EL CORREO 20/09/14
ALBERTO AYALA
· Escocia seguirá formando parte del Reino Unido porque quienes nunca acuden a votar esta vez sí lo han hecho
La crisis económica y la corrupción han abierto una enorme brecha entre la política y la ciudadanía en los últimos años en España. Pero el desinterés de una parte de la sociedad por los asuntos públicos ni es una cosa de ahora ni algo que sólo ocurra en nuestro país.
Hace cuatro lustros, cuando España se asomaba tibiamente a la democracia tras la larga noche de la dictadura franquista era usual que los procesos electorales, locales, autonómicos o estatales, registraran porcentajes de participación casi siempre superiores al 70%. Lo mismo había ocurrido en la Europa democrática al término de la segunda gran conflagración mundial.
Aquel interés fue diluyéndose paulatinamente. Primero allí, en Europa, y luego aquí importantes segmentos sociales se fueron alejando de las urnas pareciera que para siempre. Hace años que ya nadie se sorprende de que unas elecciones se salden con niveles de abstención del 50%, el 60% y hasta del 70%, por más que ello suponga un evidente fracaso para cualquier democracia.
El Reino Unido o Escocia son buenos ejemplos. El primero alcanzó su récord de participación en unas elecciones en 1950 con un 83,61%. Doce meses después, la cifra caía al 81%. En 2010, apenas pasó del 65%.
En Escocia, los comicios al Parlamento de Edimburgo de 2007 registraron una abstención de nada menos que el 48,2%. En 2011, en las elecciones en las que los nacionalistas del SNP lograron la mayoría absoluta la participación fue ligeramente superior, del 51,8%.
Escocia dijo ayer no a la secesión. Lo hizo por un margen de más de diez puntos y medio. Una renta bastante superior a la que habían pronosticado los sondeos en los últimos días. En lo que no han fallado los sociólogos es en vaticinar una alta participación. Al final ha sido del 84,6%. Todo un récord para Escocia. Pero, además, una cifra que jamás han alcanzado ni el Reino Unido (su máximo histórico está en el 83,61% de 1950), ni España (79,97% en las generales de 1982 que ganó el PSOE tras el fallido intento de golpe de Estado del 23-F), ni Euskadi (79,3% en las generales de 1979).
En otras palabras, eso que se conoce como la mayoría silenciosa, o al menos una parte notable de esos cientos de miles de escoceses (incluidos extranjeros residentes) que un día desenchufaron de la política o nunca llegaron a interesarse por ella, esta vez sí ha hecho el triple esfuerzo. El primero, y más importante, el de pensar en la importancia de lo que estaba en juego. Luego el de inscribirse para poder emitir su voto. Y por último, el 18-S, el de acudir a su colegio e introducir la papeleta.
Tanto los partidarios del ‘sí’ como los del ‘no’ han trabajado durante meses para movilizar al mayor número posible de estos abstencionistas crónicos. Es evidente que han ganado estos últimos, gracias al miedo que siempre provoca lo desconocido y a los riesgos ciertos que en este caso entrañaba la secesión: quedarse fuera de la Unión Europea y/o de la libra esterlina. Ahí ha estado la clave del resultado final.
Con este resultado, Europa se quita un importante dolor de cabeza. Cameron salva su carrera política, aunque ni los suyos ni sus socios comunitarios olvidarán fácilmente su arriesgadísima apuesta de jugarse el referéndum al ‘sí’ o el ‘no’, sin la tercería vía que querían los nacionalistas, y que ha estado a punto de quebrar el estado británico.
Para el SNP, el veredicto ciudadano es un evidente revés, razón por la que ayer dimitió por sorpresa Salmond. Aunque un revés con matices toda vez que el miedo a la derrota ha llevado al unionismo a prometer esa tercera vía, esas nuevas competencias para Escocia, que no quiso incluir en la papeleta.
Por cierto, esta tercera vía de última hora, ¿será una inspiración para Rajoy aquí en España que nos quedamos con el desafío soberanista catalán en su punto álgido y con el vasco agazapado, pero siempre presente?