Italia va a celebrar el 150º aniversario de su unidad arrastrando las malformaciones de origen. Esta democracia lleva un siglo sin alcanzar verdadera estabilidad y hoy la xenofobia ensombrece al patriotismo.
No resulta fácil elegir el acontecimiento que deba servir de emblema para evocar la conciencia patriótica. Sobran ejemplos y errores. Así, la debilidad del nacionalismo español y su arcaísmo se reflejan en la elección del 12 de octubre, antes calificado de Fiesta de la Raza, en lugar del patriótico Dos de Mayo. Por su parte, México ha preferido olvidar que la independencia efectiva se alcanza con el ambiguo Plan de Iguala en 1821 y retrotrae la celebración al levantamiento del cura Hidalgo en 1810.
Las independencias y las unificaciones nacionales decimonónicas son con frecuencia resultado de procesos prolongados. Tal es el caso de Italia. De ahí que la conmemoración ahora en curso de los 150 años de la unidad se extienda desde el 5 de mayo, día de partida de la Expedición de los Mil garibaldina en 1861, paso decisivo con la conquista de Sicilia y Nápoles, y la proclamación del Reino de Italia en Florencia, el 25 de abril de 1862. La conquista de la Roma pontificia llegaría más tarde, el 20 de septiembre de 1870.
El triángulo formado por las tres fechas informa ya tanto de los obstáculos que la unificación hubo de salvar, como de la pluralidad de factores y posibilidades. A partir del periodo de gestación política y cultural de la unidad, entre 1821 y 1861, el péndulo había oscilado entre los proyectos democráticos de unificación por vía insurreccional, con la acción conspirativa de Giuseppe Mazzini como protagonista, y la opción de orden que pretendía al mismo tiempo acabar con la dominación austriaca y conjurar todo peligro revolucionario, asignando la primacía al rey piamontés, una vez disipado el espejismo de un Pío IX liberal. Gracias a la intervención de Napoleón III, esta segunda posibilidad se impuso al ser derrotada Austria en 1859 y ceder Lombardía a Piamonte. En lo sucesivo, el eje Turín-Milán hará Italia.
El componente democrático y popular, integrado por sectores profesionales y de clase media, logró el triunfo decisivo para la causa de la independencia en el Sur, si bien el encuentro entre Garibaldi y Víctor Manuel II selló su subordinación al proyecto moderado. Imperó el aforismo de Tancredi en El Gatopardo: «Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie». La izquierda aceptó la monarquía, anticipando lo que sería el transformismo finisecular. Los republicanos quedaron marginados. Suele olvidarse que la experiencia de tal frustración italiana resulta capital para que Bakunin haga a partir de 1864 del anarquismo la fórmula política de la democracia socialista, contra Mazzini, antes de enfrentarse a Marx.
Subordinación de las capas populares a los viejos y nuevos propietarios en la Italia agraria, con la emigración masiva más tarde como válvula de escape; subordinación económica del Sur al Norte, apenas compensada por el acceso de los políticos meridionales a la clase dirigente. Respuesta: desarrollo de formas delictivas de enfrentamiento con el poder central, del bandidaje (brigantaggio) a la mafia. Cobra así forma la visión peyorativa de los meridionales, «biológicamente seres inferiores». Por fin, la victoria militar sobre el papado no acabó con el problema histórico que ya señalaran Maquiavelo y Guicciardini: el poder de la Iglesia a modo de un quiste maligno, primero oponiéndose a la unidad, luego hasta hoy con la pretensión de ejercer su hegemonía sobre el conjunto de los italianos.
A pesar de todo ello, en la primera celebración de 1911, el «jubileo de la patria» del cincuentenario, el balance de la modernización resultó muy favorable, tanto en el plano de la industrialización como de la homogeneización cultural. Seguían y siguen hablándose las lenguas que hacían de la península un puzle de idiomas al llegar la unidad, pero como idioma oficial y literario la imposición del toscano/italiano fue un éxito. Los comentaristas coincidieron en que bajo un liberalismo integrador el Risorgimento había triunfado. Sólo que como en la España coetánea, y por razones bien distintas, a la sombra del mito nacionalista del Risorgimento y frente a la aparición del conflicto de clases, entró en escena el tópico de las «dos Italias», con la aparente contradicción entre la dinámica y expansiva de la burguesía del norte-centro y la anquilosada casta liberal que en torno a Giolitti dirigía el sistema político apoyándose en el clientelismo meridional.
Así, mientras en España tenía lugar el repliegue post-98, en Italia surgía un nacionalismo expansivo, de proyección imperialista, que arranca de la ocupación de Libia y pasando por la intervención en la Gran Guerra culmina en la criminal conquista de Etiopía en 1935-1936 (véase Italiani, brava gente! de Angelo del Boca). Nacionalismo belicista, antidemocracia, contrarrevolución y demanda de un «Estado nuevo» -temas magistralmente estudiados por Emilio Gentile (Il mito dello Stato nuovo y La Grande Italia)- confluyeron en la gestación del fascismo, sobrevolando de paso las fracturas de la unidad. A partir del mito de Garibaldi, cobraría forma la figura del líder carismático, personificación de las aspiraciones del pueblo frente al parlamentarismo, de la cual se beneficiarán Mussolini primero, y ahora Berlusconi.
Por azar, fui testigo de la celebración del centenario en 1961. Viajé a Italia ya en 1959, recorriendo el escenario de las grandes batallas ganadas en Lombardía al ocupante austriaco, y más tarde, de Génova a Roma, al haber obtenido en el año 61 un premio estatal por un trabajo sobre la positiva visión del Risorgimento de liberales y demócratas españoles. No era ya tiempo de heroísmos, sino de destacar el respaldo providencial a la unidad, de acuerdo con los intereses de la Democracia Cristiana en los días felices del «milagro italiano». El hito del centenario fue la novela El Gatopardo de Lampedusa, seguida por el filme de Visconti (siendo suprimida la escena donde eran mencionadas las revueltas campesinas). En cuanto a la nación italiana, ni siquiera había que mencionarla; parecía consolidada para siempre.
No cabe decir lo mismo al llegar el 150º aniversario, aun cuando la encuesta de La Repubblica arroje una aprobación mayoritaria de la unidad, por encima del 80%, salvo en los afiliados a la Liga Norte. Con el nuevo despertar de las naciones en los años noventa pudo pensarse que resurgiría el independentismo en el Tirol del Sur. No fue así. Los problemas de Italia siguen estando vinculados a las malformaciones apreciables tras el Risorgimento. El silencio de la Mafia en los últimos años no significa que las tramas de criminalidad hayan disminuido su presencia. Las deficiencias del régimen parlamentario de la República, bloqueado por la bipolaridad DC-PCI y finalmente dinamitado por la tangentópolis, no han sido superadas, con el monopolio televisivo de Berlusconi, más su voluntad de establecer un presidencialismo de claro sesgo autoritario. La democracia parlamentaria lleva un siglo sin alcanzar estabilidad.
Y sobre todo, ahí está frente a Italia la Padania de la Liga Norte. Se trata de un nacionalismo que a diferencia de otros no refleja un proceso histórico de afirmación identitaria, sino que emerge de la crisis del Estado republicano en los noventa. Expresa de nuevo la vieja tensión, con la convergencia entre el complejo de superioridad de la Italia del Norte respecto de los meridionales (al que se sumará el rentable rechazo de los inmigrantes) y la protesta contra las transferencias fiscales al Estado italiano, a «Roma ladrona». Estamos, pues, ante un movimiento demagógico y xenófobo, pero pragmático en la búsqueda de privilegios bajo el rótulo de «federalismo fiscal». Todo intento de celebrar la unidad de Italia les parece «retórico» y su presencia imprescindible en el Gobierno hace augurar una celebración confusa y de bajo perfil.
Negación de los valores humanistas del Risorgimento, la Liga puede llegar a controlar en próximas elecciones todo el norte italiano, la imaginaria Padania, que fuera el epicentro de la lucha por la unidad. La falta de articulación de las piezas agregadas en 1861 sigue gravitando sobre Italia. La xenofobia ensombrece al patriotismo.
Antonio Elorza, EL PAÍS, 25/5/2010