José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 8/4/12
El PNV aprovecha el fin de la violencia para marcar distancias con la izquierda abertzale y no confrontarse electoralmente con ella en su propio terreno
Todo Aberri Eguna tiene su peculiaridad, y los partidos que lo celebran tratan de destacarla cada año en sus convocatorias. La más aparente de este de 2012 es sin duda la de celebrarse, por primera vez en muchos años, sin la amenaza del terrorismo de ETA. La izquierda abertzale, por razones fácilmente entendibles, prefiere no mencionar siquiera este dato insoslayable, aunque no pueda dejar de darlo por sobreentendido, pues sólo él le permite convocar a una celebración conjunta a otros grupos ajenos a su tradición. El PNV, en cambio, hace de él el punto de partida de su manifiesto, poniéndolo como el emblema del «tiempo nuevo» que se propone liderar.
Sin embargo, aun cuando la ausencia de la violencia etarra sea la peculiaridad más aparente que el PNV pretende destacar en el Aberri Eguna, no cabe duda de que su manifiesto oculta otra más prosaica que se delata a sí misma en cada una de sus líneas. Y es que, si bien es verdad que éste es (casi) el primer año en que el Aberri Eguna se celebra, desde que se instaurara en 1932, en plena libertad democrática y en ausencia de todo tipo de violencia, también lo es que es la primera vez que los jeltzales se disponen a enfrentarse electoralmente a otra fuerza abertzale que les disputa, con verosimilitud de victoria, la hegemonía. Y es esta segunda peculiaridad la que el PNV juzga más relevante a la hora de elaborar el mensaje a transmitir en este Aberri Eguna. La patria, pues, como coartada electoral.
De hecho, la ausencia de la violencia de ETA le sirve al PNV, en vez de, como habría sido posible, para abrir un espacio de entendimiento y colaboración con una izquierda abertzale de la que aquella lo separaba, para marcar aún más su distancia. A este propósito, el PNV toma pie de la casi coincidencia temporal entre el LXXV aniversario del bombardeo de Gernika en 2012 y el cese de la violencia etarra el pasado 2011 para equiparar ambas etapas –la de la dictadura de Franco y la del terror de ETA– y dejar bien claro cuál es el diferente papel que en ellas ha jugado una u otra formación política. El cese de la violencia sirve, pues, para delimitar los espacios electorales.
A partir de ahí, y aunque no pueda eludir las obligadas referencias a conceptos que, como el de «soberanía» o el de «autodeterminación», forman parte de su acervo doctrinal, el PNV dedica el resto del manifiesto a describir el nacionalismo incluyente e integrador que se propone llevar a la práctica. Y queda claro, a tenor de lo que en él se dice, que, de cara a las próximas elecciones autonómicas, el PNV no tiene intención de competir con la izquierda abertzale en el terreno del radicalismo independentista –la experiencia le ha enseñado dónde se cosechan las derrotas–, sino que tratará de elaborar y transmitir un discurso que resulte atractivo a esa otra gran mayoría de vascos que huye de rupturas traumáticas y se preocupa de todo aquello que tiene que ver con su bienestar.
El PNV cree contar con ventajas comparativas que no piensa desaprovechar. Parte de un hecho que, a estas alturas, llama incluso la atención que se mencione por resultar a todas luces anacrónico, a saber, el de que, en Euskadi, no son ya aplicables conceptos como «los de aquí» y «los de allí», puesto que los antaño «vascos de refugio» (sic!) se habrían hecho «simplemente vascos». Y así, supuesta esta sociedad integrada en cuanto a su sentido compartido de la identidad –tan plural y heterogénea que quienes la poseen reciben el nombre de vascos ‘poli-identitarios’–, el PNV cree estar en condiciones de ofrecer «raíces» para sobrevivir en este mundo globalizado y sentido de «comunidad» para mantener la cohesión. Piensan los jeltzales que lo que con más ansiedad demanda una ciudadanía azotada por la incertidumbre y el miedo es la seguridad y la protección que ofrecen el arraigo y el sentimiento de pertenencia común. Y creen ser ellos los que mejor pueden dárselos.
En este contexto, incluso el «nuevo status político» que el PNV anuncia para 2015 se presenta menos como reivindicación partidaria que como promesa de buen gobierno. También ese status ha de entenderse desde la perspectiva de la eficacia, pues se concibe, no tanto como respuesta a un derecho reclamado, cuanto como medio para «hacer frente a las necesidades sociales» del país. La construcción de la «nueva nación» se supedita así al bienestar que pueda procurar a sus nacionales. Y es que «el propio concepto de las estructuras políticas… es… instrumental», y «sólo si» aquellas procuran prosperidad y cohesión sociales serán dignas de verse implantadas.
Queda así claro en qué terreno se dispone a competir el PNV en las próximas elecciones autonómicas. Dejado el campo del radicalismo abertzale a quienes están de tiempo instalados en él, se dispone a dar batalla en ese otro terreno en el que la competencia se entabla con sus homólogos políticos, los partidos institucionales. Del desgaste que éstos han sufrido en estos años de compromisos gubernamentales y del consiguiente descontento de quienes en su día los apoyaron piensan los jeltzales que podrán sacar adeptos para añadir a los suyos y mantener su posición hegemónica. Surgen, sin embargo, dos dudas: si podrá el PNV aguantar en este moderantismo cuando arrecie la confrontación electoral con la izquierda abertzale y si el electorado dará crédito a lo que cabría entender como una repentina e interesada conversión al sentido común.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 8/4/12