Antonio Elorza, EL PAÍS, 21/5/12
El relato terrorista permanece intacto tanto en los presos como en la izquierda abertzale
En relación al terrorismo, hay círculos de víctimas, y también círculos de responsabilidades. Para empezar, resulta obvio que el centro de la tragedia corresponde a quienes perdieron sus vidas o sufrieron daños –físicos o psíquicos- irreparables por efecto de la acción terrorista. El segundo círculo incluye a familiares y a allegados, que sobrevivieron para llevar la carga que pusieron sobre ellos los atentados. Pero hay un tercer círculo al cual se hace menos referencia: quienes durante años pudieron pensar con sobrados motivos que se encontraban en la lista de espera para ser asesinados. Tuvieron peor fama, e incluso renombradas plumas progresistas condenaron su exhibicionismo por declarar que llevaban escolta. ¡Menuda suerte y qué buen elemento de marketing! Cuarto círculo: toda la sociedad vasca, sometida a la intimidación de los violentos, con reacciones a veces dignas, en otras de sumisión, e incluso perversión de los propios valores.
Es el cuadro descrito admirablemente por Gutiérrez Aragón en su película Todos somos invitados, que subraya algo esencial para entender la cuestión vasca: el estrecho parentesco entre en nacionalismo sabiniano y el nazismo. Y que explica la reacción aparentemente extraña de reconocimiento mostrada por tantos vascos, otorgando sus votos a los socios políticos de unos terroristas, quienes han sido tan bondadosos que decidieron dejar de matar al verse acorralados policial y judicialmente.
Los círculos concéntricos de los responsables están presididos lógicamente por ETA, en sus dos vertientes complementarias, de organización encargada de matar y de su proyección política de las mil caras, Batasuna para entendernos. No existe duda alguna al respecto, del mismo modo que tampoco debe ser olvidarse el terrorismo de Estado. Al enfocar este tipo de problemas, no cabe renunciar a la búsqueda de una visión total, sin amputaciones, pero no para producir una amalgama, como buscan los amigos de ETA, sino para ponderar los juicios. Y ETA es bajo todos los aspectos el protagonista indiscutible. De ahí que la construcción del relato en torno a ETA sea hoy el principal caballo de batalla, con la habitual disposición de fuerzas: monolítica en la izquierda abertzale, en formación dispersa para los demócratas. Entra aquí en juego la responsabilidad del PNV, que llevó hace días a su exdirigente Emilio Guevara a estallar denunciando el papel desempeñado por los jeltzales.
Aun cuando el PNV no fue nunca filoterrorista, si tendió siempre a un discurso dual, frente a la “violencia” (sic) de ETA, al que acompañaba una condena de la política “de Madrid”, con lo cual sin ser justificado el terror, sí venía a ser explicado, edulcorado. “ETA es el adversario, España es el enemigo” (Egibar). Salvo excepciones, en el aislamiento de las víctimas, futuras y sobrevivientes, el colectivo nacionalista desempeñó un papel básico en zonas rurales. El libro de Alonso y Domínguez, Vidas rotas, pide así a gritos el complemento de un seguimiento de las respuestas del nacionalismo democrático a la secuencia de atentados. De nuevo emerge el fondo ideológico común. El mundo nacionalista celebra lógicamente el fin de ETA, niega su derecho a presentarse como agente de la liberación nacional vasca, pero no está dispuesto a fundirse con quienes intentan revisar en profundidad lo ocurrido.
Les satisface la falacia de que es el pueblo vasco, amante de la paz, quien ha derrotado a ETA. Es éste también uno de los leitmotiv en el discurso del lehendakari Patxi López, explicable por razones electorales. Solo que un votante de Amaiur puede reivindicarlo, añadiendo que ETA es quien hoy busca la paz al “resolver” el tema de los presos frente al gobierno del PP. Algo que además sostiene el presidente del PSE, Eguiguren, con el respaldo casi cotidiano de sus palomas mensajeras, para así aproximar al socialismo vasco a un mundo abertzale hegemónico. Sin que desde el área de Patxi López se dé replica alguna. Es un fenómeno insólito en la historia de los partidos vascos. Eguiguren actúa como solista, contrario siempre al camino común antiterrorista; mientras cada vez de forma más acentuada, el PSE, promueve tomas de posición favorables hacia los llamados “mediadores” internacionales y a Bildu/Amaiur, sobre la exigencia de otorgar a toda costa medidas favorables a los presos frente a la rigidez del PP.
De este modo, las dos partes del discurso de Patxi López no encajan. Su intervención inaugural en el reciente congreso sobre Memoria y Convivencia define con toda claridad lo que ha supuesto la acción terrorista de ETA para los dos primeros círculos de sus víctimas, las cuales, por añadidura quedaron encerradas en “un mundo aparte” dentro de la sociedad vasca. El reconocimiento por todos de esta realidad es capital para un futuro democrático. Sin embargo, a continuación, la premisa de que es necesario abrir la puerta en la sociedad vasca a quienes practicaron el terrorismo de ETA, olvida en su desarrollo que el relato terrorista permanece intacto tanto en los presos como en la izquierda abertzale. No es que rechacen pedir perdón, es que a diferencia de las Brigate Rosse en su día, tampoo reconocen sus responsabilidades. Y se ven además triunfantes muy pronto. ETA sigue ahí. Sin efectos reales, la memoria democrática se convierte entonces en un sermón vacío.
Antonio Elorza, EL PAÍS, 21/5/12