EL CORREO 30/06/15
ANTONIO ELORZA
· La estricta fidelidad de las prácticas del Estado Islámico a las enseñanzas del libro sagrado conduce a los combatientes a vivir sus acciones como obra de Alá
Los tres atentados del Estado Islámico en el viernes de Ramadán conmemoran el primer aniversario de la organización yihadista, pero sobre todo plantean a Occidente la exigencia de una revisión de su actitud de cara a una amenaza demasiado real. Para conjurarla, las principales potencias siguen practicando la política del avestruz. Pero, por desgracia, el tema se ha agravado considerablemente desde los días de AlQaida y de la Alianza de Civilizaciones, y seguir insistiendo en que «los atentados nada tienen que ver con las creencias religiosas» es simplemente suicida.
El pasado ‘viernes negro’ fue la hora de la verdad para comprobar que por vez primera la yihad se plantea en un ámbito global, en escenarios diversificados que de paso revelan la vulnerabilidad de Occidente. Dos versículos del Corán sirven de base doctrinal a los salafíes del Estado Islámico: el 8.60, que ordena emplear todos los medios de guerra a efectos de aterrorizar (‘turh-ibüna’) a los enemigos de Alá, que son los tuyos, única vez que en el texto sagrado se emplea el concepto de ‘terror’; y el 2.193, que dispone la persistencia de la guerra contra esos enemigos hasta que cese la firná, la discordia religiosa en el mundo. La proclamación del califato por Al-Bagdadi el 29 de junio del pasado año, infravalorada por los expertos occidentales, supone ni más ni menos que una declaración de guerra a escala mundial contra todos y cada uno de ‘dar al-harb’, la tierra de los infieles.
Tenemos así abierta una tercera guerra mundial, de naturaleza completamente nueva respecto de las anteriores, puesto que quien la desencadena ocupa el territorio –concretamente en Siria e Irak– como plataforma para llevar a cabo agresiones en el resto del mundo, al mismo tiempo que en dicho espacio ensaya su forma de dominación basada en el principio de la hisba, el cumplimiento estricto de la sharia. Nueva forma de conflicto bélico que condiciona asimismo la respuesta del mundo agredido, el cual obviamente no puede responder con las mismas armas, ni por lo visto hasta ahora ha encontrado todavía el modo de hacerlo. Ni siquiera entiende lo que está ocurriendo.
Aunque existe una clave de información, despreciada habitualmente, que consiste en la estricta fidelidad de las prácticas del Estado Islámico al modelo de la edad de oro del primer islam, y de modo particular a las enseñanzas del libro sagrado. Es así como el tríptico de ataques terroristas se escuda en el versículo 3.54 del Corán, base de la declaración del EI traducida como «los complots con cosa de Alá». El original confiere un matiz significativo, con el verbo ‘makarü’, obrar con malicia, que se asocia al comportamiento del zorro, ‘makar’. «(Ellos) actúan con malicia, pero Alá es quien mejor actúa maliciosamente». Es una doble referencia al papel que la estratagema desempeña hoy y desempeñó desde el principio en la expansión del islam y al hecho de que el sujeto de las acciones es personalmente la divinidad. La obra del EI es vivida por sus miembros como obra de Alá.
La enseñanza del profeta armado se aplica asimismo a la táctica y a la estrategia desarrollada frente a los enemigos. El soporte territorial, en torno a las ciudades ocupadas (Raqqa, Mosul), se convierte en plataforma de lanzamiento de las expediciones que golpean por sorpresa los puntos débiles del adversario a partir de una alta movilidad. Claro que ya no se trata de expediciones, de ghazuas, a caballo, sino de desplazamientos con medios de transporte y guerra mecánicos, en buena parte arrebatados a los infieles. Ya no viven en el tiempo de las palomas mensajeras, advierten, tanto para la guerra como para el control de la vida ciudadana o para la economía. Antes de la revelación estuvo el espíritu de cálculo en el comercio de caravanas. Y al igual que en el periodo de Medina, o en las conquistas iniciales de los ghazies osmanlíes, los combatientes se encuentran empapados del designio divino que fundamenta su creencia. Derrotas como Kobane llaman a la venganza, no a la retirada. Y si no es viable de inmediato la conquista, se trata de desarrollar una guerra de desgaste que haga la vida imposible al enemigo. Los atentados sanguinarios en El Bardo y en Susa responden a ese objetivo de convertir en inviable la supervivencia económica del Túnez democrático, mientras el ataque en Koweit se dirige contra herejes chiíes y gobernantes apóstatas, vasallos de Occidente, y la decapitación de Lyon busca sembrar una profunda inseguridad en Francia y en el resto de Europa. Nada escapa a la astucia de Dios.
Nada debe escapar tampoco al conocimiento por nuestras sociedades, y por las minorías musulmanas en las mismas, de las raíces doctrinales de esta radical deshumanización. Las apologías y los encubrimientos han de verse sustituidos por una información en profundidad que combata abiertamente el fundamentalismo y promueva el minoritario islam progresivo.
Y contra el EI, ¿qué hacer? Los frentes son tres, y uno adicional. Este es de importancia insoslayable y no ha sido tenido en cuenta. Se trata de la necesidad absoluta de subvencionar masivamente a Túnez mientras su turismo se hunde a medio plazo. Salvar la democracia tunecina es una precondición para derrotar al yihadismo. De los tres restantes, el interior en Europa registrará un incremento de las medidas de seguridad, tristemente incapaz de evitar nuevos ataques de lobos solitarios, y no puede olvidar la lucha contra la islamofobia, en condiciones cada vez más difíciles por el eco de los atentados yihadistas y la propaganda de la extrema derecha. La movilización de los aliados árabes frente al EI y el fin de las ambigüedades y de los dobles juegos resulta imprescindible. Y, en el último, es Obama quien tiene la última palabra. Sin derrota militar del EI, por una u otra vía, la metástasis yihadista será imparable.