Juan Carlos Girauta-ABC
¿Es D66 la articulaciónpolítica final de sexo y muerte? Eros y Tánatos. Vaya
Nunca me fie mucho del partido liberal holandés D66 durante mi época de eurodiputado, que no fue muy larga ni muy corta. Su disposición a creer a pies juntillas las patrañas del único convergente del grupo liberal, donde nos acabábamos de integrar para consternación de los nacionalistas catalanes, resultaba irritante. El tiempo hizo justicia y fue Convergència (no te escondas) la expulsada. Hoy al prófugo Puigdemont no lo quieren ni los Verdes, y eso que se tragan cualquier infusión.
Por fin comprendieron en D66 que los liberales españoles no éramos la extrema derecha camuflada, machistas feroces y gente violenta, que es la gentil imagen que nuestro compatriota malgré lui había vendido de nosotros. Pero ese lapso fue una afrenta, habida
cuenta de que nadie más que los holandeses habían prestado oídos a la caverna secesionista. Por lo que recuerdo, las únicas preocupaciones políticas que manifestaban aquellos colegas se referían al sexo y al climax, digo al clima. Que está muy bien, muy bien, pero hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña su filosofía.
He sabido por nuestro diario de su actual empeño doméstico: avanzar en la causa eutanásica impulsando una ley para que los mayores de setenta años puedan comprar sin receta una píldora venenosa que ponga fin a su vida con discreción, sin dejar al funcionario esos enojosos cuerpos ahogados en el Ámstel, o despanzurrados sobre la acera tras una fea defenestración. Se trata, en fin, de ponerle las cosas fáciles a quien, aun gozando de buena salud, ha perdido el gusto por la vida.
¿Es D66 la articulación política final de sexo y muerte? Eros y Tánatos. Vaya. De algún modo todo está ahí, yo lo entiendo. Pero preferiría otro buen libro sobre el tema, preferiría un seminario a un partido político capaz de llevar a la normalización social el suicidio porque un grupo de políticos aupados al gobierno en una coalición a cuatro disfrazan de libertad el acto irreversible. Ojo, hay desde Séneca, y aun antes, una relación indudable entre suicidio y libertad: «No es cosa buena el vivir, sino el vivir bien. Así pues, el sabio vivirá cuanto debe, no cuanto puede».
«El sabio», dice el de Córdoba, no el deprimido, cuadro clínico que resulta anacrónico en el siglo I y que, desde luego, no parece aquel haber sufrido. Así que no siento gran respeto por quien reviste este cataclismo moral de filosofía o sociología, por quien esgrime a Durkheim o a los estoicos para justificar la pastillita, sin prescripción médica. Todos los deprimidos quieren en algún momento acabar consigo, es decir, con el mundo. Ignorar que se trata de un síntoma, y que existen tratamientos en general eficaces para combatirlo, es monstruoso.
Salvo que recordemos que, a partir de los setenta años, la gente empieza a suponer una carga para la sociedad porque cobra una pensión y lastra con un mayor gasto al sistema público de salud. Es el Estado del malestar.