José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- La colaboración del PP, mediante su abstención, para que prosperase el reproche institucional a Abascal ha creado, solo aparentemente, una crisis entre los de Casado y Vox
La declaración de ‘persona non grata’ es un eufemismo antañón utilizado en el ámbito diplomático. El Gobierno que señala así a un representante extranjero ya no le reconoce como interlocutor. Frecuentemente, esa declaración conlleva el inicio de una crisis diplomática. Esta práctica política ha caído en desuso, pero fue un procedimiento declarativo muy funcional en las últimas décadas del siglo pasado. El relato del diplomático y escritor chileno Jorge Edwards (‘persona non grata’) publicado en 1973 cuenta cómo siendo enviado a Cuba por el presidente Salvador Allende para representar a Chile acabó resultando ‘non grato’ a Fidel Castro. A partir de esa gran historia literaria —verdaderamente de culto— la expresión hizo fortuna.
Endilgarle a cualquier personaje público la calificación de ‘persona non grata’ se ha convertido en la España actual en una rutina intrusiva y un tanto estúpida. Es intrusiva, porque una institución —sea cual fuere— no tiene competencias para acosar la reputación de un ciudadano. De ninguno. Es estúpida, porque no conlleva ningún efecto material, más allá del que persigue la propia descalificación que es la de erosionar su crédito público. No es infrecuente, sin embargo, que en vez de deteriorarlo, lo fortalezca.
Por esa razón declarar ‘non grato’ en Ceuta a Santiago Abascal, presidente de Vox, carece de fundamento y, lejos de crearle un problema a él y a su partido, le acredita ante sus electores que valoran altamente el espíritu de resistencia ante las adversidades que presenta su líder. La colaboración del PP, mediante su abstención, para que prosperase el reproche institucional a Abascal ha creado, solo aparentemente, una crisis entre los de Casado y Vox que ha declarado «rotas» las relaciones entre ambas organizaciones.
Se trata de una parodia que se aproxima al engaño. No hay tal ruptura porque si la hubiera se habría materializado ya, fulminantemente, en medidas incisivas en aquellas comunidades —Madrid, Andalucía, Murcia— en las que la colaboración entre los de Abascal y los de Casado es imprescindible para el Gobierno del PP, con Ciudadanos mediante, como en Sevilla.
Asistimos, en consecuencia, a una estratagema de ambos partidos. Ocasión tuvieron de romper cuando Pablo Casado, en octubre del año pasado, durante la sesión parlamentaria que debatió la moción de censura a Pedro Sánchez, le dijo de todo y por su orden a Santiago Abascal. Entre otras perlas, el presidente del PP le espetó al antiguo militante de su partido que «no somos como usted porque no queremos ser como usted. Así de sencillo». También: «hoy Sánchez saldrá a hombros de los diputados de Vox y con su tendido ovacionándole» y, en fin, «la izquierda le cuidará como hasta ahora para que siga su ofensiva contra el PP».
Entonces no pasó nada y ahora no pasará nada que no pueda preverse. Siempre estará ahí Cayetana Álvarez de Toledo para hacer de pontonera y que en Vox se reciba la cataplasma correspondiente desde las filas del PP más proclive a la política de buena vecindad con el tercer partido del Congreso de los Diputados.
Esta polémica le viene bien a Casado y mejor a Abascal. A este último le referencia como un líder estandarizado en una forma de xenofobia a la europea muy sensibilizada con el significante «musulmán» —así ocurre en las derechas extremas de Francia, Italia, Hungría, Polonia—, y al presidente del PP le alinea más cerca de los liberal-conservadores. Con la particularidad de que en el caso español la alternativa a Pedro Sánchez exige que las dos organizaciones cooperen si en unas futuras elecciones generales suman mayoría absoluta.
En las encuestas, la percepción de un cambio de Gobierno viene de la conjunción, de la adición, de los diputados que se atribuyen al PP y a Vox, descontada la desaparición de Ciudadanos cuyo electorado nutriría las expectativas de los otros dos. En 2019, las tres organizaciones sumaron 10.353.000 votos con un porcentaje del 43%. Guste más o menos al moderantismo español —evidentemente, menos— si se produce un vuelco lo será al alimón provocado por los dos partidos. Lo que se está desarrollando es una maniobra de retención o de atracción, según los casos, de los respectivos electorados para que los sumandos resultantes de unas futuras elecciones no queden por completo desequilibrados.
Esta parodia de desencuentro entre Pablo y ‘Santi’ se ha redirigido a Andalucía, pero no a Madrid. Y tiene lógica: tanto Vox como PP quieren que Moreno Bonilla convoque elecciones anticipadas ante la alta probabilidad de que las ganen los populares —sin mayoría absoluta— y los naranjas queden reducidos a la mínima expresión, con Vox vivito y coleando. En 2018, los tres partidos de la derecha obtuvieron en la comunidad andaluza 1.900.000 votos, superando así el 1.600.000 votos de las opciones de izquierda. Una diferencia considerable.
Vox y PP quieren que Moreno Bonilla convoque elecciones anticipadas ante la alta probabilidad de que las ganen los populares —sin mayoría—
Pretenden, además, que esos comicios adelantados interfieran en la marcha del Gobierno que tiene hitos importantes en los próximos meses: mesa de diálogo con los independentistas catalanes, debate presupuestario, congreso federal del PSOE, reformas estratégicas de la normativa laboral y las pensiones… de tal manera que introducir la cuña de una victoria electoral en Andalucía descolocaría al Ejecutivo y frustraría la ya escasas expectativas que suscita el nuevo liderazgo en el PSOE-A de Juan Espadas, alcalde de la capital.
El desencuentro paródico entre el PP y Vox a cuenta de la declaración de Abascal como persona ‘non grata’ en Ceuta —sus palabras fueron irresponsables, desde luego, pero también muy poco patrióticas porque desestabilizaron la precaria convivencia ceutí en la que se produce una fuerte presencia musulmana— puede servir de excusa, coartada o argumentario a fin de que Juanma Moreno Bonilla —escaso de fuerza en su partido allí, como este jueves nos relataba Javier Caraballo— convoque a los andaluces a las urnas, se le endose a Sánchez una repetición del 4-M madrileño y se establezca definitivamente el ambiente fin de época que comienza a registrarse con el Gobierno de coalición.
Dos años de control de la comunidad madrileña y cuatro de la andaluza, reportarían al PP y a Vox una significativa fortaleza en el panorama general. Esa y no otra es la operación de fondo en la pugna implícitamente convenida entre Pablo y Santiago. Como se escribió aquí el pasado martes, en Génova no se albergan mayores reservas en colaborar con Vox, comprobado que el PSOE no las tiene en hacerlo con ERC y con Bildu, ni le genera contradicciones democráticas cogobernar con la izquierda extrema y antisistema de Podemos. El terreno central estará deshabitado en España por mucho tiempo.