Bastaría el detalle de que el presidente “con” funciones se llevara a su cronista de corte a Nueva York para que entendiéramos el sentido de esa cumbre sobre el cambio climático. Pedro Sánchez en la sede de la ONU y el fondo de guitarra por acompañamiento del plumilla, Carlos E. (Elordi) Cué, expertos ambos en la utilización del clima en la cotidianeidad política, expresaron la evidencia de que sólo cuenta lo que vendes. Con una situación como la que vive España, abierta en canal para saber qué se le ofrece en las urnas y en las economías, hablar de una mejora, aunque sea meteorológica, resulta un lujo que roza la burla.
Aquí se cambia muy poco salvo en las palabras. Como llamamos a las cosas de una manera diferente a como se hacía creemos que eso constituye un síntoma de lucidez, cuando la verdad es que no se distingue de la estafa o el chiste. La benevolencia con la que los estafadores de oficio acogen los gestos de la adolescente sueca Greta Thunberg viene dada en primer lugar por su edad: ningún político en su sano juicio electoral levantaría la voz ante una muchacha de 16 años y sueca, ciudadana de un país que no concita adversarios sino admiradores, donde los pobres no se ven y los precarios están fuera de foco, donde el nivel de vida es alto y la enseñanza sirve para algo más que hacer una pausa en los videojuegos. Ella es la prueba; perfecto inglés y ecología. Familia pudiente sin problemas de fin de mes.
La ecología se ha vuelto religión y, como toda religión organizada, no deja de protegerse formando una especie de Estado y otra variante de empresa que tiene su mercado, su industria, sus clientes adictos y sus negocios suculentos. En el mundo ecológico coexisten las multinacionales y los chiringuitos aldeanos, se encuentra sitio para todo tipo de creyentes. Si hay una prueba de la deriva personalista y tradicional de los recientes ensayos de izquierda benévola está en la incorporación de la ecología como base fundamental de una política. Como además es sano, o al menos lo pretende, no hay nadie con tan mala entraña que se niegue a la ecología. Incluso ser vegano, o animalista, tiene su rasgo exótico para aquellas clases que comieron carne toda la vida hasta que descubrieron que era pecado para cuerpo y alma. La gama de vegetarianos ha sido muy variada en la historia y no consiente conclusiones políticas. Lo fue Kafka, pero también Hitler.
Confieso que la palabra patriota me eriza los pelos. Desde antiguo los mayores canallas se confiesan “patriotas”
Los términos tienen esa señal de fábrica de la factoría Trump que consiste en simplificar tanto las cosas que se convierten en boberías de barra tabernaria. Lo peligroso de él no está en cómo habla sino en lo que piensa, que es poco y reiterado. Hablar de los globalizadores con desdén, tratándose del jefe de un imperio global que trata como súbditos al resto de la humanidad, no deja de ser una desvergüenza más del emperador que se niega a reconocer que sus legiones ni son lo que eran ni sirven para lo que servían, como si emulara a César, que para él no pasará de ser una cadena de hoteles con servicios exclusivos, y se quedara en Nerón, jactándose de sus aberrantes chanzas.
Tiene interés la denominación de “patriotas” para definir a los buenos de esta historia, que a fin de cuentas son los negacionistas de los crímenes de sus antecesores. Confieso que la palabra patriota me eriza los pelos. Desde antiguo los mayores canallas se confiesan “patriotas”. Incluso hoy es frecuente oír lo de “patriota catalán”, o su versión vasca de “abertzale”, tan similares al “patriota español” cuya esencia se diluyó felizmente con Franco bajo esa losa del Valle de los Caídos que ahora va a volver a abrirse por mor de un frívolo que no sabe que los enterrados no se tocan porque son carne de olvido y que por eso mismo no debe quedar ningún asesinado en las cunetas sin una tumba digna.
Sin los Estados Unidos de América, primera potencia mundial, no es posible alcanzar ningún acuerdo sobre el deterioro climático, y su máximo líder alega que lo suyo es patriotismo
Más allá de lo nuestro está ese patrimonio de los canallas, según precisa definición de Samuel Johnson desde el siglo XVIII, que está dispuesto a todo para conservar su poder en decadencia. Sin los Estados Unidos de América, primera potencia mundial, no es posible alcanzar ningún acuerdo sobre el deterioro climático, y su máximo líder alega que lo suyo es patriotismo. Nunca con tal descaro se proclamó el desprecio a la humanidad en aras de la defensa de los intereses del Imperio. Y aquí es donde se encuentra lo inquietante, porque el ciudadano, sea del país que sea, defiende en primer lugar lo suyo, y los cantos patrióticos en tiempos de precariedad son tan eficaces que logran consagrar en las urnas a personajes como Bolsonaro, o al mismísimo Trump. Conviene no olvidar que Vladimir Putin se define solo como un patriota y las nuevas repúblicas exsoviéticas están llenas de patriotas, a falta de cualquier otra definición más precisa y contundente.
Cuando se ha perdido cualquier noción internacionalista para sustituirla por la académica globalización, cuando la condición de trabajador asalariado ha decaído en fondo y forma para ser sustituida por el precariado, introducir la patria y el patriotismo es la mejor fórmula para que la gente que no está inquieta por lo que vaya a suceder dentro de 30 años sino en sus próximos 30 días se incline por lo que cree tener más cerca. En España vivimos la estafa patriótica primero con Franco, luego pasamos por una larga etapa de silencio de banderas, ahora volvemos a las patrias. Quizá porque dan seguridad al rebaño. ¡Que nos quitan los símbolos!, ¡Que nos quitan los símbolos!, esa basura del tiempo sin precio en el mercado.