TONIA ETXARRI-EL CORREO
Tres meses después de que los votantes fueran a las urnas, Cataluña sigue sin gobierno. Los representantes políticos, encasillados en el empate infinito, han entrado en bucle. Entre el bloque de independentistas, que son mayoritarios en el Parlamento, y la izquierda transversal que sueña con un tripartito. La gran rivalidad entre los dos partidos secesionistas que han compartido gobierno en los últimos años les ha llevado a escenificar sus mutuos recelos y están siendo incapaces de llegar a un acuerdo. Pero saben que están condenados a entenderse si no quieren repetir elecciones. Y si Junts no quiere cargar con el peso de la responsabilidad de semejante bloqueo. Saben que, en el fondo, en una comunidad que, además de las consultas del 9-N y el 1-O, han tenido cuatro elecciones en menos de nueve años, volver a las urnas sería un insulto para los catalanes.
A ERC y Junts les une la independencia y les separa el reparto de cargos para controlar el poder. ¿Quién llevará el timón de la economía ?¿ Y de los medios de comunicación?
Una eventual repetición electoral no cambiaría mucho el panorama porque los resultados serían similares a los del pasado 14 de febrero. Según los primeros sondeos serios, el PSC volvería a ganar y ERC superaría de nuevo a Junts per Cataluña. Pero el independentismo reforzaría su mayoría absoluta al sumar más escaños. Los secesionistas sumarían 76. Ocho asientos más de los necesarios para la mayoría absoluta.
Solo el desprestigiado CIS de Tezanos preguntaba a sus encuestados por las posibles fórmulas de gobierno sin incluir, precisamente, la combinación entre ERC y Junts. Que es la que se está cocinando en la antesala de la Generalitat, precisamente. Señalaba el ministro Iceta en EL CORREO que España estuvo a punto de romperse con el PP y , sin embargo, «con el PSOE se ha roto el independentismo». Suena animoso como mensaje doméstico. Pero la realidad es otra. Porque el independentismo catalán viene escenificando su confrontación desde que Puigdemont se fugó a Waterloo y Junqueras terminó en la cárcel. Y, a pesar de la fractura, sigue sumando mayorías. Viene siendo costumbre en el Gobierno de Sánchez atribuirse méritos ajenos (desde la cuantiosa asignación de los fondos europeos hasta las vacunas). El caso es que Sánchez decía que Rajoy era una máquina de crear independentistas pero lo cierto es que, durante su mandato y a pesar de su política de guiños y concesiones, la fábrica, lejos de haberse ralentizado, tiene el motor a toda máquina. La normalidad institucional no se ha recuperado en Cataluña durante el mandato de Pedro Sánchez.
Al presidente del Gobierno le interesa amarrar a sus socios en el Congreso ahora que ya no puede jugar a hacer competir a ERC con Ciudadanos porque el partido naranja se encuentra en un desolador proceso de liquidación. Necesita al partido de Junqueras de su lado. Y si puede gobernar en solitario en la Generalitat, mejor que acompañado de Junts. Solo hay una fórmula para evitar el rodillo independentista: que el socialista Illa, contradiciendo sus mensajes de campaña, apoyase a ERC – si así se lo ordena Sánchez- para que Aragonés pudiera gobernar sin contar con Junts per Cataluña. Una posibilidad rechazada por ERC, que sigue mendigando al partido de Puigdemont que les salve la papeleta.
Corre el contador hasta el 26 de mayo. Veremos si Cataluña sigue atrapada en un proceso disolvente del Estado democrático.