Paradojas escocesas

EL CORREO 20/09/14
KEPA AULESTIA

· La vía catalana se ha quedado sola en Europa. Hasta el PNV parece más cómodo con la victoria del ‘no’

La vivencia estatutaria en Euskadi y Cataluña no sacia el apetito soberanista sino que lo alimenta

Los resultados del plebiscito del jueves confirman que el independentismo en Escocia había sumado adeptos en muy poco tiempo, pasando de menos de un tercio de la población –que era lo que recogían las encuestas– hasta aproximarse a la mitad de los votantes del jueves. La convocatoria del referéndum y la verosimilitud de que al final el ‘sí’ obtuviera la victoria contribuyeron a ese aumento. Sería aventurado suponer que se trate de una tendencia lineal y ascendente. Como lo sería también concluir que la victoria del ‘no’ acalla «para siempre» o «para una generación» la demanda independentista. Hay un cambio de escenario. Las atribuciones actuales de la autonomía escocesa se asemejan a las competencias que Euskadi asumió en la preautonomía. Alex Salmond ha representado más la reivindicación que el gobierno, sencillamente porque los asuntos principales no han estado en manos del ministro principal.

Su dimisión responde a una cultura política de la responsabilidad y de la contrariedad que no se prodiga por aquí. La promesa, ratificada por David Cameron ayer, de que «devolverá» más competencias al Parlamento en el que el Partido Nacionalista es la primera fuerza situará a éste ante un compromiso de gobierno inédito. En el mejor de los casos podrá emular al PNV y a CiU presentándose en un formato que contribuyó al éxito del nacionalismo hegemónico en Cataluña y Euskadi: mostrarse a la vez como gobierno y como oposición.

Claro que todo eso dependerá de cuatro factores: la negociación de las condiciones políticas y materiales de una autonomía de verdad, la asunción interna del resultado del referéndum en el SNP tras la dimisión de Salmond, la eventual aparición de sectores que traten de mantener la llama independentista más viva, y la capacidad que el laborismo unionista muestre para hacer suyo el éxito del ‘no’ en beneficio de los escoceses.

Uno de los problemas inmediatos con los que el nacionalismo escocés se encontrará es el ‘café para todos’ anunciado por Cameron, generalizando al resto –Irlanda del Norte, Gales, e inevitablemente también a Inglaterra– la «devolución de poderes». Ni siquiera la resolución institucional del conflicto norirlandés dio para tanto. El empuje escocés va a descentralizar el Reino Unido. Un proceso que el primer ministro conservador se ha propuesto culminar en un par de meses, para que sea efectivo en el inicio de 2015. Resuelto, casi expeditivo, su discurso pareció ayer, a primera hora de la mañana, el de un dirigente que trata de zanjar la cuestión de inmediato mediante un cambio en la «forma de gobierno» que limite la trascendencia del propio cambio. Ello dependerá en buena medida de la posición que vaya a ocupar Inglaterra en el nuevo esquema de descentralización.

La gran paradoja del empeño escocés sería que Inglaterra acabase más beneficiada por el intento independentista que la propia Escocia. La dilución del plebiscito en las tierras del norte es un imperativo del Gobierno británico para afrontar todas las demás cuestiones que preocupan a conservadores y laboristas, incluido el ascenso del populista UKIP. Aunque lo ocurrido, el vértigo generado por la eventualidad de que el Reino Unido se desmembrara, ha podido conciliar a muchos británicos con su pertenencia a la Unión Europea como último dique de contención.

En vísperas del referéndum de Escocia el presidente Rajoy declaró que la eventual victoria del ‘sí’ supondría «un torpedo en la línea de flotación de la UE». El bien a proteger no se limitaba a la integridad territorial del Reino Unido. Se refería a pretensiones análogas en nacionalidades y regiones de otros estados miembros de la Unión que pudieran consumir energías que ésta precisa para sostenerse. Resulta paradójico que toda corriente secesionista trate de aferrarse a las instituciones europeas mientras subraya los agravios padecidos por el centralismo londinense o madrileño. Como es aun más paradójico que el independentismo escocés aspirara a mantenerse dentro de la libra esterlina y de la corona británica mientras mostraba su disgusto por la dependencia respecto a Londres.

La Europa institucional se dio ayer un respiro al conocer que había ganado el ‘no’ en Escocia. Pero aunque en las reivindicaciones territoriales prevalezca ese mecanismo de puenteo por el que los soberanistas tratan de recabar en Bruselas o Estrasburgo aquello que consideran se les niega en su propio Estado, las instituciones de la UE son objeto de la contestación social que ha contribuido a situar la independencia en el 45% del censo escocés.

El balance de la batalla escocesa en España, en Cataluña o en Euskadi, es muy elocuente: los soberanistas reivindican el proceso seguido allí, los no soberanistas se quedan con el resultado favorable a la unión. El impulso que llevó a Cameron al ‘todo o nada’ con el referéndum de autodeterminación para Escocia seguirá siendo analizado como un comportamiento político temerario, no ya para él mismo y los conservadores, también para el Reino Unido y los propios escoceses. Pero hay una vertiente de su decisión que invita a una reflexión menos politiquera. Es esa idea de que la consulta maximalista –sí o no a la independencia–, pactada como procedimiento, ha de preceder a cualquier otra negociación sobre el autogobierno. La experiencia de las autonomías vasca y catalana indica que la vivencia estatutaria no sacia el apetito soberanista, sino que lo alimenta. En su apuesta Cameron tentó la suerte, pero ha logrado para el Reino Unido una vacuna unitaria de eficacia para años. El autogobierno en su seno no se presenta como una escalada paulatina que lleve hasta la independencia. La independencia ha sido descartada cuando menos «para una generación».

La vía catalana se ha quedado sola en Europa. Hasta el PNV parece más cómodo con la victoria del ‘no’: el ‘sí’ hubiese comprometido la agenda pragmática de Urkullu y Ortuzar. El resultado del referéndum escocés hace que pierda enteros lo que pase en Cataluña. Ayer el Parlament aprobó la ley de consultas, y hoy asistimos a ese juego del ratón y el gato en que ha acabado la –presunta– estrategia de Artur Mas. El asunto se dirime entre el lenguaje ambiguo, los eufemismos y la farsa que se suceden en las comparecencias de Mas, ese otro discurso de un socialismo ‘bienquedista’ que roza la demagogia requiriendo actitudes más flexibles, y un Rajoy impasible, convencido de que su reino no es de este mundo.