José Alejandro Vara-Vozpópuli
  • Sánchez quiere una España apagada y triste, otra vez enclaustrada hasta las próximas elecciones. Una España negra. Se anuncian 16 meses sin luces, de ‘aló presidente’, toque de queda y a la camita sin rechistar

La nueva normalidad consistía en que Sánchez le dicta a Amancio Ortega el precio de las bombachas y los horarios del escaparate. Era eso. Acabáramos. Vuelta al cerrojazo de la pandemia. Moncloa ha ideado un paquete que denomina «de ahorro energético» que consiste en retornar al confinamiento y el toque de queda. A las 22 de la noche, todos en casita, encerraditos. No habrá luz en los comercios ni en las estatuas. Menos aún, en edificios públicos. ¿Habrá sesión de noche en los cines? ¿Pondrán velas en el Metro? ¿Mecheros en las salas de baile y las disco?

El peronismo sanchista se mete hasta en tu cocina, te dice cuándo puedes abrir la nevera, encender la tele y hasta la temperatura del microondas. La ministra Ribera anunció sin despeinarse que las restricciones se prolongarán 16 meses, sin encomendarse a Zara ni a la oposición, a quienes nadie ha consultado. Hace apenas quince días, esa misma vicepresidenta rechazaba las medidas de ahorro propuestas por Bruselas y anunciaba, con la arrogancia de Ejecutivo de sobrados, que «los españoles no tendrá que recortar ni luz ni gas». Bueno, ahí está, la coherencia. Ahora pega un volantazo y exige esos sacrificios que el Gabinete, con sus 22 miembros y 80.000 asesores, cuñados, compis y gordis, jamás ha puesto en práctica. Del Falcon ni hablamos.

Parece razonable que cuando se regula o se decreta sobre asuntos que hacen al ámbito privado, debería consultarse primero, e incluso intentar algún tipo de arreglo con los afectados. En Alemania, estas normas las ha trazado el Parlamento, luego de minuciosos debates. En Francia, la ‘lógica de la sobriedad’ que anunció Macron, la aplicarán los Ayuntamientos y los empresarios del comercio, que son los que conocen el percal. Sánchez nunca hace eso. Insulta a los aludidos, escupe sobre la oposición y, eso sí, requiebra de amores a los golpistas y gandulea con los terroristas. Le cogió el gusto a los encierros cuando la primera oleada pandémica y ahora, con la excusa de Putin y el cambio climático, ambos culpables de todo lo malo que nos pasa, se inventa la segunda edición del confinamiento y la mazmorra.

Sólo Ayuso resiste. Ha puesto en marcha la campaña de ‘Madrid no se apaga’, como cuando le dobló el brazo a Illa el sepulturero, que manoseaba las defunciones en el Piramidón para luego plantarle cara a Aragonès en Cataluña

Es consciente de que en cuanto al ‘españolito –Cuca diría- se le deja suelto, le da por votar a las derechas, véase Madrid y Andalucía, y eso no es progresista. Lo mismo podría ocurrir en la cita electoral del próximo mayo, cuando las autonómicas y locales, tal y como prevé la demoscopia. Para evitar al riesgo se desmpova el libreto de la pandemia y todos a la mazmorra, , a las diez en casa como en la canción de Serrat, las luces apagadas, ni terrazas ni bailongos, los corazones mustios, el espíritu encogido sin más solaz que el ‘aló presidente‘ del domingo y los aplausos del balcón a los apagafarolas, que serán los héroes del momento.

¿Y la desescalada? En noviembre del año próximo, justo antes de las legislativas. El cesarín de Tetuán organizará una entonces una magna ceremonia en los jardines de su Palacio para anunciar que la luz se hizo, y seremos de nuevo libres, se levantarán las restricciones, volverán los escaparates y el alumbrado público y todos le darán las gracias en forma de votos para que pueda prolongar sus prodigios por otros cuatro años.

Sólo Isabel Díaz Ayuso resiste. Ha puesto en marcha la campaña de ‘Madrid no se apaga’, como cuando le dobló el brazo a Illa el sepulturero. La Cibeles mantendrá su brillo mientras el resto de España se irá apagando en un fundido en negro. Mustia, tristona, amordazada, sumisa, así la quiere Sánchez, como el burro Baltasar de Bresson, al que arrastraban del ronzal toda suerte de tipejos hasta que (ojo, spoiler) huye del más criminal y desfallece en un gigantesco piélago de estúpidas ovejas. Pena por el asno, dolor por España.