JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

  • Después de haber conseguido un trato privilegiado por parte de Sánchez, Aragonès podría haber tenido el detalle de quedarse durante el himno

Dicen que el presidente de la Generalidad, Pere Aragonès, «se ausentó» de la ceremonia de apertura de la cumbre hispano-francesa en Barcelona para no estar presente en la interpretación del himno nacional español -se supone que algo le tocaría también a la Marsellesa- y en los honores rendidos al presidente de la República francesa. En realidad, Aragonès escapó, como tuvo que hacer también su maestro Oriol Junqueras en la manifestación, de los que todavía no se sienten suficientemente apaciguados por las concesiones del Gobierno.

El himno nacional de España debe producir en Aragonés el mismo efecto que se atribuye al agua bendita sobre el ángel caído o el ajo sobre los vampiros. El dirigente catalán pretendió hacer un gesto audaz y le quedó una escenificación grotesca, mucho más risible que enervante, un gesto de mala educación, el equivalente institucional de comer con la boca abierta o dedicar la sobremesa a picotearse la dentadura con un palillo. El ridículo berlanguiano de quien pretende combatir por encima de su categoría tal vez haya sido muy celebrado por su parroquia. Al fin y al cabo, ya sabemos que a las bases independentistas las ficciones épicas les abren las tragaderas. Por eso ven como valientes políticos a cobardones que cuando se enfrentan a un tribunal miran a otra parte pero no a la independencia y piden reformar la malversaciones para salvaguardar su bolsillo, de la misma manera que el sufrido público independentista considera políticos íntegros a los que les mintieron arrastrándoles a una revuelta secesionista que no estaban en condiciones de consumar. Así, ¿por qué no ver en este risible gesto un atronador puñetazo encima de la mesa de un carismático Aragonès para que se enteren Madrid y París?

Sin embargo, hay dos observaciones que habría que añadir. La primera es que el presidente de la Generalidad es el representante ordinario del Estado en la comunidad autónoma (artículo 152.1 de la Constitución) y queda raro que alguien que ostenta esa condición se niegue a escuchar el himno nacional del Estado al que representa. Esta es la deslealtad ventajista de los que disfrutan de lo que la Constitución y el Estado les proporcionan -eso de que Aragonès es continuador de la Generalidad medieval es un cuento romántico-, pero violan y deslegitiman deberes elementales que su poder lleva aparejados. Que se haya normalizado la deslealtad institucional sin consecuencias para los desleales debe ser parte también de la impunidad como terapia de desinflamación.

La segunda observación es también evidente. Aragonès, al igual que Junqueras, en funciones frustradas de agitador callejero frente a Macron, constituye el soporte fundamental del Gobierno de Sánchez. Su alianza con los socialistas -y viceversa- es una verdad inamovible, ahora y para la próxima legislatura si les dan los números. De modo que tanto postureo protocolario y tanta fuga musical siguen siendo juegos de espejos para que el secesionismo parezca lo que no es capaz de ser. Traigo a colación a Borges porque no sé si a socialistas y a ERC les une el amor o solo el espanto de ver que esta jugosa entente que se traen entre ellos puede acabar si el Partido Popular consigue gobernar a partir de diciembre.

Y luego está lo del referéndum, que cada vez que es negado por Sánchez resulta más creíble como la gran condición que ERC exigirá -insisto, si a ‘Frankenstein’ le dan los números en diciembre- y que el PSOE, después de un masivo afinamiento jurídico-constitucional, concederá como culminación de su relato de pacificación catalana.

Este es el clarificador contexto en el que hay que considerar la escenificación de tiras y aflojas entre unos y otros. La verdad es que después de conseguir los indultos, la reforma de la malversación, la derogación de la sedición, el sabotaje de toda la actuación de la Justicia española para conseguir la entrega de los fugados; después de los esfuerzos del Gobierno para que se olvide que si no hay ‘procés’ es porque terminó cuando se aplica el artículo 155 de la Constitución y Junqueras y compañía son juzgados y sentenciados por sedición y malversación; después de todo esto, Aragonès podía haber tenido un detalle y quedarse durante el himno para no enturbiar la celebración internacional de su socio y protector. Además, si se hubiera quedado, podría haber aprovechado para explicarle a Macron la ‘vía eslovena’ hacia la independencia que Aragonès patrocinó antes de descubrir el caso de Montenegro. Todo queda en los Balcanes.