Libertad Digital 11/12/12
JOSÉ BASTIDA
Nunca en la historia de las democracias occidentales se había producido un atropello a la educación tan sibilino y miserable como el de los últimos 35 años en España. Partiendo del marxismo de la umbría Sorbona (la intelligentsia hispana siempre ha sido afrancesada), mezclado con la neurótica ideología anticolonialista de Frantz Fanon y filtrado todo ello por la pedante pedagogía catalana de la época, la izquierda española se apoderó en los años setenta del sistema educativo, desde la primaria hasta la universidad. Y estas circunstancias de superestructura histórica son la causa eficiente del pavoroso estado actual de la nación, ya que las distintas generaciones de españoles escolarizados durante estos decenios se han formado bajo los planes pedagógicos doctrinarios de un profesorado extremadamente ideologizado en el nacionalismo sectario o en el izquierdismo, que son las dos caras de un mismo propósito: fomentar el odio a la historia común y moldear a los educandos en los modos de vida de la izquierda, esto es, en el cinismo colectivista antisistema, para llevarlos al estado Leviatán, al tiempo que se desprecian los valores humanísticos y de libertad inherentes a nuestra cultura milenaria. Curiosamente, en Cataluña, la derecha rancia y cainita es compañera de viaje de este proyecto totalitario, y en otras zonas de España sucede lo mismo con el PP, pero es por ignorancia e indolencia: este partido no se preocupa de nada que no vaya más allá del análisis demoscópico para ganar elecciones.
Pues bien, la realidad social española es así de desoladora gracias a este plan de ingeniería social mascullado hace décadas. Si hoy en España la justicia es manifiestamente mejorable, los políticos nadan en la indolencia y la corrupción o los cuadros empresariales y científico-técnicos están desorientados es por culpa de que han tenido, en muchos casos, unos maestros y catedráticos mediocres, adscritos a la endogámica función pública y muy pendientes de impartir la resacosa doctrina progre, tal como si se tratase de un obsoleto estado satélite de la extinta Unión Soviética. No hay duda, nuestra crisis estructural parte de esta nefasta educación pública, empeorada gobierno tras gobierno.
Y ahora todo revienta porque el ministro Wert toca tímidamente la madre de todas las batallas: las lenguas vernáculas o autonómicas, las armas más poderosas para ese control ideológico con que cuenta el nacionalismo y la izquierda. Han saltado como plañideras.
Las distintas autonomías bilingües se encuentran bajo un ordenamiento educativo falsario donde se priva a la ciudadanía de los más elementales derechos a la educación en la lengua materna o deseada por la familia, porque a través de la inmersión (fatídico y diabólico concepto) se despoja al individuo de su bien más preciado, su propio yo libre, y se intenta convertirlo en un objeto del fin revolucionario o de la construcción de la supuesta patria leviatánica. De esta forma se conculcan los más elementales principios del derecho natural, la libertad y la propiedad, que siempre precede a cualquier acuerdo social, porque ni las lenguas ni los territorios tienen derechos, los tienen los hablantes, los ciudadanos libres. Sin embargo, en España este principio jurídico fundamental se obvia; y los tribunales, amparándose en superferolíticas normativas de normalización lingüística y educativa, legislan, por ejemplo, contra las consultas a los padres o anulan el derecho del niño a expresarse en una de las dos lenguas oficiales, como ha pasado recientemente en Galicia; donde el presidente Feijoó se ha atrevido a afirmar que su política lingüística es un ejemplo para toda España. En esta comunidad, como en Cataluña, Valencia, País Vasco o Baleares, se cuentan por miles las intimidaciones a los niños en su uso del español o los incumplimientos de la utilización de esta lengua en las asignaturas o tramos pedagógicos; así, en muchos institutos la clase de lengua española se da en lengua vernácula. Incluso se va más allá cuando los equipos normalizadores controlan y abren expedientes al profesorado díscolo o los orientadores se preocupan más por el nivel de conocimiento de la lengua patriótica que de los problemas emocionales y de aprendizaje de los niños. Todo esto sucede, año tras año. Lo saben los padres pero tienen miedo al sistema, mientras los políticos miran para otro lado porque todo está bajo el control de ese mismo sistema: las APAS y los claustros siempre están dominados por gentes de izquierda. La situación parece el argumento de un inquietante relato futurista de Ray Bradbury pero es una realidad tangible, que se sufre con resignación, hasta que esa realidad tan tozuda estalla cuando se observa tanto fracaso escolar en una juventud desnortada, con mucha información y sin nada de conocimiento.
En fin, la lengua es la excusa, el caballo de Troya de la izquierda y los nacionalismos para utilizar a los educandos más allá de la mayéutica educativa que merecen estos ciudadanos en edad de formarse en conocimientos y valores humanísticos. Todas las lenguas son muy respetables, pero es vergonzoso cómo se emplean para fines de miseria política.