Cataluña del manejo eficaz de un instrumento de comunicación universal que emplean en el mundo quinientos millones de hablantes nativos más otros muchos que la poseen como idioma aprendido y dotado de una de las literaturas más formidables del planeta, dificulta la movilidad de empresas y profesionales de todo tipo del territorio nacional y más allá hacia Cataluña, empobreciéndola material, social y culturalmente y genera un sentimiento de frialdad y extrañamiento en muchos de sus compatriotas españoles con efectos económicos y comerciales negativos.
Llegados a este punto, muchos lectores pensarán: sí, es un asunto lamentable, pero al fin y al cabo es lo que los catalanes han votado y si una cuadrilla de fanáticos iluminados tienen la mayoría en el Parlament habrá que aguantarse si creemos en la democracia. Sin embargo, a esta objeción hay que oponerle un hecho ilustrativo y es que en 1980 los separatistas eran en Cataluña apenas un 10% y hoy se han cuadruplicado. Este fenómeno tiene una explicación obvia: si a los nacionalistas se les han entregado para que los usen a placer la educación, poderosos medios de comunicación públicos y los fondos necesarios para domesticar a los privado, amén de un enorme presupuesto con el que regar de subvenciones a una sociedad clientelizada, quién se puede extrañar de su hegemonía en las urnas.
Los hijos y los nietos de los que adulaban a Franco sin pudor ni decoro son los que ahora pululan por el Círculo de Economía, el Círculo Ecuestre y Fomento prodigando sumisas zalemas a Puigdemont, Junqueras y demás delincuentes
Los nacionalismos de separación en estados democráticos no son más que movimientos de conquista del poder orquestados por élites empresariales, intelectuales, financieras y políticas que anteponen su deseo de saquear el presupuesto y fanfarronear al frente de las instituciones al interés general. Los hijos y los nietos de los que adulaban a Franco sin pudor ni decoro son los que ahora pululan por el Círculo de Economía, el Círculo Ecuestre y Fomento prodigando sumisas zalemas a Puigdemont, Junqueras, Rufián y demás delincuentes. No existe en el mundo una burguesía más acomodaticia, rastrera y cobarde que la catalana. Como dijo el ladrón Felix Millet, son doscientas familias y se conocen todas, aunque hubiera sido más preciso añadir que casi ninguna tiene vergüenza. El uso de la lengua como arma política en sociedades multilingües constituye un crimen cultural y social además de una irresponsabilidad política que sus impulsores pagarán en el futuro cuando la gente a la que manipulan despierte, advierta el tremendo perjuicio que le han causado y se vuelva contra sus tiranos. Esperemos combatiendo sus mentiras y sus abusos la llegada de ese día glorioso.