WALTER Burns, el gran Matthau, decía en Primera Plana: «No se puede enganchar un purasangre a una carreta; no estaría en su ambiente». El problema en el PSOE es justo el contrario, que tratan de competir en las carreras de Ascot a lomos de una mula. Mi Maturana, un histórico, lo explicaba en términos adecuados, soslayando la incómoda metáfora semoviente: «No se puede colocar al frente del partido a un cabo con aspiraciones de general».
El cabo Sánchez entonó el sábado su discurso de renuncia al acta de diputado. En apenas 11 minutos de intervención, incluyendo los pucheros, invocó siete veces a la militancia, gran dislate por partida doble. La militancia es concepto que no se cae de la boca a los socialistas del no, desde Sánchez a Borrell, desde Miquel Iceta y Meritxell, mi Meritxell, hasta las que ni siquiera eran afiliadas, como Zaida y Margarita.
El PSOE no ha sido nunca, pero es que nunca, un partido de militantes, sino de afiliados. Cualquiera que haya visitado una Casa del Pueblo ha podido comprobarlo in situ. La invocación de la militancia es un resabio de partidos leninistas sin capacidad descriptiva. El PCE dejó de serlo en 1978. Los militantes en sentido estricto eran los liberados, a los que mi secretario general de entonces, Ramón Ormazábal, se refería con circunloquio eufemístico; «los funcionarios de la Revolución», decía con impactante oxímoron, aparte de llamar «revolución» a lo del PCE de entonces, que esa era otra.
Dentro de nueve días van a celebrarse en EEUU las presidenciales. Imaginen a Clinton y Trump dirigiéndose a los militantes demócratas y republicanos. Supongo que la analogía entre el sistema electoral americano y el nuestro les parecerá improcedente a algunos, pero no debe de serlo tanto; es a ellos a quienes debemos la modernez de las primarias, que el PSOE, Posemos y C’s han adoptado con la fe del carbonero. No recuerdo haber oído a Merkel o a Sigmar Gabriel, dirigirse los militantes de la CDU o el SPD. ¿Hollande invocando a la manera del divino marqués, militantes, un esfuerzo más para poder ser republicanos?
En realidad, la militancia –qu’est-ce que c’est ce merdé, preguntaban en el Louvre, la revolución de octubre, qu’est-ce que vous avez, pensé–, es la piedra angular de lo que ese admirable presidente de la gestora dijo con su aire inmutable de asturiano mineral: «Mi partido está podemizado». El concepto es leninista, la militancia como vanguardia, la punta de lanza de la revolución, la puntita nada más. Los partidos en democracia se construyen con afiliados y votantes, nada muy épico: la llamada a deshoras es la del lechero.
La clave es la hinchazón retórica y conceptual. Como cuando sustituyen a los ciudadanos por el pueblo. Habrá que ver ese recorrido que Sánchez va a hacer por España de punta a punta, con la idea de Forrest Gump, y la locomoción de Thelma y Louise, o sea, su coche. Cuidado, Pedro, cuando llegues al Tajo de Ronda, que está muy hondo. ¿Cómo no entender la melancolía de Felipe? Échale un par en el 79, torciendo la mano al 28º Congreso para obligar al partido al abandono del marxismo, y ver que tantos años después se te hace leninista. Pienses lo que pienses de Marx, tiene que ser humillante que tu partido lo haya cambiado por Laclau o Sisek.
La vieja Herri Batasuna supo distinguir a la militancia de la votancia. Una de sus campañas a finales de los años 80 tenía como lema: «Muchos han dado y siguen dando su vida por la liberación nacional y social de Euskadi. Tú puedes darnos tu voto».