Miquel Giménez-Vozpópuli
Con los días contados como president, Torra ya es un personaje literario a punto de extinguirse en cuanto Cataluña pase página
Ha convocado elecciones como quien cierra con morosidad la tapa de un libro que alguien, con mala fe, le dio. Empezó gustándole y terminó por desgradarle mucho, quizás demasiado. El volumen prometía, tan bien encuadernado en piel noble, con tafilete dorado y el escudo de la Generalitat estampado en oro. A Torra – parece mentira que le sucedan tales cosas a un editor – le vendieron que el papel pergamino era de un gramaje notable, que la impresión era de calidad, que el tipo de letra, un bodoni o similar, tenía clase. Lo que nadie tuvo la piedad de comunicarle era que el texto estaba escrito y leído por otros que no eran él, que no podían ser él, relegado a ser el mero transportín de un relato que no dependía de su voluntad. Torra se encuentra ahora sin ese libro de cabecera que creyó entender, sin percatarse que estaba escrito para que otros lo comprendiesen más y mejor que su persona. No se fijó en las dedicatorias. Hubiera ganado mucho al hacerlo, pues habría comprobado que ni allí ni en los agradecimientos figuraba su persona.
Torra, pues, no tiene ahora libro alguno en su mesilla de noche y eso debe producirle mucha desazón a quien ha nacido para devorar literatura hasta tal punto que creyó ser un personaje de los citados por Eugeni Xammar, Jaume Passarell, Joan Fuster o incluso de Madrid, Paco Madrid, decimos, no la capital del reino. Conocedor de Borges, Torra debía haber tenido presente que los lectores suelen ser cisnes aún más tenebrosos que los escritores y que leer siempre es una actividad más intelectual que la de escribir, a fuer de posterior. No reparó en que no era el lector de aquel libro, sino que alguien lo leía por él, siendo su misión la misma que la de un atril. Sostenía el mamotreto por delegación, por mandato del autor, casi por trágica fatalidad.
Ahora que empieza su descenso de la cima a la que lo encumbraron, para utilizarlo como veleta del viento siempre cambiante de la política, precisará de otras lecturas. Cuando se aprueben los presupuestos, que es cosa de poco tiempo, porque se acelerará todo lo acelerable, y convoque elecciones, ¿qué le quedará, salvo hallar la salvación en la lectura? Sí, en los libros, salvavidas de tantos fracasos y paraíso artificial más eficaz e inocuo que cualquier opiáceo. Mi curiosidad me lleva a preguntarme, una vez retirado el libraco separatista oficial de su mesilla, qué se podrá encontrar encima de ella. Si bucea entre los casi seiscientos libros, a cual más plúmbeo y monótono, que se han publicado a propósito del procés – el profesor Eugeni Giral, de la Autónoma de Barcelona, los cifra en 521 – encontrará acaso auxilio espiritual, pero poca calidad literaria. Y a Torra no le contentas con sucedáneos cuando de lectura se trata.
Si desea cicatrizar el alma, su mesilla debería colmarse de libros que, al abrirlos, despiden un salvaje viento de libertad, de audacia, de ese aire frío y cortante como el hielo que solo regala el texto libre
Que leerá de noche para confortar su espíritu de los sinsabores que siempre ofrece el día estoy en condiciones de asegurarlo, porque lo conozco. Leerá mucho y siempre de noche. Insisto en Borges, a quien siempre ha de volver todo aquel que casi pierde la vida por delicadeza, en alusión a Félix de Azúa, que aconsejaba deambular en soledad por los arrabales cuando reina la oscuridad, porque suprime detalles ociosos como el recuerdo. ¿Persistirá en el flagelo de los libros de política o procederá como aquel marido burlado de Tirso de Molina, que escarmentó tras la primera tunda, negándose a recibir la segunda?
Si desea cicatrizar el alma, su mesilla debería colmarse de libros que, al abrirlos, despiden un salvaje viento de libertad, de audacia, de ese aire frío y cortante como el hielo que solo regala el texto libre. Ahí tiene a London, a Stevenson, a Poe, ahí le esperan en amable compañía Shakespeare, Moliere y Cervantes, ahí le aguardan con expresión benévola Borges, Goethe, Dante, Leopardi. Si quiere reírse, qué demonios, no le faltará la ayuda de Quevedo, de Twain, de Woodehouse, y si lo que busca es sabiduría tiene a su disposición la erudición de Montaigne, de Chateubriand, de Schopenhauer.
Todo, menos volver a Prat de la Riba o a las memorias de Pujol. Ya ves, Quim, a dónde te han llevado y a donde nos has llevado tu por no tener la comprensión lectora necesaria para saber que el libro que te dieron y que estás a punto de devolver era una colosal porquería. Porque, créeme, la única república honorable y digna es la de las letras.