ABC 24/09/15
LUIS DEL VAL
· La historia de Europa es una historia herida de separatismos con más o menos litros de sangre derramada dolorosamente. Y nunca falta un tonto contemporáneo dispuesto a enarbolar la bandera de la partenogénesis y a descubrir lo diferentes que son de los de los demás, es decir, lo superiores que son alos otros, y lo estúpidos que son los otros por no reconocerlo
UN día, en Estrasburgo, comiendo con Carmen Llorca cerca de la catedral, me comentaba su asombro ante el desconocimiento sobre la Historia del continente que observaba entre sus compañeros diputados en el Parlamento Europeo. Debí de hacer un gesto de obviedad o de recelo, que su perspicacia captó con rapidez, y añadió:
–No lo digo por deformación, por ser profesora de Historia, no. Lo digo porque me asombra el inmenso desconocimiento que veo en asuntos tan básicos como, por ejemplo, la Primera Guerra Mundial.
Me acuerdo de aquella conversación, precisamente en estos momentos en que una parte de España quiere separarse y acudir con aparentes argumentos históricos a la Unión Europea para solicitar su admisión. No hay que ser adivino, sino poseer unos ligeros conocimientos de la Historia de Europa, para saber de antemano el escaso entusiasmo que puede provocar esa petición en países como Italia, Dinamarca, Grecia, Alemania, Francia o Reino Unido, por no extenderme más.
La negativa de Francia es tan previsible como que cuando se oculta el sol es necesario usar luz artificial. El llamado Frente de Liberación Nacional de Córcega ha realizado, entre el siglo pasado y este, cerca de mil atentados, atracos a bancos, robos a mano armada y ataques a edificios públicos franceses, incluso con dinamita. El año pasado, el FNLC decidió desistir de su lucha por la independencia. Pero los políticos franceses saben que hay otra grieta en el País Vasco francés. Excepto la miopía y soberbia de Giscar d’Estaigne, que se creía «le roi», y que contribuyó a que los asesinos de ETA se refugiaran y descansaran en Francia, todos los presidentes franceses y primeros ministros posteriores han colaborado activamente para perseguir a los sanguinarios etarras. Y esa enérgica actitud ha sido una de las claves para el cese de las actividades sangrientas de ETA en España, así como la manera más eficaz de que la viruela independentista no pasara de Biarritz.
También hay zonas con procesos menos recientes, pero que están frescos en la memoria de muchos franceses. Tal es el caso de Alsacia, que, tras la guerra franco-prusiana, quedó bajo dominio alemán. Aquello provocó en Francia el espíritu del «revanchismo», y en Alemania el del «pangermanismo», y ambos contribuyeron notablemente al cocimiento y estallido de la I Guerra Mundial. Entonces Alsacia y el Mosela pasaron a poder de los franceses, y, más tarde, durante la II Guerra Mundial, cuando en 1941 cae en manos alemanas, los nuevos dueños abren campos de concentración y prohíben a sus habitantes hablar en francés. Luego, en 1945, vuelve a estar en manos francesas.
Tampoco es muy complicado adivinar la reacción de Italia, porque en 1996 Umberto Bossi declaró: «Nosotros, pueblos de la Padania, solemnemente declaramos: la Padania es una República Federal independiente y soberana. Nosotros ofrecemos un intercambio de garantías, nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sacro honor». Luego, comenzaron a añadir a la Padania otras provincias hasta llegar a cerca de 28 millones de habitantes. Vamos, que Italia quedaba reducida a la zona sur de Roma, y eso es un ingrediente para adivinar que cualquier dirigente italiano, que no sea de la Liga Norte, sentirá una impaciencia arrebatadora para dar el sí a una Cataluña independiente.
Podríamos seguir con la Dinamarca que vio cómo se independizaba Islandia –convertida más tarde en un nido de corrupción– o con la Bélgica que tiene a los flamencos preguntando qué hay de lo suyo en cuanto existe un momento de paz. O con el Reino Unido, que tuvo que pasar por un referéndum con Escocia, sin que le falten independentistas en Gales, o con Grecia, que tiene a un puñado de miles de griegos en Albania.
La historia de Europa es una historia herida de separatismos con más o menos litros de sangre derramada dolorosamente, según las circunstancias. Y nunca falta un tonto contemporáneo dispuesto a enarbolar la bandera de la partenogénesis y a descubrir lo diferentes que son de los demás, es decir, lo superiores que son a los otros, y lo estúpidos que son los otros por no reconocerlo.
En una sociedad donde la irresponsabilidad individual es ya una pandemia, cualquier profeta que prometa el paraíso es recibido con alborozo, porque será la opresión de los demás la que nos libere de la culpa de nuestra falta de ingenio, de nuestra ausencia de iniciativas, de nuestra torpeza: en suma, de nuestra inmadurez. Y casi nadie piensa que lo que le ocurre, bueno o malo, no es culpa del alcalde de la ciudad ni del gobierno de turno, ni siquiera del Rey. Lo que nos sucede se debe a la consecuencia de nuestros actos y, también, a la mala o buena suerte, pero la suerte tampoco es un negociado que esté en manos del concejal del distrito.
¿Por qué comíamos Carmen Llorca y yo en Estrasburgo? Porque allí está la sede del Parlamento Europeo. ¿Y por qué se eligió esa ciudad? Pues porque es la capital de Alsacia, y Francia y Alemania quisieron subrayar que ya estaban superadas las ambiciones territoriales, que ya estaba bien de idas y venidas, y que aceptaban las fronteras tal como estaban y como quieren que sigan estando. Nada mejor que poner allí el símbolo de la democracia europea para convertirlo en un ejemplo de la supranacionalidad, lejos de esa lacra que ha azotado al continente desde los Urales hasta el Atlántico y el Mediterráneo.
La vieja leyenda de Zeus convirtiéndose en toro para raptar a Europa y llevársela a la isla de Creta se ha repetido tantas veces que Europa ya no acaricia los lomos de ningún toro blanco, ni se fía de los que dicen que la aman, invitándola a que se trocee cada vez más. Porque detrás no suele estar Zeus, sino hombres vulgares presos de sus egoísmos. Quien dice Europa dice los europeos, que se quedaron convencidos, tras la cosecha de más de 20 millones de cadáveres de la Gran Guerra, de que eso no volvería a suceder. Y la tragedia se repitió tan solo una generación después. A Europa le falta más unión y le sobran nacionalismos. Y se puede caer en la equivocación por ignorancia, pero si se persiste en el error, si se repite con machacona contumacia que Cataluña será recibida con los brazos abiertos por los países de la Unión Europea, es que el cinismo ha suplantado a la honradez, y quien quiere ser el caudillo o el guía de un pueblo obra con una deshonestidad tan premeditada como repugnante.