Carlos Sánchez-El Confidencial
- La moción de censura de Vox está destinada a un doble fracaso. Abascal aparece ya claramente como un líder antisistema, y Feijóo puede capitalizar el esperpento. Ello provocará un reajuste en las derechas
Existe una doble interpretación de las consecuencias que tendrá la moción de censura de Vox. La opinión mayoritaria, reflejada en las últimas semanas en diversos medios de comunicación e, incluso, en el propio parlamento por algunos diputados de la izquierda, es que la iniciativa de Abascal se dirige en realidad contra el Partido Popular, que de esta manera queda retratado por no apoyar la destitución de Sánchez. En definitiva, perdería Feijóo, que ha anunciado la abstención de su partido.
La otra interpretación, más benigna, tiene que ver la propia idiosincrasia de Vox, un partido gamberro al que lo último que le importa es cumplir con el espíritu y la letra de la Constitución, que deja meridianamente claro que la moción de censura es un instrumento político de castigo al Gobierno de carácter constructivo, por lo que no nació para convertirse en parte de un espectáculo de propaganda política. Y menos luciendo como candidato a un veterano economista extramuros que ha reventado su prestigio y que hoy es una caricatura de sí mismo.
Teniendo en cuenta que Vox vive en buena medida con los votos prestados del PP es muy probable que acabe pagando caro su temeridad
También es probable que las dos interpretaciones sean compatibles entre sí. Abascal compite electoralmente con Feijóo y hay pocas dudas de que la moción de censura reforzará el prietas las filas en su organización (nunca mejor dicho). O lo que es lo mismo, Vox viene a decir a sus votantes y conmilitones: «Ya os lo dije: el PP y el PSOE son la misma cosa».
Desde esta perspectiva, puede ser razonable la estrategia de Abascal, pero también es algo más que probable que teniendo en cuenta que Vox, que vive en buena medida con los votos prestados del PP (arrumbado por Cataluña y la corrupción en tiempos de Rajoy), acabe pagando caro su temeridad. Entre otras razones, porque la moción de censura lo único que demostrará es que Vox es la nada, el cero más absoluto. O expresado en otros términos, una formación (también nunca mejor dicho dada su defensa a ultranza de los correajes ideológicos) que nació al calor de unas circunstancias muy concretas —el procés— y que en la medida que este vaya siendo arrinconado de la política española tenderá a diluirse.
Es verdad que quedarán todavía algunos restos que pueden llegar a ser significativos. Al fin y al cabo, el populismo, la demagogia y la xenofobia viven momentos dulces en los países avanzados, pero ya no será nunca el partido que algún día pretendió ser en sus ensoñaciones: la alternativa por la derecha al Partido Popular. Será su muleta, como lo es hoy Unidas Podemos del PSOE.
Miedo y terror
Solo hay algo que le beneficia a Vox, y es el ruido mediático, y en esta clave hay que interpretar la moción de censura. Se trata de subir al hemiciclo para difundir miedo y hasta terror en la opinión pública —se ha hablado de asustaviejas— propagando, a través de las televisiones, que Sánchez ha vendido España a los nacionalistas y a los abertzales. Y lo que es todavía peor, el país está a un paso de ser un Estado fallido y se hunde de forma irremediable por los sumideros de la historia. Es decir, la clásica táctica del populismo, que construye un escenario político, social, y económico que no existe, puro sofisma, sobre el que levanta sus mensajes atronadores. Lerroux lo practicó hace un siglo con éxito, convirtiendo los micrófonos en megáfonos, y lo cierto es que ha encontrado nuevos seguidores varias generaciones después.
La moción de censura, sin embargo, tiene un indudable interés político en el bloque de las derechas, sobre todo por su cercanía en el tiempo con el ciclo electoral. A medida que Vox se vaya convirtiendo —todavía más— en un partido antisistema, el PP de Feijóo, con un perfil más centrado, saldrá ganando. Es cuestión de tiempo.
El líder gallego, de hecho, solo tiene que esperar sentado en su despacho de Génova para ver cómo se desgastan sus adversarios, tanto en la derecha como en la izquierda. Empieza a ser una evidencia que cuando peor le ha ido en las encuestas a Feijóo ha sido cuando tanto su entorno como él mismo han hecho mucho ruido y ha pretendido imitar al Casado que competía con Albert Rivera para ver quién decía más barbaridades en público (la foto de Colón). Uno y otro ya se sabe dónde están, mientras que el único que sobrevive es Abascal. Las asonadas, ya se sabe, suelen devorar a sus hijos.
Feijóo solo tiene un problema, y se llama Madrid. O Ayuso, como se prefiera, que necesita pisar el acelerador para decir aquí estoy yo
El PP resurge, por el contrario, cuando se ofrece como un partido mesurado y centrado. Sin duda, porque las elecciones, como saben todos los líderes que han llegado a la Moncloa: Suárez, González, Aznar, el primer Zapatero o Rajoy, se ganan en el centro, unas veces en el centroderecha y otra en el centroizquierda, pero al fin y al cabo en el centro, salvo periodos excepcionales en los que los partidos centrales del sistema sufren por errores propios o ajenos.
Feijóo solo tiene un problema, y se llama Madrid. O Ayuso, como se prefiera, que necesita pisar el acelerador para decir aquí estoy yo, siempre en la recámara. Probablemente, porque en la capital y en buena parte de su periferia se ha creado un ecosistema basado en la agresividad verbal e, incluso, en ocasiones, en el insulto político y hasta personal. En ninguna región de España, ni siquiera en el País Vasco, pese a su pasado de violencia política, existe tal nivel de confrontación. Solo ha habido un nivel parecido, incluso superior, en Cataluña durante los años absurdos del procés. El hecho de que todo lo que sucede en Madrid tiene mediáticamente especial relevancia puede explicar este sesgo hacia los excesos verbales.
Movimientos telúricos
Lo que sucede en Madrid, sin embargo, no es, desde luego, patrimonio único de la derecha, también parte de la izquierda ha caído en una polarización que convierte a la política en un lodazal, independientemente de que tenga razón en sus planteamientos. Esto es lo que explica, precisamente, que de vez en cuando Ayuso necesite elevar el diapasón, lo que a su vez produce movimientos telúricos en la calle Génova, cuyos dirigentes se ven obligados a continuar la misma estrategia para no aparecer como esa derechita cobarde de la que hablaba Vox en sus comienzos parlamentarios.
Las nuevas clases medias y las clases pasivas, que representan la cuarta parte de los electores, son más proclives a votar a partidos del ‘statu quo’
La estrategia de la tensión, sin embargo, no necesariamente lleva al poder. Entre otras razones, porque en un país de clases medias, con todos sus problemas, la moderación vende. En las últimas elecciones, en unas condiciones muy difíciles para PP y el PSOE tras la ruptura del orden bipartidista posterior a la crisis económica que empezó en 2008, ambos partidos, y pese a la mayor fragmentación, lograron casi el 50% de los votos, lo que indica que en la moderación se juega el bacalao. Moderación no en un sentido ideológico, sino como una forma de hacer política favorable al entendimiento, que en definitiva es lo que diferencia a las democracias avanzadas de las que no lo son.
Existen además evidencias de que tanto las nuevas clases medias, mejor formadas y en muchos casos con elevados niveles de deuda, como las clases pasivas, que ya representan a la cuarta parte de los electores, son más proclives a votar a los partidos que defienden el statu quo.
Esto es así porque en las sociedades postindustriales, con una progresiva terciarización de la economía, cada vez son menos relevantes las tensiones en torno a los mecanismos de producción, es decir, al trabajo, sino que cada vez es más importante la captación de rentas del Estado, cuyo papel como reasignador de recursos públicos tenderá a ser mayor a medida que avance el envejecimiento y sus consecuencias derivadas: pensiones, sanidad, dependencia, servicios sociales…. Esto explica, por ejemplo, el creciente debate entre jóvenes y mayores a cuenta del papel del sector público en la redistribución de la carga fiscal o en la política de rentas. Por decirlo de otra manera, la tensión entre capital y trabajo, que históricamente ha acelerado los cambios sociales, ha sido sustituido por el debate entre distintos colectivos, sin diferencia de clase, que luchan por los mismos recursos.
Este voto conservador, da lo mismo si se dirige a la izquierda o la derecha, es el que no se ve reflejado en partidos antisistema cuyo único caldo de cultivo es la bronca política. Y eso es lo que la moción de censura representa. Ni más ni menos. Puro entretenimiento que pone en bandeja Abascal, para unos medios de comunicación, en particular las televisiones, ávidos de espectáculo. Y lo va a conseguir.