Ya ni Gasol puede

ABC 24/09/15
LUIS VENTOSO

· Ni siquiera él osa decir claramente lo normal: que se siente catalán y español

En esas aerolíneas de bajo coste, donde hasta los bajitos nos sentimos encajonados, Marisa y Agustí tendrían que volar sentados de canto. Ella mide 1,86, y él, 1,96. El suyo fue realmente un matrimonio de altura. De jóvenes jugaron un poco al baloncesto y luego les dio por la salud ajena, Agustí como enfermero y Marisa de doctora. Esos genes larguiruchos explican los 215 centímetros de su hijo Pau. La cuna le regaló también al primogénito otro raro don: Pau no era un gigante patoso al uso, posee una coordinación y agilidad infrecuente en las torres humanas.

Pero ahí se acaban los regalos de la genética. Lo que vino luego se lo curró a pulso. Una infancia y una juventud robadas por los entrenamientos y los partidos, que le impidieron ahondar en el piano y lo obligaron a plantar también la carrera de Medicina. La llegada a la NBA con solo 20 años; en otro idioma, con otra cultura y bajo una competitividad implacable, al dictado del resultado y alérgica a las pamplinas. Hasta hubo de ensanchar su físico desgarbado para convertirse en una bomba de músculos, capaz de aguantar embestidas de 140 kilos en tromba. Todo tuvo su premio: un palmarés que lo convierte en el mejor deportista español de la historia junto con Nadal. Dos títulos de la NBA, donde ha jugado 34.911 minutos en catorce temporadas, un título del mundo con España y tres de Europa, dos platas olímpicas… Y seguirá dando guerra con los Bulls ya con 35 años.

Millonario, espectacularmente exitoso en la cancha y adorado por el público, podría haberse convertido en un perfecto imbécil, como tantos ídolos deportivos de gloria tempranera y Ferrari pedorreante. Pero es una persona admirable. Templado y afable, con la puerta y la sonrisa siempre abiertas para atender a los chavales, alérgico a las boberías. Un gran deportista y un tipo educado.

Además, al igual que su amigo Nadal, es una persona leal con su país, como prueba sacrificando sistemáticamente sus vacaciones de verano para jugar con España. Pero esta semana le han preguntado por las elecciones del domingo y ha optado por inhibirse: «Yo me centro en lo mío y mis opiniones personales ahí se quedan».

Es evidente, porque lo ha demostrado y lo ha dicho alguna vez, que Pau se siente catalán y español, que era lo normal y saludable hasta hace solo tres años. Pero esta vez no se ha atrevido a expresar algo tan sencillo. ¿Por qué? Pues porque la libertad en Cataluña empieza a ser un bien escaso según de qué pie cojees. El sentimiento español te incorpora de inmediato a la lista de indeseables del régimen.

Si ya ni siquiera puede mojarse Gasol, un cosmopolita que vive en Chicago y goza de un inmenso afecto popular, ¿cuál será la situación de los millones de catalanes anónimos que no comparten el planazo oficial de odio al vecino y separación? Significarse lo más mínimo como proespañol en Cataluña se ha convertido en un motivo de estigma público. Esa gravísima merma de la libertad es lo más lacerante de esta repulsiva historia. Sí, González, lo escribió usted bien, aunque luego se retractase raudo y medroso, acogotado por el mismo totalitarismo que enmudece a Gasol. En efecto, esto ya se ha visto y ocurrió en la Europa de los años treinta.