- Cuando Gregorio Samsa, militante del PSOE, se despertó por la mañana tras un sueño intranquilo, se había convertido en un monstruo totalitario
Siempre había sido un militante disciplinado y jamás se había mostrado crítico con la dirección. Llevaba trabajando en Ferraz bastantes años y quizá eso le condicionaba para mostrarse reservón con las polémicas relacionadas con los socialistas. Pero hete aquí que ahora se había transformado en un grotesco ser chillón, que se movía espasmódicamente, con la boca rebosante de baba producida por una rabia inexplicable. Se había ido a dormir siendo un socialdemócrata de manual, pero hete aquí que, al levantarse, el espejo le devolvía una imagen totalmente distinta. Esos dientes disparejos, llenos de sarro y manchas de nicotina, esa camiseta con la cara del Che, esas uñas de los pies largas y sucias, esa barba descuidada y ese olor acre a sudor viejo, con solera, no podían pertenecerle. Él, que siempre solía ser aseado, limpio, educado y pulcro, él, que llevó corbata hasta que Sánchez, aconsejó que mejor no hacerlo para ahorrar energía. Samsa no acabó de entender la relación causa-efecto entre un apéndice textil y el calentamiento global, pero cuando tu máximo dirigente dice algo, no se hable más.
Debía avisar a Ferraz, pero sus compañeros se le habían anticipado. Vigilándose unos a otros, en el aparato no se dejaba nada al azar. De este modo, un compañero de Samsa ya estaba aporreando la puerta de su domicilio instándole a que abriese. «¡En Ferraz se sabe todo, fascista!» vociferaba como un poseso y sí, era cierto, se sabía todo. No en vano Alfonso Guerra se jactó en su día de ejercer tal control sobre el partido que podía decir cuantas mujeres tenían la regla en la sede del PSOE en un momento dado. Samsa se vio obligado a salir y abrir la puerta. Su aspecto dejó horrorizados tanto a su familia como al compañero. Ya no era el mismo. Había mutado de socialdemócrata a un estado en el que la bestialidad y sus rasgos simiescos aumentaban lo brutal de su nueva condición.
Un compañero de Samsa ya estaba aporreando la puerta de su domicilio instándole a que abriese. «¡En Ferraz se sabe todo, fascista!» vociferaba como un poseso y sí, era cierto, se sabía todo.
Mientras su padre, viejo sindicalista de izquierdas que ahora votaba a Vox, renegaba de aquella forma de vida abyecta en la que se había convertido su hijo, su hermana Grete rompió a llorar al verlo degradado a condición tan vil. Aunque fuera socia de Green Peace, Open Armas y la Asociación de Peluqueras-eres-iris Empoderadas no estaba preparada para aquella visión infernal. A partir de ahí, todo fue cuesta abajo para el pobre Gregorio Samsa: familiares que se desmayaban cada vez que se tropezaban con él en el pasillo o a la salida del baño, vecinos que protestaban cuando Samsa no podía evitar cantar el Bella Ciao a todo volumen durante la madrugada, en fin, una situación insostenible.
Todo parecía propiciar un terrible final para aquel hombre cuando recibió la visita del mismo Sánchez que, lejos de horrorizarse, lo abrazó cariñosamente. «Compañero, tu transformación es lógica en todo buen socialista. Yo mismo la experimenté, solo que me cuido muy mucho de mostrarme abiertamente en mi actual condición y por eso utilizo grandes cantidades de maquillaje, de demócrata, se comprende. Acompáñame, que siempre tengo un cargo libre para las personas que, como tú, han sabido metamorfosearse en aras de la gran patria socialista y federal que debe ser este país”. Dicho lo cual y tras echarle sobre los hombros una piel de cordero para mejor disimular su bestialidad, Sánchez y Samsa se subieron a un Falcon con destino al paraíso de los cargos de confianza. Ahora podría vivir feliz y satisfecho entre sus iguales. Ex Nihilo Nihil Fit, como dijo Parménides de Elea. De la nada, nada sale.