Nadie hasta ahora ha sido capaz de explicar convincentemente el ‘milagro Ayuso’ o, si se prefiere, el ‘milagro Madrid’. Ni siquiera la artífice del supuesto prodigio, que ha conducido la pandemia, a través de las sucesivas oleadas de contagios, como casi todos: a tientas, a trompicones, improvisando sobre la marcha y aplicando a fondo el sistema de ensayo y error. Un paso adelante y dos pasos atrás, a veces al revés, pero nunca en línea recta.
La presidenta de Madrid añadió a la mezcla, desde el primer día, dos ingredientes que, a la postre, resultaron politicamente decisivos:
Hacer y predicar en todo momento lo contrario de lo que haga o predique Sánchez, fuere lo que fuere. Cuando este se vistió de mariscal de campo y concentró todo el poder en su persona, Ayuso se hizo la asfixiada y exigió libertad de acción. Cuando Sánchez se sacudió el marrón de la gestión pandémica, Ayuso se hizo la abandonada y reclamó que el Gobierno central asumiera su responsabilidad. Cuando Moncloa abría, Sol cerraba, y viceversa. Así con todo. De tal forma que, a los ojos de la población, siempre hubo sobre la mesa dos modelos contrapuestos de política pandémica: la de Sánchez frente a la de Ayuso —lo que es chocante considerando que la única coincidencia entre ambas gestiones ha sido la inexistencia de modelo y lo errático de las decisiones: pauta estable de comportamiento inestable en ambos casos—.
El otro ingrediente, mucho más imaginativo, fue aprovechar el drama de la pandemia para crear de la nada lo que nunca antes existió: un embrión de nacionalismo madrileñista, mezcla de victimismo (“nos castigan”), chulería (“somos la envidia de Europa”) y exhibición de un supuesto hecho diferencial (“lo hacemos mejor que nadie restringiendo menos que los demás”). Introducir el elemento identitario en la política madrileña al hilo de una crisis sanitaria, y ligarlo a la figura de la presidenta autonómica, ha resultado ser un hallazgo.
Con la consigna ‘mira a Sánchez y haz lo contrario’, Ayuso se convirtió en el referente nacional de la resistencia antisanchista. Nunca fue Casado frente a Sánchez, sino Ayuso frente a Sánchez. El componente épico. Con la introducción del particularismo pseudonacionalista, conectó con la necesidad de autoafirmación colectiva en un periodo de máxima tribulación. “Nosotros somos quien somos”, el componente sentimental. Sánchez y Redondo aceptaron el envite y jugaron el mismo juego, confiados en que con las cifras siniestras de la pandemia en Madrid aplastarían a la insolente y ello serviría de escarmiento general. Incluso se permitieron el alarde de acudir a salvar a los madrileños de su presidenta en aquella escena inenanarrable de la visita de Estado a la Puerta del Sol y las mil banderas.
El caso es que España entera se ha pasado los 12 meses de pandemia hablando de Madrid y de Ayuso, fuera para llevarla a los altares o para hacer vudú con su figura. Juana de Arco para unos, Cruella de Vil para otros, ella ha sido indiscutiblemente coprotagonista de esta obra macabra que aún continúa. La traca ¿final? será la votación plebiscitaria del 4 de mayo, que se parece tanto a una elección autonómica normal como Rociito a Rosa Parks.
La realidad objetiva es que Madrid fue capital europea de los contagios durante las dos primeras olas, la zona cero, la región apestada, hasta el punto de provocar conatos de xenofobia en otros presidentes autonómicos. Pero logró atravesar la tercera ola de forma comparativamente favorable, para sorpresa y desconcierto general. Esta es la parte que nadie sabe explicar. Mientras toda Europa cerraba a cal y canto, en Madrid casi todo ha permanecido abierto manteniendo cifras de contagio no superiores a las de otras regiones y capitales en clausura.Sobre ese portento ha edificado Isabel Díaz Ayuso su leyenda política. Dos o tres meses de aparente tregua pandémica (más bien sin la catástrofe que todos auguraban) con los bares abiertos le han bastado para demostrar al mundo que ella tenía razón y Sánchez no. Poco más necesitaba la bravía derecha madrileña para coronarla, como se dispone a hacer el 4 de mayo. Se comprende que estuviera como loca por convocar elecciones cuanto antes con cualquier pretexto, imagínate que llega la cuarta ola, las cifras se disparan y se esfuma el espejismo. La maniobra atolondrada de Ciudadanos en Murcia se lo puso en bandeja.
Dos o tres meses de aparente tregua pandémica con los bares abiertos le han bastado para demostrar que ella tenía razón y Sánchez no
La jugada de Ayuso ha consistido en asumir como aceptable una tasa elevada de contagios y muertes, siempre que no se separe mucho de la media nacional y los hospitales no se colapsen. A cambio, ofrece nada menos que libertad para los ciudadanos y alivio para los negocios. La sociedad ha aceptado el trato con entusiasmo. Más allá de posiciones ideológicas, hoy adoran a Ayuso comerciantes y tenderos, taxistas, camareros, hosteleros, empresarios del espectáculo y todos los gremios relacionados con los servicios, lo que es decir mucho en un lugar como Madrid. Añadan a eso una derecha enardecida ante el reclamo irresistible de hacer morder el polvo a Sánchez y, de paso, humillar al mismísimo Iglesias. No se puede competir con eso, al menos mientras dure el hechizo.
Pero en la eficacia espectacular de la estrategia está también su fragilidad. Para que el plan surta pleno efecto electoral, es preciso que durante el mes de abril no se descontrolen los contagios y la vacunación progrese adecuadamente, sin tener que entrar en una nueva espiral de restricciones. Un equilibrio muy precario, como están mostrando los primeros datos de la cuarta ola. Si ese equilibrio se rompe y el estado de ánimo colectivo se tiñe de negro, la convocatoria mágica del 4-M podría convertirse en trampa mortal para la heroína.
Faltan casi cinco semanas para la votación. La cuarta ola ya asoma, y lo hará con más fuerza tras la Semana Santa. El resultado de estas elecciones no depende de la campaña, ni de lo que digan o dejen de decir los líderes políticos, y mucho menos de nada que tenga que ver con los problemas de la autonomía madrileña. Depende de que la evolución de la pandemia prolongue el efecto fascinante del ‘milagro Ayuso’.
El resultado de estas elecciones depende de que la evolución de la pandemia prolongue el efecto fascinante del ‘milagro Ayuso’
En lugar de mirar encuestas, sigan con atención las cifras de los contagios, las vacunas, las hospitalizaciones y las muertes en territorio madrileño durante las próximas semanas. Ellas serán el mejor predictor electoral. Lo peor es que todos los partidos lo saben y cada uno pone velas secretamente para que suceda lo que le conviene, cueste lo que cueste y nos cueste lo que nos cueste.