FERNANDO SAVATER-EL PAÍS

  • La mente humana se ejercita coloreando agujeros negros. Y dando voz tierna o amenazadora a lo que no habla

En una de las escenas más sugestivas de Moby Dick, el honrado y prosaico Starbuck reprocha al capitán Ahab su obstinación en vengarse de la ballena blanca: “¡Enfurecerse contra un ser sin uso de la palabra es impiedad!”. Y Ahab le responde: “Todos los objetos visibles no son sino máscaras. En cada acontecimiento, en el acto vivo, en la acción resuelta, algo desconocido, pero siempre razonable, proyecta sus rasgos tras la máscara que no razona. ¡Y si el hombre quiere golpear, ha de golpear sobre la máscara!”. Lo humano es utilizar las cosas y seres naturales como parte lúdica o trágica de un tablero simbólico en el que se desenvuelve nuestro destino. Ponemos intención expresiva en el opaco reto de lo que nada explícito formula, pero todo puede significarlo para nosotros: montañas, simas, océanos, bestias, planetas lejanos, cataclismos, agujeros negros… La mente humana se ejercita coloreando agujeros negros. Y dando voz tierna o amenazadora a lo que no habla.

Escribo estas líneas recién acabado el encierro de los miuras en los Sanfermines. Para disfrutarlo sólo hace falta no tener horchata en lugar de adrenalina en el cuerpo, pero para comprender el misterio de su disparate —como el de la lidia del toro bravo— hay que volver al capitán Ahab y su reprimenda metafísica a Starbuck. Los toros van tras los mozos que se arriesgan ante ellos y no perdonan errores o desfallecimientos. Esa escena extraña, antinatural, fuera de época, representa para quien quiere verla así el afán de ser humanos en un mundo que no lo es. Todos llevamos al toro detrás, pero un toro al que desafiamos libremente. Lo digo casi en broma, para burlarme de los pensadores y las pensatrices de la taurofobia. ¡Cuidado, no tropecéis ni miréis sobre el hombro, que vienen los miuras!