IñaKi Ezkerra-El Correo
Con la excusa de silenciarle se le da un altavoz victimista en el Parlamento vasco
Aunque le quitaba un escaño a la ya maltrecha coalición del PP y Ciudadanos, el aterrizaje de Vox en la Cámara de Vitoria ofrecía un aspecto sugerente y no exento de morbo. Aportaba un fecundo debate sobre qué es realmente el fascismo: ¿la eliminación del adversario ideológico que ETA practicó durante décadas y que a Otegi le parece que fue necesaria?, ¿el racismo o el nacional-catolicismo que predicó el mismo Arana al que hoy homenajea el partido que fundó?, ¿el totalitarismo que el nazismo alemán compartió con ese comunismo soviético que hoy reivindica la izquierda populista sobre la que se sostiene Sánchez? Qué es el fascismo, sí. ¿La apelación a las armas y a la sangre que están en el ‘Eusko gudariak’? ¿El ‘Arriba’ que los falangistas anteponían a España y los nacionalistas anteponen a Euskadi por duplicado en ese ‘Gora ta Gora’ que es el himno del PNV y de la propia CAV? ¿Nos hace fascistas a todos los vascos ese alpinista adverbio de lugar?
No. No es Vox un partido que me inspire ninguna confianza. Lo que sucede es que aún me la inspiran menos los que han estrenado en el Parlamento vasco un «cordón sanitario» a su alrededor. Lo que sucede es que esos mismos rasgos antidemocráticos que los representantes de esos partidos le atribuyen a Vox se advierten antes en ellos mismos. Llamar a Vox ultraderechista no es un deporte gratuito. Es un paso que conlleva un nivel de autoexigencia a quien lo da. Es ponerse ante un espejo que obliga al autoexamen y al reconocimiento de la verruga ultraderechista o ultraizquierdista en el rostro propio si es que la hay.
Pero vayamos más lejos de la condena a esa iniciativa tramposamente profiláctica y proverbialmente fachoide. Lo que llama la atención de ella y la hace más sospechosa es su ineficacia. ¿Realmente sirve para silenciar a Vox o para darle el altavoz victimista que no tendría en el ejercicio normal de sus funciones parlamentarias? Todos esos partidos saben que quienes marcan la agenda del debate político no son las intervenciones en los plenos, sino el eco que estas tienen en los medios. Con los resultados de Vox en las autonómicas del 12-J, Amaia Martínez tenía un escaño. Gracias a todo este lío, ahora es como si tuviera diez. O sea, que la mordaza es en realidad un megáfono. Como ante los crímenes de la novela negra, la pregunta que hay que hacerse es a quién beneficia y a quién perjudica esta operación. ¿Beneficia a la derecha o la divide más en Madrid y el País Vasco? ¿Ha pesado en el PNV y en Bildu más el odio al fascismo o el amor al sanchismo? No sé por qué tengo la sensación de que esa idea del cordón sanitario a Vox se ha dictado desde La Moncloa. O, mejor dicho, sí lo sé.