Ignacio Camacho-ABC
- Un Gobierno nacido de una idea temeraria sólo puede acabar atrapado en una espiral de perturbación sistemática
Cuando un Gobierno nace de una anomalía, como es el caso de este sanchismo surgido de un pacto con partidos que aspiran a liquidar el Estado, es natural que toda su actuación acabe convertida en una extravagancia integral, en un fárrago de desórdenes temerarios. La lógica de la ilógica forma una implacable secuencia de crisis encadenadas, una gradación de situaciones contradictorias, un círculo (vicioso) de paradojas. El enredo de Pegasus ha puesto de manifiesto el desvarío esencial de este mandato, el originario, que consiste en la condición turbia de esa alianza con fuerzas rupturistas cuyos dirigentes habían sido condenados por la justicia y/o eran objeto de vigilancia por su presunta implicación en actividades ilícitas. El inconveniente de la condena lo resolvió Sánchez ‘a posteriori’ con un indulto que incluso el Tribunal Supremo consideró fruto de un ‘quid pro quo’, es decir, de un contrato político espurio. El seguimiento mediante escuchas telefónicas autorizadas se mantenía en secreto para no perturbar el acuerdo, pero al saltar a público conocimiento ha dado lugar a otra espiral de contrasentidos entre estrafalarios y patéticos. Y ha abocado esta fase de la legislatura a un espectáculo insólito, desconcertante, de trastorno institucional que tendría la comicidad involuntaria de un esperpento si no hubiese puesto los fundamentos de la seguridad nacional en juego.
En sólo dos semanas, los españoles hemos visto al poder Ejecutivo dando explicaciones a unos tipos que los servicios de inteligencia consideran un peligro objetivo. El presidente que niega información al Parlamento sobre sus viajes oficiales envía a la directora del CNI a dar cuenta con todo detalle de unas escuchas jurídicamente impecables mientras él mismo denuncia haber sido víctima de un confuso episodio de espionaje. Los ministros de Podemos, que Sánchez no puede despedir porque su cese equivaldría a la ruptura del acuerdo, exigen la cabeza de su colega de Defensa mientras ésta a su vez se faja en un toma y daca con el de Presidencia sin que nadie ponga orden en la trifulca interna. La despreciada oposición de derechas salva al Gabinete del acoso de su propio bloque de socios, sin recibir ni por cortesía el más mínimo gesto de gratitud hacia su apoyo. Y finalmente el jefe del Gobierno se humilla haciendo la pelota a los separatistas para que depongan su actitud conflictiva y olviden que ordenó investigarlos al tiempo que les pedía sumarse a la formación de una mayoría. El cénit del absurdo, la excepcionalidad por sistema, una incongruencia dentro de otra como matrioskas huecas hasta componer una metaanomalía perpetua: la expresión compleja del caos elevado a la enésima potencia. Una fábrica de problemas instalada dentro de un laberinto sin puertas. Qué podía salir mal de la brillante idea de gobernar una nación con quienes se proponen deshacerla.