IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La abstención anunciada por el PP no es sincera. Obedece a la cautela pero abre una duda razonable sobre su coherencia

La función constitucional de la moción de censura constructiva no es la de reprobar sino la de sustituir al presidente del Gobierno. Para criticar su gestión ya están los debates sobre el estado de la nación, las sesiones de control y otras fórmulas contempladas en el reglamento del Congreso. El uso de ese instrumento excepcional como simple plataforma de propaganda es una perversión parlamentaria y una banalización injustificada de la Carta Magna por mucho que se haya extendido la práctica. Cuando Felipe González presentó la suya había una posibilidad verosímil de derribar al Ejecutivo suarista porque el grupo de UCD estaba fracturado, y Sánchez tenía amarrados los votos –salvo el del PNV– antes de dar el paso. En cambio, las candidaturas de Hernández Mancha, Iglesias y Abascal fueron espurios brindis al sol carentes de respaldo y fracasados de antemano. Como lo es la de Tamames, con el añadido previo de un sainete de filtraciones y egos indisimulados que la han convertido en un mamarracho.

La moción de mañana va en realidad dirigida contra el único partido que encarna una alternativa realista, al que tanto la coalición gobernante como Vox pretenden atrapar en una pinza para reducir sus expectativas. Así las cosas, cabe preguntarse si la abstención anunciada por el PP es la respuesta correcta a este desafío multilateral a su posición de liderazgo en la derecha. Puede que lo sea, o lo es seguro, desde el punto de vista electoral, de cálculo de ganancias y pérdidas, pero esa decisión basada en la cautela abre una duda razonable sobre su coherencia. Una formación que aspira a la mayoría social no debe encogerse ni ocultar su opinión verdadera ante una maniobra que además de tratar de achicarle el campo favorece objetivamente a la izquierda. La abstención representa la opción táctica; el voto negativo, la estratégica. Una negación razonada puede servir para afirmar la convicción en las propias ideas y dejar claras las fronteras entre el pensamiento liberal moderado y el radicalismo oportunista del desahogo emocional y la agitación hueca.

La inmensa mayoría de los votantes populares, tanto los decididos como los potenciales, y quizá también de los de Vox, jamás elegirían presidente a Tamames. No debería haber ningún problema en decirlo sin ofender a nadie, ni en poner de relieve el desgaste que iniciativas de esta clase causan a la legitimidad de los mecanismos institucionales. Decir que no es una actitud más responsable que desmarcarse y dar pábulo a la etiqueta de «derechita cobarde». Pero si se escoge la inhibición valdría más si fuese completa, no una falsa neutralidad de conveniencia. En vez de abstención, ausencia, una bancada vacía en señal de protesta, de rechazo a la utilización de las Cortes como escenario de una mala comedia. Quizá podría ser ésta la hora de ir demostrando que la política seria empieza por ser sincera.