CARLOS SÁNCHEZ-EL CONFIDENCIAL

  • La mezcla es explosiva. Paro y pandemia van de la mano, y eso hace que el primer trimestre vaya a ser especialmente significativo. España se la juega en medio del barullo político
Se trata, probablemente, del trimestre más complejo y difícil para España en muchos años. Tal vez, desde el 15-J de 1977, cuando este país celebró las primeras elecciones democráticas tras la dictadura en medio de una brutal crisis económica, pero que, sin embargo, en octubre de ese mismo año —apenas cuatro meses después—, fue capaz de firmar los Pactos de la Moncloa, que apuntalaron el sistema político y allanaron el camino hacia la Constitución. Varias circunstancias han coincidido en el tiempo, y todas ellas de una importancia radical.

Unas son de carácter general, como los problemas derivados de la distribución de las vacunas en Europa; pero otras propias de un país atribulado y a veces sin pulso, que denunciaba Francisco Silvela, que con frecuencia cae en el esperpento, como ha escrito con acierto Ignacio Varela, por la inutilidad de un Parlamento —a menudo pisoteado por el Ejecutivo— convertido en una caja de resonancia de proclamas electoralistas.

Probablemente, como consecuencia de esa extraordinaria capacidad de contagio que tiene Cataluña sobre el conjunto de la política nacional. Como si la mayor preocupación de los españoles fuera hoy quién va a ganar el 14-F. Y todo ello en un contexto macroeconómico lleno de incertidumbres que, sin embargo, apunta con claridad en una dirección: una recuperación desigual que ensanchará la distancia entre países. Aunque también entre personas. Y ya hay pocas dudas de que España, cuyo PIB cayó el año pasado más del doble que en las economías avanzadas (un 11% frente al 4,9%), estará en el furgón de cola.

El rescate europeo se salvó en mayo de 2010 por un solo voto; también, como hoy, por la irresponsabilidad del Partido Popular

Desde luego, no por un castigo divino, sino más bien por un error de lectura del momento histórico que vive el país y que ya se manifestó en 2008 cuando el Gobierno de Zapatero banalizó la intensidad de la crisis, escondiéndola, lo que abocó a la economía a una doble recesión que llevó la tasa de paro por encima del 25%. Y que acarició el rescate europeo porque entonces, como hoy, el sistema político fue incapaz de construir un consenso básico.

Merece la pena recordar que el rescate se salvó en mayo de 2010 por un solo voto; también, como hoy, por la irresponsabilidad del PP, gracias a la abstención de CiU, CC y UPN; y hay pocas dudas de que de haberse devuelto al Gobierno el Real Decreto-ley que se votó el jueves el retraso en la ejecución de los fondos europeos habría puerto al borde del abismo a miles de empresas.

Una urgencia histórica

Pero también habría demorado el necesario cambio de modelo productivo que este país necesita y que se ha convertido en una urgencia histórica. No es menos relevante que el fracaso en su tramitación hubiera alimentado el hartazgo de la sociedad hacia la clase política. Justo en unos momentos en los que afloran en algunos países los primeros conatos de rebeldía de una población cansada de restricciones. Sin duda, necesarias.

Lo ha dicho el propio FMI. El despliegue desigual de vacunas y los diferentes niveles de apoyo fiscal entre los países corren el riesgo de provocar una «gran divergencia». O lo que es lo mismo, una brecha cada vez mayor entre países. Mientras que China ya ha recuperado su nivel previo de PIB anterior a la pandemia en el cuarto trimestre de 2020, EEUU lo hará este año; pero Europa tendrá que esperar a 2022. Y dentro de Europa, y a la luz del modelo de crecimiento de España, no hay razones para vislumbrar una recuperación suficiente.

Es evidente que ello dependerá de la evolución de la pandemia y del ritmo de distribución de las vacunas, pero será en este primer trimestre cuando se verá la verdadera capacidad de reacción de España, y en particular del sistema político, de actuar al mismo tiempo en varias direcciones. Y es absurdo pensar que afrontar una cuestión de Estado como es cambiar el modelo productivo o atender las urgencias de una población agotada de tantas malas noticias se puede hacer con una exigua mayoría parlamentaria que depende, precisamente, de un partido tan poco fiable como es ERC ya desde los tiempos de la República.

Se equivoca Sánchez si cree que alentando la confusión en el centro derecha ganará votos, o si se presenta como el salvador de la patria

Esta es, en realidad, la cuestión de fondo: si un proyecto de país se puede materializar en medio de tanto barullo. El riesgo es, precisamente, que tanto la gobernabilidad de Cataluña como el incipiente debate dentro de Unidas Podemos sobre la utilidad de su permanencia en el Gobierno —ahí la atinada entrevista de Iván Gil a Gloria Elizo— enfanguen la acción política y acaben por dar al traste con la eficacia de la política económica.

Guerra civil en la derecha

También la guerra civil que vive hoy el centro-derecha, más preocupado de sus cuitas internas que de ofrecer soluciones estables, como se vio esta semana en el Congreso. Si Casado quiere alejarse de Vox, lo mejor que puede hacer es hacer políticas de Estado en asuntos tan trascendentes como el poder judicial o la distribución de los fondos europeos, entre otras razones porque las comunidades autónomas y cientos de ayuntamientos gobernados por el PP esperan su llegada.

Se equivoca ​Sánchez, sin embargo, si cree que alentando la confusión en el centro derecha ganará votos. O que puede conducir al país en solitario como si se tratara del salvador de la patria. España, con un patrón de crecimiento claramente sesgado a actividades relacionadas con la movilidad, como son el turismo, la hostelería, el comercio o el automóvil, afronta tras el primer trimestre del año los meses más duros. Dos semanas santas y dos veranos seguidos con una brutal caída de la demanda para miles y miles de pymes con escasa capacidad de ahorro son periodos demasiado largos para creer que no habrá una respuesta social. Ni, por supuesto, política. Y nada hace pensar que será en la buena dirección.

En el mejor de los casos, las inyecciones de liquidez que traerán los fondos europeos —demasiado lentos y complicados, como ha dicho al ‘FT’ Bruno Le Maire, el ministro francés de Economía— no comenzarán a traducirse en políticas concretas hasta bien pasado el segundo semestre de este año. Y salvo aquellos proyectos intensivos en creación de empleo, que no serán la mayoría, sus efectos son a medio y largo plazo, como es avanzar en la digitalización o en la lucha contra el cambio climático.

Lo urgente, sin embargo, no espera. Y de ahí que haya razones para pensar que en medio de un clima político que no favorece el acuerdo, ni siquiera para luchar contra la pandemia, se puedan hacer políticas de Estado que modelen el perfil del país que se quiere. Alguna vez habrá que reflexionar sobre las razones que explican que España, entre las grandes economías, haya sido el país más golpeado en las dos últimas crisis. ¿También lo será en la próxima?