IÑAKI EZKERRA, ABC 08/02/13
· Por la conversación iban desfilando de manera confusa todos los tópicos justos e injustos que la derecha arroja contra sí misma.
Me ocurrió durante el pasado fin de semana, en esos tres primeros días de febrero que ya son inolvidables gracias a un espectacular acorralamiento al Gobierno popular, que no tuvo un precedente semejante ni en los momentos más críticos de las dos últimas legislaturas socialistas y que se dio por todos los frentes: el mediático, el internáutico, el callejero… Yo me encontraba en una tertulia de amigos en la que el monotema era inevitablemente ése. Todos ellos habían votado al PP y todos ellos estaban despotricando contra el PP, como es ya tradición entre el electorado y la militancia de ese peculiar partido.
Por la conversación iban desfilando de manera confusa todos los tópicos justos e injustos que la derecha arroja contra sí misma: que si los indultos de Gallardón y las amnistías de Montoro son legalizaciones de la corrupción; que por qué el Gobierno no reacciona contra las acusaciones del PSOE y no decreta la publicación de las declaraciones fiscales de toda la clase política para despejar las dudas y las sospechas; que cómo un tipejo como Correa pudo ir de invitado a la boda de la hija de Aznar y cómo otro tipejo como Flores, el genio del Halloween trágico del Madrid Arena, pudo trepar a la categoría de «cliente preferente» del Ayuntamiento de Madrid; que si Bolinaga para arriba, que si Bolinaga para abajo; que si el fracaso del euro y los salvajes recortes a las clases medias; que si los maricomplejines con la izquierda, con los nacionalistas, con las administraciones autonómicas… De Bárcenas y Gürtel, mis amigos saltaban a los Mases y los Pujoles; de La Moncloa a la Comunidad y al Consistorio madrileños; de éstos a Génova, a Bruselas, a Bankia, a los errores del tardoaznarismo; de Merkel a Goioaga y a la pachorra arriolista como estrategia política para dejar que todos los males se pudran; que todos los problemas se olviden por la vía de la descomposición en vez de por la vía de la solución.
Estábamos en ésas. Alguien ya pedía la dimisión del Gobierno, cuando uno de los contertulios, que se había ido a los lavabos, regresó y rogó silencio para leer algo en voz alta mirando a su smartphone: «Noticia de la Agencia EFE: Mariano Rajoy dimite y convoca elecciones para dentro de sesenta días». La reacción fue fascinante. Los mismos que hacía un minuto no le perdonaban nada al partido gobernante palidecieron como si les acabaran de comunicar la muerte de un pariente. Lejos de acoger con euforia la supuesta «gran noticia», el que pedía dimisión sólo acertaba a balbucir con cara de devuelto: «¿Y ahora qué va a pasar?». Alguien le respondió que Rubalcaba se las arreglaría para ganar como en el 14-M, porque estaba en su salsa y sólo le faltaba desenterrar el famoso «queremos saber». «Ahora nos vamos a enterar de lo que es bueno», apostilló otro de los que más gritaban. Cuando el bromista soltó la carcajada, querían matarlo. Era ya tarde y el grupo se dispersó con una desconcertante sensación de humillación y alivio.
IÑAKI EZKERRA, ABC 08/02/13