Tonia Etxarri-El Correo

La nueva guerra entre Puigdemont y Junqueras por su liderazgo está siendo la pieza fundamental del parón que está experimentando la negociación de la investidura de Pedro Sánchez con ERC. La llave de la Moncloa que le abrirá las puertas de un gobierno inestable la tiene Junqueras. Pero quien cumple condena por sedición y malversación está manteniendo un doble pulso. En dos escenarios: la Generalitat y la Moncloa. El enfrentamiento entre los secesionistas catalanes ha saltado al escaparate porque los dos partidos están pujando por la sustitución de Torra como presidente de la Generalitat. Condenado por desobediencia y aunque no sea en sentencia firme, tanto ERC como JxCat dan por hecha su inhabilitación. Y los dos pretenden asumir la representación interina del Gobierno catalán hasta que se convoquen nuevas elecciones autonómicas. Y en el pulso de la Moncloa, Junqueras aguarda el informe de la Abogacía de Estado sobre su condición de eurodiputado. El bucle se enreda.

La situación no puede ser más arriesgada. Pedro Sánchez, parapetado en las negociaciones menos transparentes que hemos conocido en los últimos años y huyendo de los medios para no tener que dar explicaciones, ha ido desbrozando su camino de obstáculos. Y él estaba en otro carril. Solo pendiente de Junqueras. ERC controla. Domina los tiempos de Sánchez. La Abogacía del Estado, doblemente presionada por ERC y el PSOE, deberá pronunciarse en las próximas horas sobre la sentencia del Tribunal de Justicia europeo acerca de la inmunidad de Junqueras. La coacción está siendo tal que ayer los abogados del Estado reivindicaron su independencia a través de un comunicado.

A nadie se le escapa que si su pronunciamiento es favorable a la inmunidad de Junqueras estará más cerca la investidura de Sánchez. Con el «conflicto político» en Cataluña ya reconocido y la «seguridad jurídica» en sustitución de cualquier mención a la Constitución, había avanzado mucho. Porque no tiene quien le tosa en el partido. Laminó a los críticos hace tiempo. Cuando fue capaz de renunciar a su escaño para no tener que abstenerse en la investidura de Rajoy. Ahora negocia con quienes quieren destruir el Estado sin que nadie del Partido Socialista se muestre escandalizado. Ayer una voz, la de Nicolás Redondo, se alzaba para emplazar a sus compañeros a que se rebelen contra las cesiones que está haciendo Sanchez a los secesionistas.

Pablo Casado de vez en cuando hace llamamientos a los socialistas para que impidan un gobierno rehén de la extrema izquierda y los secesionistas. Pero no dejan de ser un brindis al sol. Sánchez está legitimando al preso Junqueras al negociar sus condiciones. En esa clave se movió la justicia europea para pronunciarse a favor de sus derechos. Si pudo ser votado, ¿cómo negarle su condición de electo mientras durase su situación provisional en la cárcel? Y sus socios de la extrema izquierda y nacionalista han ido desplegando un manto de opinión para minimizar las consecuencias de tanta concesión. Total, ya se sabe. Negociar es ceder. ¿Que se rebasan los límites de la Constitución? No pasa nada. Solo se queja la oposición. Pero como son de centro derecha no hay que tenerlos en cuenta. A la derecha, ni agua. Lo que equivale a decir, en las actuales circunstancias, a la defensa del Estado, ni agua.

Porque los socios con los que está negociando Sanchez no creen en la democracia representativa. Tienen a las instituciones secuestradas, en Cataluña, desde hace más de una década. No creen en el Estado de derecho porque quieren desgajarlo. Quienes tienen la llave de la Moncloa para que Sánchez pueda empezar a gobernar son quienes conspiraron contra la Constitución. Pretendieron formar un Estado paralelo. Y lo volverán a hacer («ho tornarem a fer»).

ERC espera (exige) que el Estado no actúe. Que se inhiba en procedimientos abiertos en la Audiencia Nacional, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña o el Tribunal de Cuentas. En resumen: que deje de existir en Cataluña. Pronto sabremos si la abstención de ERC tiene contrapartidas tan inasumibles. Sánchez tiene tanta obsesión con su investidura que ha llegado a utilizar la congelación de las pensiones como arma de presión. Quienes ahora se han subido a la ola de la frivolidad y la falta de exigencia de los valores que dieron a este país el marco de la estabilidad y la convivencia acabarán añorando el «régimen» constitucional. Veremos hasta dónde nos arrastra una sola persona, movida por su ambición.