Gregorio Morán-Vozpópuli
- La nieve se hizo hielo y pronto se irá deshaciendo bajo la forma de barro y lodo. Volverá la negra realidad a enseñorearse de la calzada y de la vida
Existe. No es ninguna metáfora. La gran literatura rusa del siglo XIX está llena de imágenes de esa nieve que conforme avanza el invierno y se acerca la apoteósica primavera va dejando el reluciente color blanco, se hace marfileña y luego poco a poco amarillea hasta que la fuerza de la tierra la va empañando de grisura y pronto todo se hace negro barro, viscoso y feo. Recuerdo la ciudad siberiana de Irkusk, cerca del lago Baikal, allá donde el zar desterró a los nobles conspiradores de la fallida rebelión que pasarían a la historia como “los decembristas”. Allí una estudiante de español en la universidad me dijo: “Los siberianos que usted ve ahora tristes es porque ha venido en invierno; aquí, cuando llega la primavera, los hombres florecen”.
Conozco lo que es la nieve negra, con literatura o sin ella, pero no tenía ni idea de que la nieve, la gran nevada probablemente de nuestra historia moderna, pudiera tener características muy similares a una catástrofe política. Cada quien ha utilizado la nieve blanca para tapar sus vergüenzas, de donde cabe deducir que cuando llegue ese momento fatal en el que lo blanco se vaya volviendo negro, habremos concluido en resultados siniestros para la ciudadanía. Hay una idea cándida según la cual los desastres meteorológicos o ambientales sirven para unir a sociedades hasta entonces empecinadas en su intocable individualidad. Falso.
Conforme caía el primer copo blanco se subía el pistón de los instrumentos de combate. Cuando mayor era el manto blanco y aún el fondo negro de nuestra realidad exigía esforzarse para dar con él, la pelea se hizo a navajazos. No había nadie que no confiara en que el adversario iba a salir castigado y ellos tendrían razones para eximirse de responsabilidad. Se puede ser tan incompetente, pero es difícil superar el grado de perversidad. No estaban preparados para una nevada grandiosa, y, sin embargo, cada cual esperaba sacar de ella el mejor partido posible. Desde aquellos primeros copos parece que cada cual estaba ya evaluando el partido que podía exprimir de la desgracia colectiva.
Durante unos días la pandemia desapareció del horizonte y eso en el momento que se alcanzaban cotas de excepción – ¡peor lo tienen en Alemania y Gran Bretaña!, argumento de bombero indolente-. Como a la gente cabe engañarla, pero evitar decirle que no, las llamadas fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes Magos se convirtieron en puntos obligados de todas las agendas políticas. Muérete, mata al abuelo, infecta a la tía, contagia al allegado, pero contentos porque el virus no rompe con nuestras inveteradas tradiciones. Los veteranos se asombran de que sus nietos tengan la play station como objeto privilegiado de sus deseos, pero les parece que comer en familia los turrones y los mazapanes son las señas de identidad de nuestra civilización. ¿No será que el influjo de los hooligans futboleros nos ha achicado el cerebelo? No se cierran restaurantes y terrazas porque están atiborrados de camareros infectados, sino porque son un sector sin capacidad de presión y otorgan la impresión en quien lo sufre de que las instituciones velan por nuestra salud, con cerveza o sin cerveza.
O lo cierran casi todo, salvo el mínimo vital básico, o habrá que confiar en las vacunas, como las viejas beatas esperaban que se les apareciera la Virgen de Fátima y las hiciera jóvenes y ricas. Las vacunas están pagadas, pero no llegan; quién osará preguntar si no hay beneficiados de las incompetencias. Me temo que el día que aparezcan estadísticas reales, sin la manipulación de fábrica, nos sorprenderán los números de muertos, divididos por edades y por clases sociales. Uy, eso ni tocarlo. Las víctimas y los pacientes no deben tener otro patrimonio que su vida y la desgracia. Ahí queda, como consigna para uso mediático.
Fíjense si será de payasos, sin dejar de ser delincuentes, una situación como la que sufrimos que, una vez anunciada la nevada del siglo, un gracioso le puso “Filomena”, de la familia Mortadelo y Filemón
Ver a un líder político con una pala es tan circense como escuchar sus pánfilos discursos en las ruedas de prensa. Seguidores del método Ollendorf: ¿ha subido el número de infectados y de muertos? Respuesta: manzanas traigo. Fíjense si será de payasos, sin dejar de ser delincuentes, una situación como la que sufrimos que, una vez anunciada la nevada del siglo, un gracioso le puso “Filomena”, de la familia Mortadelo y Filemón. Tanta ruina, tanta vergüenza, tanto sufrimiento, ¿quién lo produjo? ¡Filomena! Al que se le ocurrió deberían procesarle por atentar a la salud pública y como mínimo su cese fulminante en la asesoría que disfruta.
Esa tendencia por convertir los dramas en comedias quizá pertenezca a la época que nos toca vivir. Como hay que quitarle a lo cotidiano la espoleta que evite a la realidad que nos estalle en la cara, miramos las cosas con una ingenuidad tanto más frívola cuanto más rentable. Cuando veo un digital o una cadena televisiva o un diario cuya basura acumulada huele adornados con el lema de “un periodismo independiente”, sospecho que es por no exhibir sus prebendas que se encaraman a la ética. Deberían imponerles una obligación digna de aquella época en que algunas niñas de pueblo se llamaban Filomena: escribir cien veces “mentir es bueno para el bolsillo particular y malo para la salud colectiva”.
Ahí tienen al PSOE, que ha hecho lo imposible para que las elecciones autonómicas catalanas se celebrasen en febrero, y ha intentado que fueran antes de la Semana Santa, que será de Dolores. Desvelaron al candidato Illa que llevaban alimentando con pandemia y ahora caen en su propia trampa. ¡Joder, no hay pandemia capaz de torpedearnos al candidato de la pandemia! Si dura más en su ministerio, el efecto sorpresa se convertirá en desventaja. Pregonero de malas noticias. Lo de la luz y el túnel está muy bien para deslumbrar a la parroquia, pero nada aventura que las curvas se aplanen, que el túnel tenga un final y que la luz no sea un candil.
La nieve se hizo hielo y pronto se irá deshaciendo bajo la forma de barro y lodo. Volverá la negra realidad a enseñorearse de la calzada y de la vida. Una sangría de muertos -80.000 acaban de reconocer- y los hospitales convertidos en parkings de desahuciados. La política es como el aire, no como la nieve que llega, descarga y desaparece. El aire se respira y es exigente, como el poder; siempre está en activo. ¿Acaso necesitaremos llegar a la primavera para comprobar que esta gente no es susceptible de florecer? El humor, negro como la nieve negra, siempre se cierne sobre las víctimas. ¡Filomena!