José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • El argumentario de «pagan justos por pecadores» no solo es vulgar, también falso, y Pilar Alegría y Sánchez siguen desconociendo los rudimentos de la comunicación política

La falta de profesionalidad y de estrategia es determinante en la comunicación política en la que el silencio adquiere un valor extraordinario en determinadas ocasiones. El que fuera presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln formuló este principio en el siglo XIX: “Hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacerse es no despegar los labios”. 

Semejante consejo es de aplicación también al periodismo, al que la impaciencia por pronunciarse sobre determinados acontecimientos conduce al error. Por ejemplo, ¿cómo se puede opinar sobre una sentencia, cualquiera, que no ha sido previamente leída y valorada? Pilar Alegría, ministra de Educación y desde hace 10 días portavoz del PSOE, se estrenó con un colosal error al valorar como lo hizo la sentencia condenatoria por el caso de los ERE

Salir escopetada del Consejo de Ministros ya resultaba antiestético, porque la función ministerial debiera ser exclusiva por la naturaleza de sus exigencias. Pero, si a esa dañina ubiquidad se añade el desacierto en lo que se proclama, el error alcanza unas proporciones de envergadura, especialmente cuando se produce en el debut de una función siempre difícil.

Afirmar que con la sentencia del Supremo “pagan justos por pecadores” —frase de argumentario que el miércoles pasado reiteró el propio Sánchez— es una apreciación mostrenca, porque recurre a un dicho popular para tratar de sostener la inocencia de los sancionados, distinguiendo entre los que habrían sido correctamente penados y los que pecharían con un castigo inmerecido. Y reprochar al presidente del PP que sus declaraciones al respecto las haga desde una sede pagada con fondos ilegales no mejora la declaración, sino que la sitúa en la línea de la de Adriana Lastra tras la derrota socialista en Andalucía el pasado mes de junio y según la cual el PP habría obtenido mayoría absoluta gracias a las “ingentes” cantidades de dinero que transfirió a la Junta el Gobierno central.Pedro Sánchez: »Griñán y Chaves pagan justos por pecadores»

Si hay que salir a la palestra, cabría otra línea argumental: “Hemos tenido noticia de la sentencia del Tribunal Supremo sobre el asunto de los ERE en Andalucía. Pero como la resolución no se ha hecho pública y concurren dos votos particulares discrepantes con el fallo que tampoco conocemos, nos hemos de limitar a manifestar nuestro respeto por las sentencias de los tribunales, reivindicar el derecho a la crítica solvente de sus decisiones y lamentar que personalidades antes tan relevantes para nuestro partido se encuentren en esta tesitura. Cuando dispongamos del texto de la sentencia y de los votos discrepantes, el PSOE hará una declaración sobre el fondo de la cuestión. Mientras tanto, recordamos que cabe recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional”.

O una declaración de este tenor, o el silencio que aconsejaba Lincoln. Porque lo contrario ha llevado a Alegría a cometer su primer y grave error unos días después de ser designada para la portavocía, dando la sensación de que el nuevo equipo pinchaba su rueda delantera en la primera curva. Por lo demás, las palabras de Feijóo, al que Pilar Alegría atacó con el ‘y tú más’, fueron comedidas, que es, en realidad, lo que más molesta al PSOE: que el presidente del PP mida bien lo que dice y cómo lo dice sin que sus ataques le saquen de quicio o le induzcan a la hipérbole o el denuesto.

Pablo Casado le mató políticamente irse a la COPE de Carlos Herrera y acusar a Isabel Díaz Ayuso de corrupta (“La entrevista mortal de necesidad con Carlos Herrera” de 22 de febrero del pasado año). Salió de los estudios de la radio episcopal desangrado políticamente y ahora su contrincante en el PP ha quedado limpia de cualquier responsabilidad tras la investigación del fiscal anticorrupción. Habría que imaginar qué escenario se daría hoy si el expresidente del PP se hubiera conducido con más prudencia comunicativa. 

En el caso del PSOE y Pilar Alegría concurre, además, una circunstancia agravante: ya se sabía que estaba al caer la sentencia de la casación del Tribunal Supremo y hubo tiempo para preparar dos intervenciones. En un caso, si la sentencia alteraba la recurrida de la Audiencia Provincial de Sevilla; en otro, si, como ha ocurrido, la confirmaba en su práctica totalidad. Habría que advertir que, en lo que se sabe de fuente segura, los votos particulares de dos magistradas no propugnan la absolución, sino que discrepan de la malversación, pero mantienen la existencia de los delitos de prevaricación.

En la historia política internacional, salvando las distancias, el más grave fallo de comunicación lo cometió el 9 de noviembre de 1989 el portavoz de la República Democrática Alemana, Guenter Schabowski, al declarar que la apertura del Muro de Berlín se produciría “de inmediato”. Como insistiera Riccardo Ehman, el periodista de la agencia italiana ANSA, el funcionario alemán resbaló y sostuvo que “esto ocurre sin demora, que yo sepa… inmediatamente, sin demora”. Erró el portavoz, porque la previsión del Gobierno de la RDA era derogar primero unas determinadas leyes y luego hacer el anuncio formal. Sin embargo, los berlineses del este asaltaron ‘inmediatamente’ el muro. 

En España, una pregunta (“la más cara de la historia”, según Carlos Solchaga) formulada por mi amigo y colega Mariano Guindal en febrero de 1983 dirigida al ministro de Economía y Hacienda del primer Gobierno de Felipe González, Miguel Boyer, desató la expropiación de Rumasa. “Ministro, qué pasa con Rumasa”, inquirió Guindal. Y Boyer, impulsivamente, contestó: «¡Que como no me entregue inmediatamente la auditoría que le he pedido le mando a los inspectores del Banco de España!». Era viernes y nada pasó. Pero el lunes siguiente, los clientes retiraron sus depósitos y Rumasa, prácticamente quebrada, fue expropiada por el Gobierno. Otra respuesta de Boyer y la ausencia de la pregunta de Mariano Guindal habrían hecho que la historia discurriera por distintos vericuetos. 

Hay más ejemplos de que saber decir, de que buscar las palabras para expresar lo que se pretende transmitir, de que encontrar el tono adecuado y de hacerlo en el sitio preciso son de vital importancia en la política. Y si no se tienen controladas todas esas variables, la alternativa es el silencio. Ese que aconsejaba Abraham Lincoln. Y al que debió acogerse también Félix Bolaños cuando decidió, con la aquiescencia de Sánchez, proclamar a los cuatro vientos que el teléfono presidencial y el de la ministra de Defensa habían sido infectados, estando la seguridad de las comunicaciones presidenciales bajo su responsabilidad. El colmo de la torpeza.