ABC-IGNACIO CAMACHO

En torno al presidente reina un clima cesáreo, como si su liderazgo solucionase problemas por imposición de manos

TODO está en orden. Cuando la izquierda ocupa el Gobierno –que no es lo mismo que gobernar– las cosas vuelven a su ser natural, el país queda sosegado y en calma y no hay lugar a ningún tipo de preocupaciones. Una vez solucionada la anomalía histórica que suponía la derecha en el poder, el verano discurre con placidez y la gente vacaciona sin resquemores. El presidente puede recorrer las dunas de Doñana sin que nada le estorbe: tiene a la parentela y los amigos colocados en todos los recovecos de las administraciones; Merkel, la «austericida» de los recortes, ha ido a rendirle honores y la reconquistada televisión oficial –¡¡y hasta la privada!!– silencia las polémicas por el fulgurante empleo de su mujer o los abucheos de los disconformes. España es una balsa bajo la pax petrina y su taumatúrgica atmósfera relajada de crispaciones; hasta es posible –mañana lo sabremos– que los apaciguados separatistas le perdonen al jefe del Estado su ritual ceremonia de pitos y reproches.

La socialdemocracia establece el bienestar social con su sola llegada, por simple imposición de manos. Los problemas más ásperos desaparecen de la opinión pública por ensalmo. Ya no hay pensionistas reclamando subidas, ni feministas en protesta contra los malos tratos; los jueces y los fiscales han dejado de clamar por su comprometida independencia y los medios más influyentes saludan los incumplimientos y rectificaciones del Gabinete con elogios balsámicos. Hasta los colectivos de víctimas han aceptado sin mucha queja los primeros traslados de presos terroristas vascos. En Vigo se ha hundido el tinglado de un festival veraniego sin que nadie exija responsabilidades ni se llame a escándalo. Las proclamas propagandísticas se han disuelto en el vacío y los inmigrantes desbordan unos centros de acogida en colapso, pero el único debate político se centra en escudriñar las notas universitarias de Pablo Casado. Nada debe alterar la placidez de este clima cesáreo en el que Sánchez ilumina Europa con su fulgor diplomático sin salir del idílico paraíso de descanso donde contempla el vuelo de las anátidas del Coto y cuenta perseidas bajo el cielo estrellado.

Tenía razón el presidente: este país se normalizaría en cuanto él se pusiera al frente del cuadro de mandos. El desalojo de la malvada derecha ha despresurizado la tensión política con efectos mágicos. El nacionalismo contemporiza en una tregua táctica y los ímpetus rupturistas de Podemos se han moderado. Todo está ahora en su sitio, en el lado correcto de la vida, por definición justo, benéfico e igualitario. Y para septiembre, si se da el caso de que se atasque de nuevo el acuerdo presupuestario, siempre quedarán señuelos de los que echar mano para entretener al duopolio mediático. Al PP aún le quedan varios juicios de corrupción y está pendiente la promesa estelar del mandato: el desahucio de los restos de Franco.