Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 3/4/12
El PNV sangra por la herida de la división interna en Álava. Y se nota demasiado. Una elección de burukides que debe sentenciar un tribunal no augura estabilidad porque, de entrada, divide el pleito entre vencedores y vencidos. Por este dilema transitan las primeras horas, nada estables, de la nueva ejecutiva de Xabier Agirre, posiblemente el único político que ha dispuesto en apenas una semana de dos equipos de dirigentes distintos.
Esta ostensible exhibición de fuerza en el seno del PNV alavés ensombrece la imagen del partido, precisamente en un territorio donde la pérdida de músculo electoral obliga a una recomposición que, ahora mismo, se antoja una quimera teniendo en la mano la fotografía final de la renovación de sus cargos. Es evidente que las dos manidas sensibilidades asociadas a este partido han aflorado con especial crudeza en esta territorial jetzale.
Con la apuesta por Agirre, el EBB, y con él un significado porcentaje de afiliados alaveses, no ocultó sus preferencias por propiciar la salida de Iñaki Gerenabarrena. Les unía la necesidad de un cambio en la acción política, de un alineamiento con las tesis oficiales y de la obligada catarsis que hiciera olvidar los supuestos casos de corrupción. La llegada del cambio, vaya. En el empeño aglutinaron las fuerzas suficientes, a tal punto que les valió para infringir la primera derrota a los soberanistas en la elección de representantes alaveses en la dirección del PNV. Fue un aviso, pero el sector de Gerenabarena no se arrugó y recogió el guante.
La pelea de la renovación en el PNV alavés ha sido desagradable, según recoge el parte de guerra de los dos bandos en conflicto. Quizá no podía ser de otra manera a la vista de los antecedentes: Gerenabarrena no quería irse y el EBB lo deseaba: alguien tenía que perder la batalla. Sin embargo, es posible que todos hayan dejado demasiados pelos en la gatera. Los derrotados porque siguen sin aceptar las decisiones de sus propios órganos internos, en un gesto que cuestiona su convicción democrática; los ganadores, porque les acompaña el incómodo fantasma de quienes no les reconocen su triunfo.
Con el horizonte, cada vez más cercano, de las elecciones autonómicas, bien haría el PNV alavés, por su propio interés, en recomponer su figura. Tras su pérdida de poder institucional, amenazado electoralmente por Bildu dentro y fuera de Vitoria, con los próximos ecos judiciales de los procesos abiertos a varios de sus exburukides, vencedores y derrotados deberían asumir cuanto antes que el electorado castiga sobremanera las disensiones. Una fuga de votos en este territorio podría desnivelar entre abertzales y nacionalistas una balanza que parece muy compensanda entre las previsiones de Gipuzkoa y Bizkaia.
Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 3/4/12