Joseba Arregi-El Correo

El problema de los vascos es que no entierran bien a sus muertos. Carlistas contra liberales; nacionalistas y republicanos contra monárquicos; carlistas y falangistas. Y luego vino ETA

Releyendo la obra de madurez de Thomas Mann ‘Doktor Faustus’ uno se encuentra con el interés del autor en subrayar una y otra vez que en todo lo que aparece en la realidad, en la vida, en el arte, como brillante, como excelente, como elevado y transcendente, lo demoníaco nunca está lejos aunque no aparezca; como queriendo decir que la realidad de la vida, incluido el arte, siempre es una mezcla de creatividad y destrucción, de positivo y negativo, de cultura y barbarie.

Esta reflexión repetitiva de Thomas Mann recuerda la interpretación de Heidegger en su gran monografía sobre Nietzsche tratando de explicar el contenido de la idea del eterno retorno. Heidegger lo expresa con la metáfora de la luz del mediodía. El regreso eterno de lo mismo es como vivir siempre en el mediodía más luminoso, día sin noche, luz sin oscuridad, palabra sin sombra, realidad sin quiebras, la voluntad del superhombre liberado de todas las cadenas tras la muerte de Dios.

Tras le experiencia del Holocausto, el poeta alemán nacido en Chernowitz, Rutenia, Paul Celan, quien perdió a toda su familia en el campo de exterminio de Auschwitz, escribe en su poema titulado ‘Habla tú también’: «Habla, pero, no separes el No del Sí./ Dale a tu dicho también el sentido/dale la sombra//Dale suficiente sombra,/dale tanta/ como la que sabes repartida en torno a ti entre/medianoche y mediodía y medianoche.//Mira a tu alrededor/ ve cómo en tu alrededor todo se convierte en vivo/En la muerte! Vivo!/Dice verdad quien dice sombra».

Es probable que las referencias citadas sean demasiado elevadas para analizar la situación política y social tras los resultados electorales, y tras los pactos que se van materializando. Todo parece cortoplacista, dirigido a conquistas de poder inmediato, bastante mezquino y muy parecido a un bazar en el que todo se compra y se vende. Son los políticos los actores de todo este teatro, pero son los políticos elegidos por los ciudadanos electores. Y no sería nada absurdo preguntarse por el comportamiento de las sociedades que eligen tales actores políticos. No sería nada absurdo reflexionar sobre las tendencias que se ponen de manifiesto en el comportamiento de las sociedades.

Limitando el análisis a la sociedad vasca y a la política que facilita con sus votos, se podría decir que, a pesar de la impresión de que todo es la maravilla que transmiten los medios de comunicación y que se corresponde en buena medida con lo que los ciudadanos vascos creen de sí mismos, eso no es todo. Parecería que es una sociedad sin sombras; al menos, sin sombras insuperables, desconocidas, no tenidas en cuenta, sino manejables y controlables.

En una conversación entre amigos se pudo escuchar una frase que contradice esa fotografía de colores brillantes y paisajes sociales de una gran hermosura. Alguien dijo que el problema de los vascos es que no entierran bien a sus muertos. Y no se refería a los muertos que mueren de muerte natural. Se refería a los muertos de los conflictos violentos que han ensangrentado la geografía vasca en los últimos siglos -y no incluyo la historia de terror de ETA porque no ha sido un conflicto entre vascos-, en la primera guerra carlista, en la segunda guerra carlista y en la guerra civil española que también fue guerra entre vascos. Muertos en conflictos civiles y no bien enterrados porque no se llegó a construir una memoria compartida. Carlistas contra liberales, nacionalistas y republicanos -socialistas, comunistas y anarquistas- contra monárquicos, carlistas y falangistas, o simplemente conservadores no nacionalistas. Y luego vino ETA con su violencia y terror.

Sombras que parece que ya no agitan las conciencias, pero que quizá precisamente por ello, por no haber enterrado bien a los muertos, por no haber creado memoria compartida, por haberlas condenado al infierno más radical que es el del olvido buscado y querido, pueden ser sombras peligrosas para el futuro: lo que no se entierra bien resucita de mala manera casi siempre.

Queremos vivir sin sombras, no queremos que nadie nos recuerde que existen, que las llevamos con nosotros. No queremos hacer frente a las sombras. No queremos percibir que nuestra realidad celebrada tiene sombras que reclaman redención, memoria, gestión, autocrítica, el único camino para construir un futuro más inclusivo y espiritualmente productivo.

Hasta que no interioricemos que ETA en cada asesinato ha hecho imposible un futuro basado en la razón que le llevó a matar, ni en nada que se le parezca demasiado, hasta que el otro nacionalismo, el tradicional, no interiorice que los votos que recibe para gestionar y administrar las cosas no están en relación con el proyecto que quisiera establecer para todos los vascos plurales cada uno en sí mismo y entre ellos, y mientras la misma sociedad no se dée cuenta que su juego de votos puede ser peligroso porque permite que los que gobiernan se crean legitimados para perseguir su sueño nacionalista en base a los votos que reciben sabiendo que muchos de ellos no provienen de nacionalistas ni mucho menos y creando así una situación que se podría denominar de enfermiza, la apariencia puede terminar sin final feliz.

Todas las arcadias descritas en la lírica de los tiempos han descrito situaciones fuera del tiempo humano. Las sociedades empero viven en tiempo real y contingente, un tiempo en el que las sombras son tantas como las luces, los dolores tantos como las alegrías, todo ello surgido de la madera torcida de la que está hecho el hombre, según Kant.

Nietzsche pudo soñar con un mediodía radiante de luz en el que se produce el eterno retorno de lo mismo. Ese sueño tenía su origen en la negación de Dios, negación de la que debía surgir el superhombre superando la moral de esclavitud predicada por el cristianismo. Demasiados superhombres han intentado crear esa gloria del mediodía luminoso eterno, superhombres colectivos, pequeños superhombres colectivos, incluso superhombres individuales que se creen dioses llamados a traer la felicidad a los hombres. Mejor será, sin embargo, que no nos olvidemos de las sombras. Celan ya lo sabía por experiencia propia.