En los careos siempre hay un momento en el que se produce un salto en la tensión. Una inflamación del rostro, una vena que se hincha. Hay que fijarse en eso, y no en los discursos de gabinete.
Ayer, en el Senado, escuchamos una primera intervención del presidente del Gobierno larga y sostenida, con un tono profesoral y una vertebración propia de un partido de centroizquierda, con mucho énfasis en la contraposición de lo público y lo privado, la defensa de los derechos y la agitación del fantasma neoliberal.
Hasta aquí lo previsible. Como siempre, más interesantes las omisiones que las declaraciones.
Pero esto no nos dice nada. A lo que hay que prestar atención es al ‘momento gremlin’. Ese instante en el que al peluche le brota la cresta y se le inflaman los ojos. Nos pasa a todos y hay que aprender a observarse en ese momento para reconocer qué es lo que realmente nos importa y nos molesta.
Pedro Sánchez ayer, en su debate en el Senado frente a Alberto Núñez Feijóo, sufrió esa transformación. Fue durante el turno de réplica.
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Sánchez dejó atrás los argumentos económicos y sacó la ira. Habló de Pablo Casado y de su marcha de la presidencia del Partido Popular, propuso sarcásticamente como ministros a Rodrigo Rato y Eduardo Zaplana y, haciendo uso de la ironía más hiriente, disparó con una batería de argumentos personales.
¿Qué produjo el cambio? ¿Qué agua cayó sobre el peluche para convertirlo en el gremlin malo?
No es fácil identificarlo. El discurso del líder de la oposición no se salió de lo previsible. Mencionó los malos datos económicos, las tensiones territoriales y las contradicciones de leyes como la del ‘sólo sí es sí’.
Nada que no hayamos oído muchas veces. Nada que no aparezca todos los días publicado. Una referencia a sus sesenta propuestas para mejorar la democracia, a los socios incómodos y algún chiste sin demasiada gracia.
Entonces ¿qué es lo que puso tan nervioso a Pedro Sánchez?
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Pasó lo mismo que pasaba con Vicente del Bosque en el fútbol. ¡No pasó nada! Y eso es lo que desquició a Pedro Sánchez y le hizo perder el partido.
Seguramente hubiese estado más cómodo en una plaza llena de furibundos de extrema derecha y radicales neoliberales. Allí hubiese mantenido su sonrisa y hubiese seguido atizando los fantasmas para favorecer el espectáculo.
El problema para Pedro Sánchez es que Núñez Feijóo no juega a populista. Se hace el aburrido. No pega directos. Y eso también es desquiciante.
Hay políticos que se han hecho mayores en la época de los populismos y han aprendido a moverse entre ellos con soltura. Pedro Sánchez es uno de ellos y sólo alguien como él sabe moverse entre Unidas Podemos y Vox con soltura, sacando rédito electoral y personal.
Tiene su mérito, no muchos saben nadar en esas aguas.
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Pedro Sánchez tiró de manual. Lo intentó. Mencionó a la bicha infinidad de veces. Apeló a Vox, a la ultraderecha, al monstruo del fascismo y al fantasma neoliberal.
Pero lo único que consiguió es hacer evidente que los necesita. Está demasiado cómodo con ellos.
Lo que ha sacado de quicio al presidente del Gobierno ha sido la puesta en escena de una política sin fuegos artificiales. Eso es lo que Sánchez no soporta. La moderación ha sido el agua que ha provocado el cambio.