Josep Martí Blanch-El Confidencial
- Lo de la nevera es un malísimo ejemplo. Demasiado cercano al pornográfico pan y circo de quien tiene en nula consideración a los compatriotas a los que gobierna
Al presidente le sienta bien viajar. Es poner los pies en polvorosa y que la agenda gane ligereza y pierda gravedad. Ayer en Bosnia compartió con los periodistas que cubrían el desplazamiento presidencial sus visiones políticas para el próximo curso.
En la bola de cristal, Pedro Sánchez lo ha visto todo con extrema claridad y, por supuesto, a favor de sus intereses. El presidente dijo que aprobará los próximos presupuestos, que el Gobierno de coalición que encabeza llegará al final de la legislatura, que el Gobierno tomará impulso legislativo con nuevas normas pendientes en los próximos meses y que su musa y vicepresidenta, Yolanda Díaz, será candidata a la Moncloa a su izquierda.
Además, ya de paso, los ciudadanos se darán cuenta de que lo que vaya a ir mal en el futuro no será culpa de su Gobierno, sino de la fatalidad, que le ha obligado a lidiar con una pandemia primero y con una guerra en territorio europeo después. Guerra que ha convertido la inflación y todas sus derivadas en una pesadilla de la que aún no sabemos cuándo vamos a despertar.
Resumiendo, a Pedro Sánchez todo va a irle como la seda. Como todo lo bueno ha sido, es y será mérito suyo y, por el contrario, nada de lo malo podrá atribuírsele, habrá que pedirle al presidente que mantenga las 24 horas del día el pecho henchido para que tengan sitio en él todas las medallas que ya se ha autoimpuesto y las que tenga previsto imponerse. Pedro Sánchez, el bueno, el guapo y el mejor.
Celebramos que la bola de cristal de presidencia tenga tan buenas prestaciones y permita observar con tanta nitidez lo que está por venir. Como deseos, no están mal. Son además los que más le convienen, a la espera de que el azar y los cisnes negros reviertan su carrera descendente en las encuestas, que lo sitúan como claro perdedor de unos futuros comicios.
En realidad, tal y como están las cosas, nada puede preverse. El pesimismo ya reina en hogares y empresas, según explicaba ayer El Confidencial, y los últimos cuatrimestres de 2023 y 2024 —salvo milagro en el frente bélico— son una incógnita, pero solo parcial: se sabe que nos irá mal, pero no sabemos cuánto.
Ese cuanto no es baladí políticamente y, como en las carambolas, de su concreción depende que acabe teniendo más o menos impacto sobre el resto de las bolas del tapete: presupuestos, agenda legislativa para distraer, robustez de la coalición hasta el último minuto, elecciones municipales y autonómicas, etc. Si jugar a la proyección de futuro en política ya es de por sí un ejercicio de alto riesgo que se ha ido incrementando en la última década, dar por buenos deseos y prospecciones de escenarios a seis meses vista es toda una temeridad. Vale también para las encuestas.
De los varios comentarios de ayer de Pedro Sánchez resulta también interesante que atribuyera a políticos y periodistas el calificativo de “frikis de la política” (él se autoincluyó en la definición) para explicar que estos colectivos dedican demasiado tiempo a cosas que no son las que preocupan al ciudadano común, como por ejemplo llenar la nevera. Es una manera sofisticada de decir de otro modo que “hay que hablar más de lo que de verdad preocupa a la gente”, un aforismo comodín cuya autoría se pierde ya en la noche de los tiempos de la política.
Es un argumento peligroso. Porque aun llevando razón en que a muchos ciudadanos les importan más bien poco la mayoría de los asuntos y que de aquellas cuestiones que sí merecen su atención tiende a informarse más bien poco y mal, eso no quiere decir que dejen de ser importantes —cuando no extremadamente trascendentes— los temas que solo interesan a una minoría, incluyendo políticos y periodistas. Léase, por ejemplo, la renovación del Tribunal Constitucional, que cuantitativamente importa a muy pocos sobre un censo de 48 millones de personas, o cuantas cuestiones afectan nuclearmente a la calidad democrática de España. De hecho, el propio Pedro Sánchez tiende a calentar la agenda política con distracciones de toda índole alejadas de ‘cómo llenar la nevera’ cuando considera que así le conviene. En todo caso, presidente, lo de la nevera es un malísimo ejemplo. Demasiado cercano al pornográfico pan y circo de quien tiene en nula consideración a los compatriotas a los que gobierna. Aun así, lleva razón en una cosa: de lo de la nevera principalmente dependerá de que acabe cumpliéndose todo lo que nos ha explicado que ha visto mirando al futuro en su bola de cristal.