ARCADI ESPADA-El Mundo

Ahí están, sentados en el suelo, formando la primera línea de resistencia frente a un cordón de antidisturbios que aguarda de pie. Muchos de los concentrados llevan su teléfono móvil en acción. Tal vez quieran guardar un recuerdo de cuando fueron capitanes. O tal vez estén pensando en editarlos con rapidez y enviárselo a los minders, el tipo de periodista extranjero –extranjero, sobre todo, a toda forma de inteligencia– que ha venido a darse una buena guerra civil. Su aspecto es tranquilo. Algunos incluso sonríen. Su cálculo más pesimista es el de llevarse algún porrazo. Aunque no lo digan, aunque griten lo contrario, saben que viven en un Estado de Derecho.

A una señal, y casi siempre con aviso previo, el Estado de Derecho empieza a actuar. Los agentes se aprestan a la ardua tarea de levantar uno a uno a los revolucionarios. La paciencia infinita de la democracia. Unos acceden y otros se resisten. Entre los que resisten hay quien se lleva algún golpe. Algunos, poquísimos, de estos golpes requerirán tratamiento médico. Repitámoslo de nuevo: el 1 de octubre se saldó con un solo herido grave, que fue el hombre que perdió un ojo. Como es natural, la Policía actúa en un clima de gran hostilidad, que casi siempre es solo verbal. Uno, dos, media docena, quizá, de policías actuarán inadecuadamente. Es posible que algún juez los condene; pero hasta ahora ninguno ha sido condenado. La conducta de la inmensa mayoría es sumamente profesional y hasta considerada.

En ninguno de los vídeos exhibidos se aprecian cargas. Tenían razón el secretario de Estado de Seguridad, Nieto, y el coronel Pérez de los Cobos, cuando declararon que era incorrecto hablar de cargas. Una carga, técnicamente hablando, requiere sorpresa, velocidad y contundencia, una contundencia infinitamente mayor de la que hubo. La contundencia, por ejemplo, que muestra la media docena de vídeos que manda exhibir el abogado, Melero, de diversas manifestaciones del pasado. El abogado las muestra para que se compare la actitud de esos manifestantes con la que fue habitual en los colegios electorales el 1 de octubre. Poco que ver, desde luego; pero también con respecto a la actitud de la Policía. Tal como pedía la instrucción de la Secretaría de Estado, la Policía actuó en el presunto referéndum con proporcionalidad incuestionable.

La pregunta, en cierto modo recurrente, es por qué la mayoría de defensas han presentado estos vídeos como prueba. Es cierto que la edición interesada, el griterío ensordecedor, los lamentos más o menos sobreactuados y el hecho simple de presentar una formación de antidisturbios abriéndose paso a través de frágiles civiles vestidos de otoño bastan para organizar un relato de propaganda. Sin embargo, el relato exige la credulidad espontánea de la audiencia súbitamente sobresaltada del telediario de las nueve y un contexto donde, por ejemplo, puntuasen las fake news de los mil heridos. El momento ya pasó: los vídeos son hoy una prueba judicial y como tal son examinados. Por lo tanto la insistencia demagógica en el salvajismo de la Policía tiene una eficacia mucho más limitada.

Por el contrario, de la visualización se obtiene una consecuencia poco favorable para las defensas. Todas las imágenes destinadas a mostrar la violencia policial prueban que la multitud, convocada por sus autoridades políticas, usó su fuerza para evitar que la ley se cumpliera. Cuando la Policía, la Guardia Civil o los Mossos se presentaron en los colegios exigiendo la paralización de las votaciones y la requisa del material la multitud trató de utilizar su poder de disuasión y solo de modo anecdótico cedió pacíficamente a las exigencias de la ley.

Ahí va un hombre vestido de Robocop que tiene que cumplir un mandato judicial. Una mujer está filmando con su teléfono su trabajo, que consiste en llevar cuerpos de un lado a otro. Pronto el cuerpo será el suyo. El policía trata de llevársela, pero se resiste como una condenada. En el forcejeo se le cae el teléfono. Yo estoy viéndolo y pienso: «Ahora el poli pisará con su gigantesca zarpa el puto teléfono y hará santamente». Pero es que yo soy un oscuro y salvaje español. Cuando se da cuenta de que el teléfono está en el suelo, el poli lo golpea suavemente con el empeine para ponerlo al alcance de la condenada.

La cuestión no es cuantas cabezas se rompieron el 1 de octubre. Basta que os pregunten por el número de teléfonos rotos, farsantes.