La nueva vieja guerra fría

TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 18/02/17

· De haberse publicado hace siquiera medio año la historia de un presidente americano elegido con el apoyo de hackers rusos hubiera resultado chusco incluso como best seller. Pero Obama admite que EEUU subestimó el impacto electoral de los hackers, un modo de reconocer su influencia. Holanda ha decidido introducir el conteo manual de votos con la certeza de que sufrirían ataques; y Francia admite estar expuesta mientras la señora Le Pen, putinófila, sueña con hackers y no sólo con banqueros del este.

Dinamarca se ha declarado expuesta; y Alemania prepara su trinchera electrónica. No es raro. Según el informe de los servicios de inteligencia americanos, «Rusia ha intentado influir en las elecciones de toda Europa». Se trata de una nueva estrategia sutil: usar las democracias de occidente como armas eficaces contra las democracias de occidente.

La nueva Guerra Fría se libra en Internet. Putin ha asumido que los ejércitos no sirven para ganar las batallas determinantes en la geopolítica del siglo XXI. El matonismo global no dependerá de la fuerza y por supuesto tampoco del Derecho internacional. De ahí a deducir que Trump está puesto ahí por Putin va mucho. Pero esta semana ha dimitido el consejero de Seguridad Nacional por su conexión rusa; y ayer Putin abogaba por restablecer la comunicación con los servicios secretos de EEUU, a la vez que el general Perro Loco Mattis le lanzaba un guiño ante la OTAN. No es casualidad. Hasta ahora Putin era identificado como la gran amenaza global.

Todo esto sucede mientras la mayoría de medios españoles mantiene el tradicional desinterés más allá de las fronteras. Algún dardo afilado ha deslizado estos días Felipe González, interrogado insistentemente por la trastienda de Ferraz. Desde luego Rajoy siempre ha desdeñado el exterior; aunque con Dastis rectifique respecto a la UE. Zapatero al menos trató de crear una agenda alternativa, como Aznar al romper los ejes tradicionales para reorientarse al Atlántico con escala fallida en las Azores; pero Rajoy ha representado la antipolítica, aún más en el exterior que en Cataluña. Días atrás, Politico ironizaba sobre su presencia en la alfombra roja de las cumbres europeas: «Como de costumbre, no dice nada».

En mayo de 2013, sin embargo, ya hubo una línea roja: primero The New York Times reveló ataques informáticos con un robo significativos de información institucional, y una semana después The Washington Post publicó asaltos a los sistemas armamentísticos. Una sucesión de episodios que evidenciaban el despliegue de la Doctrina Gerasimov: El papel de los medios no militares para lograr objetivos políticos y estratégicos ha superado el poder de la fuerza de las armas en efectividad. Obama se otorgó poderes especiales con una orden ejecutiva. Putin, que en junio de ese año acogió a Snowden tras revelar a su vez el espionaje de EEUU, admitiría después «más de 24 millones de ciberataques a los órganos de poder de Rusia». Ese es el campo de batalla.

La guerra clásica cotiza a la baja, y aumentan exponencialmente los ataques cibernéticos en el territorio comanche de las redes, donde el mito de la acracia es propicio para la desinformatsia, con una punta de iceberg convencional en medios como RT, y flujos mucho más sofisticados. Ésta ya no es la guerra de los espías artesanales de Le Carré sino de los hackers. Mientras China se tapa y Trump parece un patán desconcertado, Putin campea como en ese delicioso souvenir que triunfa en Rusia: él, con el torso desnudo, cabalgando un oso para someter la Tierra.

TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 18/02/17