- El autor cuestiona que «dar paz al pasado» esté al alcance de la próxima Ley de memoria democrática, tal y como ha declarado la vicepresidenta del Gobierno, después de describir el recorrido que ha tenido el término «paz» en la historia reciente del País Vasco.
Cuando la vicepresidenta primera del gobierno, Carmen Calvo, explicó recientemente su proyecto de “memoria democrática” diciendo que con él pretendía “dar paz al pasado”, fue por mi parte oír el término “paz” y entrarme una especie de angustia irreprimible y unas ganas enormes de echar a correr y no parar.
Reconozco que se trata de una anomalía de mi comportamiento, puesto que sin duda la palabra “paz” debería haberme producido un efecto reconfortante y placentero. La primera vez que la “paz” apareció en mi vida no pude enterarme de lo que ocurría, puesto que fue el mismo año de mi nacimiento, cuando aquella celebración de los “25 años de paz” en 1964 supuso la consagración ideológica del desarrollismo dentro del régimen franquista.
Pero lo que nadie pudo sospechar de aquella expresión, ni siquiera cuando fue rebatida, es que había sido concebida precisamente por la propia izquierda abertzale, como se demuestra por unas declaraciones de quien fue consejero de Gobernación y Seguridad del primer Gobierno vasco y luego líder del radicalismo abertzale, Telesforo Monzón, del 14 de junio de 1978: “Deseo con toda mi alma la paz, necesitamos la paz y hay que hacerla, pero no con tacitas de manzanilla ni cataplasmas. Si hay unas fuerzas armadas vascas que han hecho públicas sus condiciones de negociación la otra parte tiene que negociarlas y aceptarlas, ya que de no ser así no puede haber paz”. Y luego confirmada por un documento de Herri Batasuna del 3 de febrero de 1983, tras el asesinato en la víspera del guardia civil Miguel Mateo en Ordizia, y recogido en prensa el día 4: “Queremos y deseamos la paz. Necesitamos la paz. Pero que conste claramente que ésta no vendrá por claudicaciones o arrepentimientos sino por una respuesta clara a lo que el pueblo vasco necesita para su supervivencia”.
A partir de ahí esa paz fue esgrimida profusamente por todo el nacionalismo vasco. El lehendakari Ardanza, tras el asesinato de Francisco Tomás y Valiente, el 14 de febrero de 1996, dijo que “los vascos queremos la paz, necesitamos la paz”. Después Joseba Egibar, líder del PNV guipuzcoano, tras el inicio del proceso de paz irlandés en junio de 1996, dijo que los vascos “necesitamos la paz, pero no damos con la fórmula”.
La consagración del lema vino de la mano del diputado general de Vizcaya Josu Bergara, del PNV naturalmente, que concibió un cartel blanco con el lema en castellano y euskera (“Necesitamos la paz. Bakea behar dugu”) y con la ikurriña como único símbolo político, y lo instaló en el balcón del palacio foral de Bilbao un 29 de julio de 1997, dos semanas después de la conmoción social provocada por el asesinato de Miguel Ángel Blanco. El gesto se reprodujo en las otras dos diputaciones y en todos los ayuntamientos vascos.
El pretendido consenso alrededor del “Necesitamos la paz” se empezó a romper con el asesinato de Buesa
Tras el asesinato del policía nacional Daniel Villar en Basauri, el 6 de septiembre de 1997, fue la primera vez que el lema salió en manifestación. Después fue en Zalla, el 14 de octubre, por el asesinato del ertzaina Txema Agirre. La propia Herri Batasuna lo incluyó en la pancarta de su multitudinaria manifestación de Bilbao del 27 de diciembre de 1997, contra la detención de su mesa nacional. El 10 de enero de 1998 encabezó la manifestación contra el asesinato del concejal del PP José Ignacio Iruretagoyena en Zarauz. Y el 26 de junio de ese año recorrió las calles de San Sebastián tras el asesinato de otro concejal del PP, Manuel Zamarreño.
En julio salió en Ermua, en el primer aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Y el lehendakari Ibarretxe también convocó una manifestación bajo ese mismo lema un 3 de diciembre de 1999, tras la ruptura de la tregua de ETA y lo ratificó en su discurso de fin de año: «Necesitamos la paz y nada ni nadie va a impedir que acabemos alcanzándola».
El pretendido consenso alrededor del “Necesitamos la paz” se empezó a romper con motivo del asesinato de Fernando Buesa un 22 de febrero del 2000. Mientras Ibarretxe convocó una manifestación con el lema “Necesitamos la paz. Respeto a la vida. ETA para”, el PSE fue tras su propia pancarta que decía: “Basta ya. ETA no”. El distanciamiento continuó en marzo con motivo de las amenazas en Getxo al concejal socialista Luis Almansa. Allí PSE y PP optaron por el lema “Libertad”, mientras los nacionalistas continuaron con su “Necesitamos la paz”.
El asesinato de José Luis López de la Calle el 7 de mayo del 2000 marcó la ruptura definitiva. El PSE empezó entonces a pedir en los ayuntamientos del País Vasco la sustitución del “Necesitamos la paz” por “Democracia y libertad”. Con motivo del asesinato del concejal del PP Jesús María Pedrosa en Durango, el 4 de junio del 2000, el obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, volvió a invocar que “necesitamos la paz”. Poco después, una potente bomba de ETA en pleno centro de Getxo, sin víctimas mortales, reunió a los nacionalistas tras su lema por la paz –el presidente del Parlamento vasco Juan Mari Atutxa, la vicelehendakari Idoia Zenarruzabeitia y el consejero de Sanidad Gabriel Inclán–, mientras PP y PSE se situaban aparte.
Fue por entonces cuando Iñaki Azkuna, alcalde de Bilbao, llegó a un acuerdo con los socialistas para retirar el cartel de “Necesitamos la paz” del Ayuntamiento de Bilbao, ante lo que el diputado general Josu Bergara, defensor acérrimo del lema, declaró: “Los problemas de Euskadi no se arreglan porque en la balconada de las instituciones esté una pancarta u otra”.
A partir de abril de 2001 algunos ayuntamientos (Galdakao, Getxo) acordaron que al lema “Necesitamos la paz” se le añadiera, por lo menos, “Diálogo sí, ETA no”. En Arrigorriaga, en cambio, los concejales nacionalistas se negaron aduciendo que con lo de “Necesitamos la paz” era más que suficiente.
Al fallecer el principal ideólogo de la equiparación de sufrimientos, se recordó que estaba “obsesionado por la paz”
El 23 de noviembre de 2001 fueron asesinados en Beasain los ertzainas Francisco Javier Mijangos y Ana Isabel Arostegi, y de nuevo salió la pancarta con el “Necesitamos la paz”. Entre los años 2004 y 2007 tengo recogidos llamamientos al “Necesitamos la paz” tanto de Miguel Asurmendi, obispo de Vitoria, como de Ricardo Blázquez, obispo de Bilbao.
En mayo de 2008 el diputado general de Álava, el peneuvista Xavier Agirre, dijo que prefería el lema “Necesitamos la paz” al que entonces mostraba la Diputación debido al mandato del popular Ramón Rabanera: “ETA no”. Su razonamiento fue que “queremos vender las cosas en positivo”.
El 27 de octubre de 2011, tras la declaración de alto el fuego definitivo de ETA, la Diputación de Bizkaia, siempre del PNV, retiró por fin el cartel de “Necesitamos la paz”, después de 14 años expuesto y cuando la paz ya estaba incrustada en el relato del final del terrorismo.
Quienes facilitaron la entrega de las armas por parte de ETA se llamaron “artesanos de la paz”, porque ETA quería la paz. Y el lehendakari Urkullu, en su primer mandato a partir de octubre de 2012, constituyó una Secretaría de Paz, a cuyo frente colocó a Jonan Fernández, otro artífice de la paz, procedente de la izquierda abertzale.
Y cuando el 10 de julio de 2018 falleció el principal ideólogo de la equiparación de sufrimientos, José María Setién, obispo de San Sebastián entre 1979 y 2000, se recordó en su funeral que era “un hombre obsesionado por la paz”. Y así es como se cerró, 40 años después, el círculo del “Necesitamos la paz” en Euskadi, iniciado por Telesforo Monzón en 1978.
Ahora la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, dice que quiere “dar paz al pasado”. Y lo dice, naturalmente, en nombre de todo su Gobierno y apoyada en esto también por sus aliados, entre los que están, en primera fila, PNV y EH Bildu.
*** Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV-EHU.