VICENTE VALLÉS-EL CONFIDENCIAL

  • Esquerra Republicana apretó el gatillo apuntando a Moncloa y Vox se lanzó en plancha para interponerse en la trayectoria de la bala, como hacen en las películas)
La escena resultó conmovedora y casi provocaba ternura. El portavoz parlamentario de la derecha radical trumpista española, Iván Espinosa de los Monteros, compareció en el patio del Congreso para anunciar que «lo más sensato» era que Vox facilitara la aprobación de un decreto del Gobierno de PSOE y Podemos. Se trata de ese Gobierno calificado con reiteración por Vox como ilegítimo, además de social-comunista y amigo de filoterroristas. Se trata de ese Gobierno que califica a Vox como partido de ultraderecha —cuando no de fascista—, racista, machista y franquista.

Igual de conmovedor y tierno resultó el siguiente compás de esta chocante partitura interpretada por la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, al dar las gracias «de manera muy expresa» (sic) a los grupos parlamentarios que acababan de lanzar un flotador a Pedro Sánchez cuando ya tenía el nivel de las aguas por encima de la altura del cuello. Y, siguiendo el eficaz argumentario habitual, Calvo identificó al Gobierno con España al destacar la actitud de aquellos partidos que han mostrado la «disposición de ayudar a su país».

Calvo no dijo ‘Vox’, igual que Espinosa de los Monteros no dijo ‘Gobierno’. Pero, con este sugerente y pintoresco episodio parlamentario, Vox y el Gobierno ​han roto la distancia de seguridad sanitaria que habían establecido entre sí y demuestran que, aunque solo sea de forma coyuntural, son capaces de bailar pegados, como en la famosa canción, y sin mascarilla.

La paradójica decisión de Santiago Abascal permite a su partido llamar la atención del público, ahora que Vox ha quedado huérfano de Trump y se desconoce qué futuro aguarda a los trumpistas del mundo una vez que su cabecilla ha sido humillado por los americanos al no concederle un segundo mandato y ya no ocupa una posición de poder tan relevante como la Casa Blanca.

Si el objetivo era ampliar su cuota de protagonismo, Vox lo ha conseguido. Como consecuencia, durante unos días ha ocupado el espacio que hasta hace pocas semanas era propiedad de Ciudadanos: el del partido que presume de ser útil, entendiendo por utilidad —según esa tesis— aquella actividad consistente en que tus votos permitan al Gobierno salvar votaciones en el Parlamento. Inés Arrimadas aún defiende esa posición, igual que las unidades militares defienden su trinchera. Pero Ciudadanos ya se dio cuenta de que sus deseos de proximidad cuasi romántica con PSOE y Podemos no han conseguido superar la pasión arrebatadora que los dos partidos coaligados sienten por Esquerra Republicana, como ocurrió con los Presupuestos Generales del Estado. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias prefirieron dejarse seducir por Oriol Junqueras y Gabriel Rufián y despreciaron a Inés Arrimadas, que se quedó compuesta y con «la mano tendida» sin ser correspondida por la otra parte. El romance con Moncloa no prosperó.

De ahí que sea tan singular que Abascal haya salido al rescate de Sánchez e Iglesias el día en el que Rufián ha tenido un conato de infidelidad provocado por la cercanía de las elecciones catalanas. Porque, conforme se aproximan las urnas del 14 de febrero, ERC pone distancia táctica con el Gobierno. No quiere parecer demasiado españolista a los ojos de una parte del votante independentista más hiperventilado, que tiende a dejarse llevar por sus vísceras en lugar de por un análisis posibilista y cerebral. Y, así, Esquerra apretó el gatillo apuntando a Moncloa y Vox se lanzó en plancha para interponerse en la trayectoria de la bala, como hacen en las películas los agentes del servicio secreto de Estados Unidos cuando alguien dispara contra el presidente.

Abascal busca la fórmula para devolver con energía la sucesión de bastonazos que recibió de Casado en la extravagante moción de censura

La consecuencia colateral —o, quizá, la principal— es que Vox ha hecho un favor impagable al Partido Popular. Si en una votación determinante, como la del decreto de los fondos europeos, Vox se alinea con el ‘ticket’ Sánchez-Iglesias, Pablo Casado se siente en el derecho de patrimonializar, aún más, el liderazgo de la oposición sin la sombra de Santiago Abascal. Y, de paso, acumula argumentos para desactivar la tradicional acusación de que PP y Vox conforman un único magna de derecha extrema heredero de la foto de Colón.

Abascal lleva desde septiembre buscando la fórmula para devolver con energía la sucesión de bastonazos que recibió de Casado en la extravagante moción de censura que Vox presentó contra el Gobierno, aunque su verdadero objetivo fuese patear el trasero del PP. Pero a la estrategia que Abascal y sus lugartenientes dibujaron en la pizarra de su sede le ocurrió lo que es habitual con casi todas las estrategias: que rara vez sobreviven más de cinco minutos cuando se desatan las verdaderas hostilidades en el campo de batalla.

Ahora, PP y Vox dilucidarán esas hostilidades en las elecciones catalanas. Los populares aspiran a crecer alimentándose de un previsible desfondamiento de Ciudadanos. Pero, a la vez, temen perder votos por su derecha si el votante españolista se llegara a sentir mejor defendido por la aspereza del discurso de Abascal que por las maneras más cautelosas de Casado. Un sorpaso de Vox al PP sería un golpe letal para los populares. Y su líder tendría que dar muchas explicaciones a los suyos para justificar que quien aspira a presidir el Gobierno de España dirige un partido que no es capaz de ganar ni a Ciudadanos ni a Vox en Cataluña.