IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La estrategia electoral de Sánchez ha resultado un desastre en el que sólo faltaban las sospechas de fraude

Esta campaña en el fango sólo podía acabar con un escándalo de compra de votos y con el PSOE señalado y en búsqueda desesperada de algún candidato del PP, aunque sea un concejal de mínimo rango, al que poder salpicar con el ventilador del barro. Esta clase de mercado negro es frecuente en elecciones locales pero a los socialistas les ha estallado en la cara y de plano en el momento más delicado, con las expectativas cuesta abajo y el incómodo recuerdo de un líder que trató de saldar una votación interna del partido con un pucherazo. En las filas del sanchismo cunde una atmósfera de descalabro. Para mayor inri, la imputación del número dos de Juan Espadas, nada menos que en un caso de secuestro, ha dejado a los socialistas perplejos y a la Moncloa sin otra respuesta –en ambos casos—que el silencio, esa clase de parálisis que presagia un hundimiento.

Sea cual sea el resultado del domingo, la estrategia de Sánchez ha resultado un desastre. En vez de parapetarse tras sus barones autonómicos y alcaldes para minimizar su evidente desgaste, el presidente asumió el protagonismo a base de anuncios de derramas clientelares cuyo rédito parece como mínimo cuestionable. La polémica sobre la ley andaluza de regadíos en Doñana, agitada con apoyo entusiasta de la trompetería mediática, quedó opacada de inmediato por la aparición en las listas de Bildu de terroristas etarras y el bloqueo de un Gobierno que reaccionó tarde, mal y a rastras, desconcertado por la provocación de uno de sus aliados de confianza. A partir de ese momento sus decisiones tácticas han cobrado el aire deslavazado de los trucos de un ilusionista que ha extraviado el secreto de la magia. No le ha funcionado nada pese a la fama infalible de su descomunal aparato de propaganda. Y el alboroto nacional en torno a Vinicius ha terminado de arruinar los planes de la última semana, por la que Feijóo se ha paseado como si lo transportasen en andas.

La compraventa de votos, muy grave en Melilla y bastante en Mojácar, es el colofón de una carrera de despropósitos que desnuda la reputación presidencial de resistente a ultranza. Sigue siendo difícil de tumbar y mantiene la determinación de plantar cara pero pasado mañana puede perder plazas que hace un mes, antes de que se echase la campaña a la espalda, tenía virtualmente ganadas. El riesgo iba implícito en el enfoque plebiscitario, en la pulsión narcisista que ha oscurecido a dirigentes territoriales mejor valorados. De producirse el previsible triunfo de la derecha, su liderazgo saldrá muy cuestionado: nadie tendrá dudas de su responsabilidad fundamental en el fracaso. El goteo de dirigentes detenidos en las últimas horas barrunta una catástrofe. Están apareciendo indicios de corrupción electoral por todas partes y sería un desenlace de justicia poética que el final de su ciclo se precipitase como empezó: a cuenta de un fraude.