A la política española le está pasando lo mismo que a la pintura abstracta: que ya interesa más a quienes la hacen que a quienes la contemplan.
Lo que de verdad le importa a la gente es que cuando caigan las cifras del paro no vuelvan a incorporarse, y que los precios de esos pequeños agujeros que ahora llamamos pisos no les exijan hipotecarse para media vida, que se les hace eterna. Una prueba evidente de ese desinterés es que nunca hemos presenciado una discusión en un bar sobre el debate clave del año electoral. Parece que el 52% de los que responden a las encuestas rechaza la modificación de la Carta Magna, pero al resto le da lo mismo o no sabe a qué carta quedarse. Tampoco el enfrentamiento verbal entre Rajoy y Zapatero, que parece que no puede concertarse, ni siquiera ‘a pesos libres’, figura en un primer plano de las apetencias de la ciudadanía, que sigue hablando de la suerte del Real Madrid y de la crisis del Barcelona, ambas buscadas a pulso.
Los políticos están consiguiendo su finalidad primordial, que no es otra que conseguir que la gente no se meta en las cosas que sí les importan. Si fuésemos más conscientes estaríamos discutiendo sobre la conveniencia del pacto del PSOE para que cada autonomía tenga su Agencia Tributaria. Hasta podríamos troncharnos de risa con esa aspiración de que las comunidades más pobres alcancen el mismo nivel de ingresos que las más ricas. Sería sin duda un buen tema de conversación, tan bueno por ejemplo como el que puede suscitar que las asociaciones de jueces estén divididas sobre la propuesta de reforzar los tribunales autonómicos.
Desentenderse de los temas políticos, aunque algunos no haya Dios que los entienda, es mala cosa. Todos los asuntos son de Estado, ya que el Estado somos todos y no puede haber buen patrón ni malo si no hay marineros. Ahora los remos de la famosa nave del Estado se están desprendiendo de sus escálamos y cada antigua región boga por su cuenta. Lo que deseamos es que no nos peguen con el remo en la cabeza.
Manuel Alcántara, EL CORREO, 7/1/2004